Enamórate

Andrea Vilallonga

Fragmento

Prólogo. Enamórate

Prólogo

Enamórate

Ponte esta canción:

Love is in the air»,

de John Paul Young

Antes de empezar me gustaría explicarte por qué he decidido escribir sobre el enamoramiento. Hace unos años me llamó una persona de una gran empresa pidiéndome una formación para motivar a sus trabajadores. Según ella, tenían la suerte de tener una plantilla de personas que llevaban en la empresa entre quince y veinticinco años y que eran muy eficaces, pero que ya no estaban motivadas ni ilusionadas. Ni por el trabajo, ni por los compañeros, ni por nada, realmente. Se habían pasado al lado oscuro y solo veían lo malo del otro; vamos, que no se soportaban. «Como un matrimonio en el que aguantas por aguantar», pensé yo… Hizo que me acordara de la película La guerra de los Rose, con Michael Douglas y Kathleen Turner. Me marcó mucho esta película porque explica perfectamente la agónica muerte del amor en una pareja y la degeneración de la conducta, cuando se pierden todos los límites y se llega a la agresividad última. Empiezan como una pareja ilusionada y feliz y acaban (no hago spoiler) odiándose a muerte. Hay una escena en particular que me marcó, que es cuando él llega a casa después del trabajo, se sientan los dos a la mesa a cenar y ella no puede soportar nada de lo que él hace: cómo come, cómo bebe, cómo se mueve… Todo le da asco. Siempre he pensado que me daba mucha pena esta situación, sobre todo cuando no hacemos nada para intentar mejorarla y nos conformamos con ella. Me impacta que algo que te ha gustado e ilusionado tanto degenere hasta el punto del odio.

Lo que está claro es que cuando se acaba el amor y estamos seguros de ello hay que tomar decisiones. Decidir que se ha acabado o decidir que vale la pena luchar por volver a crear la ilusión y para volver a enamorarnos, para entender que el amor depende de mí y no solo de las circunstancias. Y sobre el tema del amor creé la formación para la empresa en cuestión. Fue muy sorprendente ver el cambio en la actitud de los trabajadores cuando decidieron tomar la responsabilidad de sus relaciones. Progresivamente, durante la jornada, entendían que no todo era culpa del otro y de las circunstancias, sino que debían tomar decisiones para salir del estancamiento y no esperar a que las cosas se arreglaran o, como en el caso de la película, degeneraran. Y de esto va el libro, de la toma de decisiones. Entender que existen otras perspectivas y muchas soluciones.

Desde que vi esa película decidí que el camino del amor siempre es mejor que el del odio.

Querido lector/a, a partir de ahora verás que el libro está escrito en femenino, pero no porque se dirija a las mujeres, sino porque va dirigido a LAS PERSONAS.

La monotonía

Dicen que el fin del amor se produce cuando aparece la monotonía y nos dejamos invadir por ella. Obviamente existen muchas otras razones para que el amor se acabe, pero la más inconsciente e imperceptible es la monotonía. Es como un gas silencioso e inodoro que se vuelve venenoso cuando ya damos por hecho que todo está ganado. Cuando desaparece la emoción, la ilusión.

No es lo mismo monotonía que rutina. La rutina es una serie de costumbres y hábitos que se repiten continuamente a lo largo del tiempo. Una sucesión de acciones diarias que se pueden volver monótonas, y esa es la trampa.

El problema no son las rutinas, que son necesarias en nuestras vidas. Nos despertamos, nos duchamos, desayunamos, vamos a trabajar, comemos, volvemos a trabajar, regresamos a casa, recogemos a los niños, hacemos tareas varias, vemos la televisión o hacemos deporte, cenamos, dormimos y otra vez a empezar.

De hecho, las necesitamos. Nuestro cuerpo es rutinario y depende de los hábitos, que le permiten funcionar bien. Los niños aman la rutina, principalmente los más pequeños, que la necesitan para sentirse seguros.

La monotonía hace referencia no solo a la falta de variedad (rutina), sino que está vinculada a la parte emocional de la acción, a la ausencia de matices o a la igualdad del tono. Cuando todo se vuelve, habitual, normal y aburrido.

¿Y entonces por qué no hacemos nada? ¿Por qué nos dejamos invadir por ella y seguimos en ese estado de letargo en un paisaje gris?

No hay más que leer refranes como este: «Más vale malo conocido que bueno por conocer», «No es de hombre prudente, nadar contracorriente» o «De haber dicho sí, muchas veces me arrepentí; de haber dicho no, ninguno se arrepintió». Estos refranes hacen apología del miedo, no de la cautela o de la prudencia. El miedo a cambiar, evolucionar, mejorar, descubrir, vivir o incluso de ser feliz. Lo que nos repiten siempre: no es bueno salir de la zona de confort.

No es solo una cuestión educacional, es también que la monotonía se instala muy poco a poco y no somos conscientes de que está instalada hasta que es demasiado tarde. Los humanos somos capaces de reaccionar muy rápido y de cambiar de rumbo ante situaciones de grandes crisis. De hecho, estamos diseñados de manera natural para salir de nuestra zona de confort. De niños siempre nos gusta descubrir y probar situaciones nuevas y además, si no lo conseguimos, lo volvemos a intentar. Si no, mira cuántas veces se levanta y se cae un bebé que aprende a caminar. Este instinto natural nos permite crecer, aprender y evolucionar. Algunos, con la edad, al tomar conciencia de que los riesgos también tienen consecuencias, a veces no muy agradables, prefieren no moverse de donde están. Así se enfrentan a un mundo quizá menos bueno del que se merecen, sobre todo si no tienen una necesidad urgente de hacerlo.

El pinchazo

Seguro que ya has oído hablar de la fábula de la rana.

Una rana saltó un día a una olla de agua hirviendo. Inmediatamente, brincó para salir y escapar de ella. Su instinto fue salvarse y no aguantó ni un segundo en la olla. Otro día, esa misma olla estaba llena de agua fría. Y la rana se metió dentro y nadó tranquila. Estaba feliz en esa «piscina» improvisada. Lo que la rana no se esperaba, es que el agua se iba calentando poco a poco. Así que, al poco tiempo, el agua fría pasó a estar templada. Pero la rana se aclimataba y allí seguía, nadando plácidamente en ella. Sin embargo, poco a poco, el agua subió y subió de temperatura. Tanto, que llegó a estar muy caliente y la rana murió abrasada. Ella, sin embargo, no se había dado cuenta del peligro, ya que el calor aumentaba de forma gradual y se iba acostumbrando a él.

Si te vas acomodando y acostumbrando a situaciones que no son incómodas de entrada, pero se van volviendo pesadas, estas van a afectar a tu calidad de vida. Busca siempre lo mejor para ser feliz y nunca pierdas la visión del lugar donde te encuentras.

A pesar de lo que acabas de leer, yo no apuesto por salir obligatoriamente de la zona de confort o de todas nuestras zonas de confort. De hecho, h

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