Narco CDMX

Antonio Nieto
David Fuentes
Sandra Romandía

Fragmento

Narco CDMX

Prólogo

Imágenes del mundo oscuro

Junio de 2018. Aquel domingo, a la Ciudad de México la despertó una escena escalofriante: dos hombres cortados en decenas de pedazos fueron abandonados en el Puente de Nonoalco, al lado de una manta que advertía: "Empezó la limpia".

El hallazgo ocurrió en la columna vertebral de la metrópoli: su avenida central. La calle que la cruza de norte a sur y da la impresión de partirla en dos. Era el corolario de una espiral de horror. El capítulo supremo de una guerra por la droga y la extorsión, en la que se mata, se entamba, se encobija y se descuartiza.

La Ciudad de México lleva años sumergida en esa espiral de salvajismo creciente, pero nunca se había visto nada como esto.

La gente miraba horrorizada el boletín de prensa que envió el crimen organizado: dicho mensaje anunciaba a los ciudadanos lo que ellos ya sabían y el gobierno capitalino se empeñaba en negar: las calles de la Ciudad de México han dejado de ser suyas y ahora pertenecen a grupos del narcotráfico.

Semanas más tarde, varios hombres se disfrazaron de mariachi en un local de República de Nicaragua y avanzaron en la oscuridad hacia la Plaza Garibaldi. Era la noche del 14 de septiembre de 2018. Luego de deambular por la plaza, se dirigieron a una "chelería" ubicada en la esquina de Honduras y el callejón de la Amargura. Ahí abrieron los estuches de instrumentos musicales que llevaban en las manos. En vez de guitarras y trompetas, extrajeron armas largas y abrieron fuego contra 11 personas que se hallaban a las puertas del lugar. Se escucharon gritos, súplicas. Un testigo oyó a uno de los asesinos gritar: "¡Por todo lo que debes, hijo de la chingada!"

Otro hecho nunca visto: 11 rafagueados en la Plaza Garibaldi, uno de los puntos turísticos por excelencia en la Ciudad de México.

¿Cómo llegamos a este páramo de sangre? Tres reporteros mexicanos se hacen esta pregunta: Sandra Romandía, David Fuentes y Antonio Nieto. Desde el fragor de la nota diaria, desde la urgencia de la vida de redacción, los periodistas remueven, escarban en el festín de sangre que el crimen organizado celebra en la Ciudad de México, en busca de un hilo conductor.

Al final, entregan un libro cargado de revelaciones.

Las señales de lo que el gobierno negaba —"hechos ­aislados", "problemas entre vendedores de droga", "venganzas entre delincuentes"—estaban ahí desde hace tiempo, hablando de un hecho mayor.

Según los autores de Narco CDMX, dichas señales aparecieron por primera vez de manera clara el 15 de diciembre de 2007. La guerra contra el narcotráfico emprendida por el gobierno de Felipe Calderón cumplía un año. Aquel día fue la primera madrugada de horror.

En las inmediaciones del aeropuerto aparecieron, en bolsas de plástico, las cabezas de dos empleados de Jet Service, una empresa de almacenamiento de carga aérea. Los cuerpos no estaban. Serían localizados más tarde en el Estado de México.

Aquellas decapitaciones, se sabría luego, eran la respuesta al decomiso de media tonelada de cocaína perteneciente al Cártel de Sinaloa y sus operadores principales: los hermanos Beltrán Leyva.

El hallazgo de las cabezas del aeropuerto, se lee en el libro, fue como "una gran pedrada sobre el agua de un lago, cuyas ondas empezaron a expandirse de adentro hacia fuera".

El Cártel de Sinaloa era una de las organizaciones criminales con mayor presencia en la ciudad. Controlaba un punto crucial en la recepción de drogas procedentes de Colombia: el aeropuerto capitalino.

Para entonces, al menos dos cárteles, el de Juárez y el de Tijuana, habían mantenido relaciones constantes con grupos de narcomenudistas asentados, entre otros sitios, en Tepito. El barrio bravo ha sido desde siempre "el gran centro neurálgico de la distribución de drogas" en la capital del país.

Todo cambió a partir de mayo de 2010. Ésa es una de las grandes revelaciones de este libro. En ese tiempo, el operador principal y sicario de altos vuelos de los Beltrán Leyva convocó a una junta a los principales distribuidores de drogas de Tepito. Se celebró en una vecindad de la calle de Hojalateros. La idea era ponerse de acuerdo para reunir a todos en un solo grupo. Las consecuencias de aquella reunión fueron devastadoras para la Ciudad de México.

Los autores indican que entre los convocados se hallaba un expolicía judicial federal que usaba sus conexiones para dar protección a criminales de Tepito: Ricardo López Castillo, alias El Moco.

Y estaban también los hermanos Francisco y Armando Hernández Gómez, apodados, respectivamente, Pancho Cayagua y El Ostión. Los hermanos Hernández Gómez eran los principales distribuidores de droga en el corredor Insurgentes-Zona Rosa.

Cuando la junta terminó, había nacido La Unión Tepito.

Antes de despedirse, La Barbie dio una orden a sus nuevos socios: deshacerse de las familias de narcomenudistas que se negaran a entrar en el acuerdo.

Esto ocurrió hace ocho años. A partir de aquella tarde, los nombres de Armando y Francisco Hernández Gómez "comenzaron a repetirse [...] como un eco". El libro fija la primera incursión de La Unión Tepito en octubre de 2010. Entre las familias que no estaban en el acuerdo se hallaba una que había estado ligada al narcomenudeo desde hacía muchos años: la Fortis Mayén, cuyo centro de operaciones era la calle Libertad.

En la fecha antes señalada, el cuerpo de Teresa Fortis Mayén, maniatado y con heridas de bala, fue abandonado en una calle de la delegación Gustavo A. Madero. De algún modo, todo lo que vino después se relaciona con este hecho.

Según los autores, a La Barbie debemos acreditar una segunda pesadilla urbana: el surgimiento de La Mano con Ojos.

Al ser detenido por fuerzas federales, La Barbie ordenó desde la cárcel que los territorios del entonces Distrito Federal y el Estado de México que habían pertenecido a los Beltrán Leyva fueran tomados por sus hombres para evitar que otros grupos criminales entraran en ellos.

Con esas instrucciones, en 2010 se llevó a cabo una reunión en un rancho del Ajusco. Asistieron personajes del sur y el oriente de la ciudad, así como narcotraficantes que operaban en Huixquilucan y Naucalpan, entre otros municipios mexiquenses.

En esa reunión, la voz cantante la llevó Óscar Oswaldo García Montoya, conocido como El Compayito, a quien más tarde se identificó también como La Mano con Ojos. García Montoya era un sádico expolicía de Los Mochis que había servido a los Beltrán Leyva. Confesó haber asesinado con sus propias manos a más de 300 personas.

La junta terminó con una determinación: absorber a los narcomenudistas de aquellos territorios y eliminar a quienes se negaran a sumarse a la Nueva Administración.

Entre el universo de células criminales se hallaba la de Felipe de Jesús Pérez Luna, El Ojos. Este grupo cobró relevancia tras la captura del Compayito, y lentamente se apoderó de las operaciones criminales del sur y del oriente de la capital.

A lo largo de las páginas de Narco CDMX desfi

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