Lázaro Cárdenas. Un mexicano del siglo XX

Ricardo Pérez Montfort

Fragmento

Lázaro Cárdenas

   

Introducción

Cuando se escriben sólo alabanzas, pierde valor la biografía.

Lázaro Cárdenas, 1968

La escritura de este tercer volumen de la biografía del general Lázaro Cárdenas del Río se tuvo que enfrentar a algunas circunstancias adversas. La más importante fue, desde luego, la pandemia del covid-19 que empezó a finales del 2019 y estuvo presente durante todo el año 2020. La emergencia mundial hizo que se cerraran centros de investigación, universidades, bibliotecas y archivos, por lo que mucho del trabajo de los historiadores se vio afectado. Afortunadamente, la mayor parte de la información contenida en este tomo ya se había recopilado y sólo fue necesaria la consulta de algunos documentos y textos a través de los medios electrónicos. La investigación hemerográfica y de archivo también se había concluido a mediados de 2019, poco después de que apareció el segundo volumen de esta biografía. Quedaban pendientes las visitas a archivos cubanos y a un par de bibliotecas europeas, que se habían programado para finales de aquel año o principios del siguiente. Sin embargo, todos los viajes tuvieron que suspenderse. De cualquier manera, y como lo podrá constatar el lector, buena parte de la información que aparece en este volumen proviene de fuentes bibliográficas, de periódicos y de revistas. De pronto se recurre a referencias de archivo, fonográficas y de documentales fílmicos, así como a una que otra entrevista.

El periodo que abarca esta tercera parte de la biografía del general Cárdenas es tal vez el menos conocido y estudiado. Si bien aparece en algunas de sus biografías más recientes, es poco el espacio que se le dedica a los años que van de 1946 a 1970. La mayoría de quienes se han ocupado de la vida del General durante este periodo mencionan sus trabajos y logros en la Comisión del Tepalcatepec y del Balsas, su ambigua participación en el movimiento henriquista de 1952, sus vínculos internacionales a través de los Comités por la Paz, el Movimiento de Liberación Nacional, su compromiso con la Revolución cubana y su solidaridad con los presos políticos ferrocarrileros y los del 68.1 Hay, sin embargo, una investigación relevante titulada Cárdenas después de Cárdenas, realizada entre 2015 y 2017 por Marcela Mijares Lara, que, para obtener el grado de doctora en Historia por El Colegio de México, se concentró de manera puntual y rigurosa en las actividades políticas de Cárdenas durante los 30 años durante los cuales fue expresidente de México.2 En esta tesis se revisaron sobre todo el ambiente político y la influencia de Cárdenas y el cardenismo en el acontecer nacional durante ese largo periodo. Su consulta fue, sin duda, de gran importancia para este volumen, aunque es necesario reconocer que no siempre fue posible estar de acuerdo con sus análisis y juicios.

El hilo conductor de este tercer volumen sigue siendo la vida del general Cárdenas, sus actividades, sus puntos de vista, sus posicionamientos políticos y económicos, así como los ambientes culturales que los rodearon. Si bien las expresiones culturales no están tan presentes en este tomo como sí lo están en los dos anteriores, me fue imposible hacer a un lado las referencias a la música, las películas, las crónicas y demás aspectos de la vida cultural mexicana e internacional de esos años de auge de la Guerra Fría, en gran medida porque ése es el tipo de historia que me interesa relatar, además de los aspectos biográficos más relevantes de este longevo personaje. Debo también admitir que, en la medida en que he ido conociendo su trayectoria, su vida y el mundo en el que se fue desenvolviendo en esta etapa de madurez como figura de singular relevancia en los quehaceres políticos nacionales, mi admiración y respeto por él fue creciendo, aun cuando de pronto también encontré varios momentos que bien merecían una crítica.

Sin pretender reverenciarlo, decidí en este volumen, al igual que en los anteriores, referirme a él como “el General”, con mayúscula. En un principio esta alusión se presentó como una errata. Sin embargo, me pareció adecuado mantener esa G versal para distinguirlo de otros generales y militares que lo frecuentaban, y en particular también como un homenaje a doña Amalia Solórzano de Cárdenas y a mi querido Luis Prieto Reyes, quienes invariablemente se referían a Cárdenas como “el General”.

A lo largo de la revisión de los tres volúmenes de sus Apuntes correspondientes a este periodo de su vida, de la lectura de sus epistolarios, de sus discursos, declaraciones y de los artículos periodísticos referentes a sus actividades, viajes y posturas políticas, además de varios textos de algunos de sus allegados y seres queridos, la figura de este Cárdenas maduro y juicioso se me aparecía cada vez más sensato y amable. Con una enorme fortaleza en sus convicciones, asumiendo grandes responsabilidades y también con bastante coherencia en sus planteamientos políticos y sociales, el General mantuvo la posición de un hombre de izquierda con el que, sin duda, me fui identificando paulatinamente. Si bien pertenezco a una generación que desconfía de los medios militares, y no se diga del mundo de la política oficialista, las ideas que esbozó Cárdenas sobre la función del Estado como regulador y partícipe en la construcción del bienestar de las mayorías las comparto hasta la fecha. También reconozco mucha afinidad con sus críticas y reproches a las derechas, tanto eclesiásticas como seculares, que al México contemporáneo le han hecho mucho más daño que beneficio. Pero, independientemente de sus posturas políticas, una característica de su personalidad que, sin duda, me resultó particularmente notable fue su gran calidad humana. Con mucha frecuencia habla en sus Apuntes sobre el cariño que le tiene a doña Amalia y a sus hijos Alicia y Cuauhtémoc, al igual que a su nuera Celeste. También se refiere muy amorosamente a sus nietas y nietos. A sus hermanas y hermanos, así como a sus cuñadas, sus sobrinos y sobrinas, y en general a todos sus amigos y parientes les tuvo un singular respeto y afecto. Esto no sólo puede constatarse en sus propios escritos, sino en muchas de las opiniones que sobre él se han dado, tanto en vida como después.3 Y esa calidad humana bien puede mostrarse en la siguiente anécdota que me contó hace un par de años el señor Ángel Rañal Luaña:

Era el 28 de julio de 1957, mi cumpleaños y el día del temblor en que se cayó el Ángel de la Independencia en la Ciudad de México. Estábamos esa madrugada en San José Purúa, Michoacán, en un balneario de aguas termales. Éramos cuatro jóvenes entre 17 y 24 años, Pablo Necchi Fariña, mi hermano Manuel Rañal Luaña, Ricardo Fernández Godard y yo, Ángel Rañal Luaña. Veníamos de regreso a la Ciudad de México, eran como las dos de la tarde y antes de llegar a Toluca chocamos con un camión de redilas, le desprendimos las llantas de atrás con todo y el eje. Y ya sabrá, pasaban por la carretera y pobres muchachos, seguro venían algo mal, quién sabe qué pasó, etcétera, pero nadie se detenía. En es

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