Después del trabajo

Eduardo Levy Yeyati

Fragmento

Corporativa

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Lo que tenemos ante nosotros es la perspectiva de una sociedad de trabajadores sin trabajo, es decir privados de la única actividad que les queda. Imposible imaginar nada peor.

HANNAH ARENDT

Si no se conquista o preserva el pleno empleo, ninguna libertad está a salvo, pues para muchos nada tendrá sentido.

“Pleno empleo en una sociedad libre” (Informe Beveridge)

Hay que asociar los nuevos derechos y la nueva protección a la persona del trabajador y no más al empleo que lo ocupa.

ROBERT CASTEL

Algo malo debe tener el trabajo, o los ricos ya lo habrían acaparado.

MARIO MORENO “CANTINFLAS”

A V., por la paciencia

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Introducción: modo de uso

La familia obrera, una obra de Oscar Bony de 1968, consiste en la presentación en vivo de una auténtica familia, integrada por tres personas —padre, madre e hijo—, sentada sobre una tarima. El sentido de la obra se completa con un pequeño letrero con los datos personales del jefe de la familia: “Luis Ricardo Rodríguez, matricero de profesión, percibe el doble de lo que gana en su oficio por permanecer en exhibición con su mujer y su hijo durante la muestra”.

Bony, un misionero hijo de un talabartero y de una maestra rural, nos dice muchas cosas. Nos habla de la sujeción del trabajo, del orden patriarcal —el único nombrado es el pater familias, la madre y el chico son acompañantes anónimos—, de la explotación “salarial” —cobra menos por trabajar que por estar sentado—, del obrerismo del progresismo estético —el único “obrero” es el padre; tanto la madre ama de casa como el chico podrían ser la esposa y el hijo de un profesional—, de las miradas del padre y la madre —puestas en el chico, que estudia o lee, reflejando la aspiración y la confianza de que a él, merced a la educación pública, le irá mejor que a sus padres—, de la equivalencia del trabajador al obrero fabril en la Argentina de la sustitución de importaciones y el vivir con lo nuestro. Pero, sobre todo, la obra de Bony nos habla del trabajo. Nos interpela: ¿qué es el trabajo? ¿Qué es trabajo y qué es representación, esparcimiento, hobby?

El trabajo como lo conocemos será desplazado por la máquina. Puede que surjan otras ocupaciones y que incluso sean suficientes —aunque lo más probable es que no lo sean—, pero ya no se trata de resistirse al progreso tecnológico ni de negar la lenta pero inexorable sustitución del hombre por la máquina, como quien niega el calentamiento global o espera el surgimiento mágico de nuevos sectores con nuevos empleos “porque antes pasó lo mismo”. La discusión relevante no es sobre si este proceso de sustitución ocurrirá, ni cuánto tiempo llevará, sino sobre sus consecuencias con respecto a la equidad, el bienestar y la cultura del futuro. ¿Debemos protegernos o debemos estimularlo para liberarnos del yugo del trabajo y reemplazarlo por… alguna otra cosa? ¿Hay vida después del trabajo?

La historia no se repite, somos nosotros los que buscamos patrones circulares para eludir la incertidumbre o calmar la ansiedad. La historia avanza, y la evolución no suele ser una mala noticia, sino el principio de un mundo mejor. El ocio, otrora patrimonio de filósofos, conquistadores y aristócratas antes de extraviarse en las esforzadas aguas de la ética protestante, podría ser un bien de todos en un futuro robotizado. El fin del trabajo puede ser extraordinariamente liberador, si se dan ciertas condiciones.

Dos obstáculos se interponen en esta utopía del ocio. El primero es la asimilación cultural del trabajo regular y remunerado con el sentido de la vida, o con el imperativo bíblico del “ganarás el pan con el sudor de tu frente”, lo que ha llevado a desvalorizar el ocio y a considerar vagos o vividores a todos aquellos que lo militan. Si el trabajo nos da sentido, el ocio nos lo quita; numerosos trabajos que documentan los efectos negativos del desempleo, sobre la salud mental y el bienestar individual y familiar, así lo sugieren.

Esgrimido tanto por la izquierda estajanovista —del hombre de mármol y la moral de clase—1 como por la derecha meritocrática —del esfuerzo y la competencia, el emprendedor exitoso y el perdedor haragán—, este primer obstáculo cultural es, probablemente, una trinchera transitoria. Lo que hoy pensamos del trabajo, lo que nos parece natural y obvio —por ejemplo, la relación entre trabajo y remuneración, o la premisa de que “el trabajo dignifica”, sostenida por Karl Marx y el papa Francisco—, es solo producto de una cultura y una concepción relativamente recientes. Lo que consideramos una verdad permanente no deja de ser un resultado local, un breve capítulo de nuestra historia cultural determinado por condiciones circunstanciales, que cambian rápidamente y que llevarán a las futuras generaciones a pensar lo laboral de manera distinta. (¿Acaso el trabajo en el hogar, o el del artista o deportista vocacional, es menos estimulante —dignifica menos— que el reali

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