El juicio

J. Jesús Esquivel

Fragmento

El juicio

Introducción

Joaquín Archivaldo Guzmán Loera, El Chapo, es indiscutiblemente el criminal mexicano más famoso en el mundo.

A este narcotraficante nacido en la ranchería de La Tuna, municipio de Badiraguato, Sinaloa, lo persigue una estela de mitos, misterios, leyendas, mentiras, traiciones, amores, desamores, muerte y actos de caridad que me tomaría meses resumir en cientos de páginas.

Nadie como El Chapo acapara la atención y fascinación de gran parte de la población mexicana que —debido a esa anomalía llamada “narcocultura”, que no debería tener cabida en la cultura de México— considera que el criminal es víctima y no victimario.

Bonachón, traga años y mujeriego, El Chapo es un caso peculiar de la historia criminal y del narcotráfico internacional.

Su extradición a Estados Unidos, después de haber exhibido la corrupción al más alto nivel en el gobierno de Enrique Peña Nieto, con su espectacular fuga por un túnel de más de kilómetro y medio de longitud construido debajo de su celda en el penal del Altiplano, acabó de tajo con la novela del capo sinaloense.

El gobierno de Estados Unidos —y de manera significativa la DEA— estaba ansioso de usar a este capo para demostrar que aplica la justicia sin cortapisas.

El juicio al que el Departamento de Justicia sometió a Guzmán Loera en la Corte Federal del Distrito Este, en Brooklyn, Nueva York, mostró por qué los narcotraficantes latinoamericanos y de cualquier parte del planeta temen ser extraditados a Estados Unidos, el fracaso de la guerra contra las drogas que inició Richard Nixon, y la hipocresía de la DEA —a cuya colusión con criminales de la peor calaña llama “acuerdos de cooperación”, y que nunca de los nuncas, pase lo que pase, actuará contra las instituciones financieras y bancarias estadounidenses, que lavan miles de millones de dólares provenientes de la venta de los enervantes; de hacerlo levantaría la tapa a una cloaca de la que brotaría una podredumbre que salpicaría a muchos “honorables ciudadanos”.

En términos periodísticos, el haber tenido la oportunidad de cubrir el juicio del Chapo fue una experiencia retadora. El hecho de que llevo muchos años como corresponsal mexicano en Estados Unidos me facilitó el trabajo en la corte de Brooklyn. Este libro nace de la inquietud de exponer las diferencias de los sistemas judiciales entre Estados Unidos y México, sin exonerar a ninguno de sus pecados de narcocorrupción en sus respectivas dimensiones.

Durante las extenuantes 38 audiencias que duró el juicio, excluyendo las seis que a puerta cerrada realizó el jurado que declaró culpable al Chapo, palpé entre la sociedad mexicana ese cinismo que nos caracteriza cuando, sin entender procesos, emitimos fallos y opiniones infundadas.

“Que lo maten”, “lo van a hacer testigo protegido”, “lo van a obligar a declarar contra políticos mexicanos” y “ése no es El Chapo, es un impostor que se parece a él” son algunos de los comentarios que leí y escuché en las redes sociales durante el proceso contra el capo.

El sistema judicial de Estados Unidos tiene una diferencia fundamental respecto del de México: el respeto y cumplimiento cabal de la presunción de inocencia. Hasta El Chapo, siendo extranjero, disfrutó de ese derecho sagrado en materia de derechos civiles y humanos en Estados Unidos.

Su debilidad por los reflectores, la publicidad y las mujeres no le daban a Guzmán Loera la menor posibilidad de que lo declararan inocente: él mismo se incriminó en el video que le mandó a la actriz Kate del Castillo, en el que admite participar en el tráfico de drogas. Antes del juicio en Brooklyn, millones de personas vieron ese video en YouTube.

Sin embargo, ante los ojos del sistema judicial estadounidense, Guzmán Loera no era culpable a menos de que le demostraran lo contrario, y de eso se trató el largo e interesante juicio en Brooklyn.

Nunca, desde que nacieron las redes sociales, la prensa había reportado un proceso judicial en Estados Unidos como lo hizo con el de Joaquín Archivaldo Guzmán Loera.

La popularidad de las narcotelenovelas, novelas y series de televisión que hacen apología de los narcotraficantes le pusieron un toque de morbo al proceso.

La presencia en la corte de Emma Coronel, esposa del Chapo, fue sin lugar a dudas un aliciente para ese público que seguía el proceso como un espectáculo y no como lo que era: un juicio.

Decenas de narcos famosos, asesinos confesos, expertos que hicieron lo que les instruyó la fiscalía y agentes estadounidenses —algunos de los cuales admitieron haber mentido a las autoridades— desfilaron ante El Chapo para acusarlo de todo.

Miles de folios, decenas de fotografías, grabaciones de conversaciones telefónicas y videos fueron presentados ante el jurado como documentos de prueba por el gobierno estadounidense para sustentar sus acusaciones.

El Chapo, por medio de sus abogados —Eduardo Balarezo, Jeffrey Lichtman y William Purpura— tuvo el derecho a defenderse y tildar de mentirosos y tendenciosos a los testigos del gobierno, que no hicieron otra cosa que contar las fechorías que cometieron al lado del acusado.

El del Chapo fue un proceso judicial abierto al público, transparente, que se hizo conforme a los reglamentos judiciales que marca la ley, más allá del morbo, de lo mediático y escandaloso que también fue.

Criminales y narcos de la talla del Vicentillo, El Licenciado, El Rey Zambada, Álex y Jorge Milton Cifuentes Villa, y Chupeta, bajo juramento, traicionaron al Chapo para intentar salvar su propio pellejo.

No puedo negar que, en momentos, los que estábamos en la sala del juez Cogan parecíamos ser parte del elenco de una película.

Este libro está basado en los apuntes que tomé en cuatro cuadernos durante mi cobertura de las audiencias del juicio. Lo que hay en las páginas de este trabajo son crónicas hechas por un reportero. Las frases textuales de este trabajo pueden no ser precisas. No sé taquigrafía y en las cortes federales de Estados Unidos está prohibido el uso de grabadoras, teléfonos y cámaras fotográficas durante los juicios. Las únicas herramientas permitidas a los reporteros son papel y pluma.

Todo lo que se expuso en el juicio como documento de prueba, de defensa y la transcripción de lo que se declaró —sin excepción— es del dominio público en Estados Unidos.

Esos expedientes “no son documentos exclusivos ni secretos” como luego claman varios reporteros cuando, tarde, los obtienen. En Estados Unidos se paga para conseguir las transcripciones de procesos penales.

En un futuro, dentro de varios meses, cuando estén disponibles los documentos del juicio contra El Chapo, seguramente quienes los adquieran encontrarán diferencias con mis citas, tomadas de las notas en mis cuadernos. No temo a eso: será muy válido y justo si me reprochan los errores.

Carezco de memoria fotográfica y, aunque en segundo de secundaria cursé el taller de taquimecanografía —sólo porque a esos tall

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