Al borde de un ataque de compras

Brenda Chávez

Fragmento

cap-1

PRÓLOGO

El consumo que no nos consume

Consumimos a diario, y este acto aparentemente banal (que en realidad vertebra nuestra economía y califica nuestra sociedad de consumo) se ha vuelto cada vez más difícil de practicar de forma consciente, es decir, teniendo en cuenta no sólo la calidad y el precio, sino también sus implicaciones sociales y medioambientales. Porque recibimos más y más mensajes, muchos de ellos confusos, fake news, greenwashes, socialwashes, ghostwriting, etc., ruido mediático en definitiva, que complica aún más esto tan básico, y necesario, que es consumir sabiendo qué es lo saludable para nosotros y la naturaleza.

Desde que publiqué Tu consumo puede cambiar el mundo hace más de dos años, me han invitado a participar en multitud de conferencias, ponencias, mesas redondas, debates, cursos, talleres, charlas (incluida una TED Talk). También he concedido numerosas entrevistas a medios muy distintos. Y al establecer un diálogo sobre el consumo consciente (asimismo llamado responsable, sostenible, crítico o transformador) con audiencias de diverso poder adquisitivo, ideología, religión, edad, nacionalidad, sexo, educación y necesidades, así como con colectivos profesionales, civiles, empresariales e institucionales, he podido constatar que existe una preocupación común, creciente, por conocer qué hay detrás de lo que consumimos habitualmente y qué alternativas podemos encontrar con un menor impacto negativo.

Todas estas experiencias me han llevado a reflexionar sobre la necesidad de contar con unas pautas sencillas que faciliten la toma de decisiones, muchas veces inmediatas, emocionales e inconscientes debido a lo interiorizado que tenemos el modelo productivo, así como sus numerosos reclamos.

También me parecía pertinente unificar criterios y simplificar en la medida de lo posible la labor de todos nosotros, consumidores y consumidoras, porque además, ante todo, somos habitantes del planeta, seres humanos, ciudadanos y ciudadanas, hijos, hijas, padres, madres, profesionales, amigos, amigas, parejas, hermanos, hermanas, y desempeñamos una infinidad de roles mucho más importantes, interesantes y gratificantes que el de consumir.

Además, en todo este tiempo, mucha gente me ha pedido un libro breve, casi como recordatorio del anterior, para regalar a sus hijos adolescentes, a sus progenitores, a compañeros de trabajo, a concienciados, o no tanto, y que se pudiera leer en cualquier sitio ya fuera en el metro, en el autobús o en la cama, sin quedar sepultados por las casi setecientas páginas de Tu consumo puede cambiar el mundo. Siempre me han parecido buenas ideas, las agradezco desde aquí, no sólo lo entiendo perfectamente, sino que ha sido un placer escribirlo.

Como periodista creo que mi labor no sólo consiste en acercar lo más pormenorizadamente posible las realidades que no están al alcance de la ciudadanía, como hice en mi anterior incursión editorial, sino también, en igual medida, en facilitar y sistematizar el acceso a la información de forma útil. Este nuevo artefacto responde a este interés y, por supuesto, de nuevo, al de tomar conciencia de nuestro poder como consumidores para emplear nuestros actos como una herramienta de transformación social y medioambiental que favorezca nuestra salud, la del globo y nuestras necesidades reales.

Por todos estos motivos pongo en vuestras manos estas claves básicas para tenerlas presentes en el camino hacia fórmulas de consumir más sostenibles. No pretenden sermonear, ni dogmatizar, ni culpabilizar, porque estas actitudes tornan el proceso en algo tedioso, poco motivador y escasamente constructivo.

Es injusto que a las personas consumidoras se nos suela culpar de los impactos socioambientales del sistema productivo actual, cuando a menudo, por una parte, se nos incita a comprar sin límite como sinónimo de felicidad y, por otra, habitualmente ignoramos las relaciones de poder que subyacen a los bienes o servicios, y cómo éstos se fabrican, debido a esa «fetichización (o fetichismo) de la mercancía» aludida por Karl Marx y William Morris, entre otros, que no es otra cosa que la ocultación de la explotación tras su producción.

La intención de estas pautas es desarrollar en unos pocos párrafos ideas ilustrativas, reflexiones, glosas, mantras, otros dirán sutras, algoritmos verbales que nos agilicen la vida (ya de por sí compleja) y el consumo (no menos complicado en la actualidad). Muchas, además de estar relacionadas entre sí, son palancas de cambio para desprogramar lógicas de mercado que tenemos totalmente incorporadas y que nos influyen al elegir sin que apenas nos demos cuenta.

Por eso este libro aborda dos planos diferentes del consumo, ambos imprescindibles. La primera parte, «Consumidores al borde de un ataque de compras», invita a reflexionar sobre él, así como a desmontar mitos y narrativas que inconscientemente tenemos asumidas, para evitar el consumismo, las compras inducidas, compulsivas, emocionales, o por razones igualmente poco afortunadas. La segunda, «Qué consumir por nosotros y por el planeta», plantea consejos prácticos sobre alternativas concretas que ya están a nuestro alcance, explicadas de manera accesible.

Juntas, establecen filtros y líneas de acción para decantarnos por artículos o elecciones que influyan de forma virtuosa en nuestras vidas y en la economía capitalista que nos rodea. Suponen un conjunto de principios que no hace falta aplicar a rajatabla, ni con fanatismos (cada uno escogerá aquellos que resuenen más con su momento personal), que nos devuelven a la senda del sentido común que habita en todos nosotros, pese a que la maquinaria de la sociedad de consumo carezca absolutamente de mesura y nos aboque a niveles desmedidos, a la par que absurdos y peligrosos.

La producción y el consumo responsables son el punto duodécimo de los Objetivos de Desarrollo Sostenible, la agenda de diecisiete metas de Naciones Unidas para alcanzar esa prosperidad global en 2030. Algo fundamental, puesto que anualmente, tal y como apunta Global Footprint Network, demandamos 1,7 tierras en recursos naturales, es decir, consumimos y producimos por encima de la capacidad terrestre para renovarse. En 2030, según WWF, serán dos tierras, y en 2050 casi tres...

Por si fuera poco, una quinta parte de la población mundial desperdicia el 80 por ciento de esos recursos,[1] y las últimas cuatro décadas de esplendor neoliberal han sido el periodo de mayor calentamiento global de la historia, en el que se ha cuadruplicado la producción y el consumo, lo cual ha provocado graves externalidades ambientales (como el cambio climático, niveles de residuos nunca vistos, la acidificación de los océanos, etc.) y sociales (como una brecha creciente entre ricos y pobres, o la precarización del mercado laboral)[2] directamente relacionados con nuestro modelo productivo, o lo que es lo mismo, con cómo se fabrican y consumen nuestros artículos y servicios.

Consumir es un acto económico de primer orden aunque interese potenciarlo (como ocurre con el voto durante el periodo electoral) lo más acrítica, emocional e irreflexivamente posible. Y al igual que votar, no deja de ser una decisión política con la que cada día perfilamos nuestra realidad, que implica intereses de todo tipo que podemos estar apoyando, sin saberlo, en contra de nuestros propios valores y supervivencia.

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