Número uno

Anders Ericsson
Robert Pool

Fragmento

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Índice

Número uno

Prólogo de José Antonio Marina

Nota de los autores

Introducción: El don

1. El poder de la práctica intencional

2. Aprovechar la adaptabilidad

3. Representaciones mentales

4. El patrón de referencia

5. Los principios de la práctica deliberada en el trabajo

6. Principios de la práctica deliberada en la vida cotidiana

7. El camino hacia lo extraordinario

8. Pero ¿qué hay del talento natural?

9. ¿Y ahora qué?

Agradecimientos

Sobre este libro

Sobre los autores

Créditos

Notas

cap

A mi esposa, Natalie, por posibilitar y alentar mis esfuerzos para seguir avanzando más allá de mi actual nivel de comprensión del rendimiento y llegar más cerca de la cumbre.

 

A. E.

A mi alma gemela y musa, Deanne, que me enseñó mucho de lo que sé de la escritura, la mayor parte de lo que sé de la vida y todo lo que sé sobre el amor.

 

R. P.

cap-1

Prólogo

Sigo la obra de Anders Ericsson desde hace muchos años, y por ello quiero presentarlo como quien presenta a un viejo amigo. Es un científico optimista, pero riguroso. Conviene insistir en esto último porque hay muchos libros que hacen promesas falsas y pretenden animar al lector diciéndole que puede ser millonario al instante, cambiar de carácter en un cuarto de hora o llegar a ser Einstein. Ericsson ha estudiado durante treinta años la inteligencia de los expertos, de los fuera de serie, de los genios, intentando descubrir su secreto, abriendo un nuevo dominio científico dedicado a estudiar la excelencia intelectual, deportiva o artística. Y su optimismo es el resultado de este trabajo. Considera probado que el talento no es una propiedad innata, sino aprendida. No hay genialidad sin esfuerzo. En parte, la genialidad es, precisamente, la capacidad de esforzarse. Cuando preguntaron a Newton cómo se le ocurrían sus teorías, respondió: «Nocte dieque incubando» (pensando en ello día y noche). Malcolm Gladwell, un divulgador de éxito, ha acuñado una expresión que ha hecho fortuna: Para alcanzar la maestría en una actividad —sea la matemática, la gimnasia, el ajedrez o la cocina— hacen falta diez mil horas de entrenamiento.

En el presente libro, Ericsson ha resumido el resultado de sus investigaciones. Según él, lo que permite alcanzar la maestría —la expertise— es la práctica deliberada. No cualquier tipo de práctica, porque miles de horas de experiencia pueden no producir ninguna mejora, sino un entrenamiento bien dirigido. Tener un buen entrenador es un factor esencial, que en algunos casos puede sustituirse convirtiéndose en entrenador de uno mismo. Tradicionalmente, los estudios sobre aprendizaje se limitaban a conductas muy simples. La originalidad de Ericsson y de sus colaboradores es que decidieron estudiar el aprendizaje de conductas muy complejas y refinadas. Nuestra capacidad de progresar es mayor de la que pensábamos, en todas las actividades. En el libro La creación literaria, que escribí con el gran Álvaro Pombo, intentamos mostrar que la creatividad literaria, más allá de la mera corrección, también podía aprenderse.

¿Qué caracteriza la inteligencia de un experto?, es la pregunta que quiere responder Ericsson. Él encuentra en todos los casos estudiados una peculiar organización de la memoria. El experto, sea cual sea su actividad, tiene una representación mental de su actividad diferente a la de un principiante. Un jugador de fútbol extraordinario, además de sus habilidades físicas, posee una imagen especial de lo que está sucediendo en el campo, de la colocación de sus compañeros, de las distintas posibilidades de acción, que le permiten tomar las mejores decisiones. Y lo mismo sucede con un músico, un cirujano o un matemático. «Lo que distingue a los expertos de los que no lo son —escribe— es que tras años de práctica han cambiado sus circuitos neuronales para producir representaciones mentales altamente especializadas que hacen posible una memoria increíble, un reconocimiento de patrones, unas soluciones de problemas y otras clases de habilidades especiales que les permiten sobresalir en sus actividades».

El talento —la expertise, la excelencia— se demuestra en la acción. La «práctica deliberada» ha de estar diseñada para mejorar continuamente el desempeño. Ha de tener una meta definida, analizar los pasos que conducen a ella, entrenarse, recibir el feedback inmediato para poder corregir o perseverar, comprometerse continuamente a salir de la zona de confort. El ejercicio físico es un claro ejemplo. Cuando sometemos los músculos a un esfuerzo, al principio el cuerpo se cansa pronto, pero si continuamos con el entrenamiento, el organismo producirá nuevos capilares que proporcionarán más oxígeno y permitirán alcanzar el confort a un nivel superior. La angiogénesis (la generación de nuevas arterias) muestra que la función crea el órgano. En el cerebro podemos hablar de neurogénesis. Aparece así lo que he llamado el «bucle prodigioso». Las aptitudes que tenemos permiten rediseñar esa misma aptitud. Por eso no podemos decir que una persona nace con una cantidad de inteligencia cuantificable. Es como si dijéramos que una semilla contiene ya el tamaño final del árbol. Si carece del entorno adecuado, tal vez ni siquiera germine.

¿Significa lo que dice Ericsson que todo el mundo puede ser un genio? No. Lo que dice es que el talento está al final, no al principio. Es la misma tesis que defiendo en mi libro Objetivo: Generar talento. Algunos investigadores han criticado lo que consideran un optimismo exagerado. Piensan que el entrenamiento no puede explicar más del 30% de la calidad del desempeño. Sería insensato afirmar que todo el mundo puede ser Mozart, pero también sería insensato negar que todo el mundo puede mejorar su habilidad. Las características innatas influyen, pero solo hasta cierto punto. Ericsson se dio a conocer con un experimento en la academia de música de Berlín. Dividieron a los alumnos de violín en tres grupos según su calidad: alta, media y baja. A todos se les hizo la misma pregunta: ¿Cuántas horas has practicado desde que comenzaste a aprender? A los veinte años, los alumnos destacados, a los que se les podía pronosticar una gran carrera, habían practicado diez mil horas; los alumnos simplemente buenos, unas ocho mil; y los mediocres, al

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