Una breve historia del capitalismo (Flash Ensayo)

Ha-Joon Chang

Fragmento

cap-6

SEÑORA LINTOTT: Ahora dígame, ¿cómo define usted la historia, señor Rudge?

RUDGE: ¿Puedo hablar con entera libertad, señora? ¿Sin ser castigado?

SEÑORA LINTOTT: Yo lo protegeré.

RUDGE: ¿Que cómo defino yo la historia? Como una maldita cosa después de otra.

ALAN BENNETT, The History Boys

Una maldita cosa después de otra: ¿para qué sirve la historia?

Muchos lectores probablemente sentirán hacia la historia lo mismo que sentía el joven Rudge en The History Boys, la exitosa pieza teatral de Alan Bennett (llevada a las pantallas en 2006) sobre un grupo de muchachos brillantes pero sin recursos de Sheffield que intentan ser admitidos en Oxford para estudiar historia.

Muchas personas consideran que la historia económica, o la historia de cómo han evolucionado nuestras economías, no tiene ningún sentido. ¿Realmente necesitamos saber lo que ocurrió hace dos o tres siglos para corroborar que el libre comercio fomenta el crecimiento económico, que los impuestos altos desalientan la creación de riqueza o que la reducción de la burocracia estimula las actividades comerciales? ¿Acaso estos y otros saberes económicos de nuestra época no son, sin excepción alguna, proposiciones derivadas de teorías de una lógica irrefutable y confirmadas por una enorme cantidad de datos estadísticos contemporáneos?

La mayoría de los economistas están de acuerdo con ello. La historia económica fue una materia obligatoria en los planes de estudio de las facultades de ciencias económicas de la mayoría de las universidades norteamericanas hasta los años ochenta, pero cabe señalar que muchos de esos centros ya ni siquiera ofrecen cursos sobre historia económica. Entre los economistas de orientación más teórica incluso impera cierta tendencia a considerar la historia económica, en el mejor de los casos, como una distracción inofensiva —como contar los vagones de un tren—, y en el peor de ellos como un refugio para los intelectualmente discapacitados que no pueden manejar material «duro» como las matemáticas y las estadísticas.

Sin embargo, he decidido presentar a mis lectores una breve (bueno, quizá no tan breve) historia del capitalismo porque es vital tener algún conocimiento de esa historia para poder comprender plenamente los fenómenos económicos contemporáneos.

La vida es más extraña que la ficción: por qué la historia importa

La historia afecta al presente, no solo por ser lo que existió antes de nuestra época, sino también porque la historia (o, mejor dicho, lo que creemos saber sobre ella) determina nuestras decisiones. Muchas recomendaciones políticas están respaldadas por ejemplos históricos porque no existe nada tan eficaz como los casos reales —exitosos o no— para convencer a la gente. Por ejemplo, quienes promueven el libre comercio siempre señalan que Gran Bretaña y después Estados Unidos llegaron a ser superpotencias económicas mundiales gracias al libre comercio. Si comprendieran que su visión de la historia es incorrecta (como demostraré más adelante), tal vez no pondrían tanto empeño en recomendar esas políticas. Y también les resultaría más difícil convencer a otros.

La historia también nos fuerza a cuestionar algunos supuestos que damos por sentados. Cuando uno tiene conocimiento de que muchas cosas que hoy no pueden comprarse ni venderse —seres humanos (esclavos), trabajo infantil, cargos de gobierno— solían ser perfectamente comercializables, deja de pensar que la frontera del «libre mercado» fue trazada por alguna ley científica atemporal y comienza a darse cuenta de que puede ser retrazada. Cuando nos enteramos de que las economías capitalistas avanzadas crecieron más rápido que nunca en la historia entre las décadas de 1950 y 1970, una época de fuertes regulaciones e impuestos altos, enseguida nos volvemos escépticos ante la idea de que, para promover el crecimiento, hay que bajar los impuestos y reducir la burocracia.

La historia sirve para resaltar los límites de la teoría económica. La vida es a menudo más extraña que la ficción, y la historia está plagada de experiencias económicas exitosas (a todos los niveles: naciones, empresas, individuos) que no pueden ser explicadas a la perfección por una sola teoría económica. Por ejemplo, si solo leemos The Economist o The Wall Street Journal, de lo único que nos enteraremos es de la política de libre comercio de Singapur y su receptividad a la inversión extranjera. Esto puede llevarnos a concluir que el éxito económico de Singapur es una prueba fehaciente de que el libre comercio y el libre mercado son la mejor receta para el desarrollo económico... hasta que tenemos noticia de que casi toda la tierra en Singapur es propiedad del Estado, de que el 85 por ciento de las viviendas las otorga un organismo estatal (el Housing and Development Board) y de que el 22 por ciento de la riqueza nacional la producen empresas públicas (el promedio internacional ronda el 10 por ciento). No hay un solo tipo de teoría económica —neoclásica, marxista, keynesiana o la que sea— que pueda explicar el éxito de esta combinación de mercado libre y socialismo. Ejemplos como este deberían volvernos más escépticos respecto del poder de las teorías económicas y más cautos a la hora de sacar conclusiones políticas.

Por último, aunque no por ello menos importante, necesitamos prestar atención a la historia porque tenemos el deber moral de evitar en la medida de lo posible los «experimentos» con la gente. Desde la planificación central en el antiguo bloque socialista (y su transición estilo «big bang» al capitalismo) hasta los fracasos de la «economía de la filtración» en Estados Unidos y el Reino Unido en las décadas de 1980 y 1990, pasando por el desastre que supusieron las políticas de «austeridad» en la mayoría de los países europeos después de la Gran Depresión, la historia está plagada de experimentos radicales en materia de política económica que han destruido las vidas de millones, tal vez decenas de millones de personas. Estudiar historia no nos permitirá evitar por completo los errores en la actualidad, pero debemos poner todo nuestro empeño en extraer lecciones de la historia antes de formular políticas que afectarán a vidas humanas.

Si alguno de los puntos antes mencionados logró convencerlo, por favor, continúe leyendo el resto del capítulo; una lectura que probablemente pondrá en duda algunos «hechos» históricos que usted creía conocer y que por lo tanto, con un poco de suerte, transformará (al menos un poco) su manera de entender el capitalismo.

La tortuga contra los caracoles: la economía mundial antes del capitalismo

Europa occidental creció muy lentamente...

El capitalismo comenzó en Europa occidental, especialmente en Gran Bretaña y los Países Bajos (las actuales Bélgica y Holanda), entre los siglos XVI y XVII. Por qué comenzó allí —en vez de hacerlo, por ejemplo, en China o India, dos países comparables a Europa occidental en sus niveles de desarrollo económico hasta entonces— es un tema que viene siendo objeto de un intenso debate. Las explicaciones son múltiples y van desde el desprecio de la élite china por las cuestiones prácticas (como el comercio y la industria) hasta el descubrimiento de América y la disposición de los yacimientos de carbón

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