Hay vida después de la crisis

José Carlos Díez

Fragmento

1. ¿Qué nos ha pasado?

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¿Qué nos ha pasado?

Los hombres prácticos, que se creen libres de toda influencia intelectual, son generalmente esclavos de algún economista difunto.

J. M. KEYNES

Irving Fisher (1867-1947) es uno de los grandes economistas de la historia. En los años veinte del siglo pasado, siendo catedrático de la Universidad de Yale, el gobierno de Estados Unidos le encomendó una importante misión. Se habían producido revueltas de trabajadores que se quejaban de sus condiciones laborales y solicitaron a Fisher que preparase un indicador de referencia para las negociaciones salariales entre las empresas y los trabajadores. Fisher estudió la teoría estadística de los números índices y elaboró lo que en la actualidad seguimos calculando y llamando índice de precios al consumo (IPC).

El Instituto Nacional de Estadística (INE) realiza todos los años una encuesta a unas 1.000 familias españolas. Les pide que una semana de cada trimestre anoten cuánto dinero se gastan y en qué tipo de bienes y servicios. Con esta información se crea una cesta de la compra promedio. A continuación, se elige una serie de tiendas y establecimientos donde se hará la recogida de precios, catas y muestras varias veces al mes. El IPC diseñado por Fisher nos permite saber la variación mensual y anual de esa cesta de la compra. Lo normal es que suba y eso es lo que llamamos inflación.

Seguramente el IPC es la estadística que más críticas recibe, ya que la mayoría de nosotros pensamos que no representa la economía de nuestros hogares. Pensamos bien. En España hay 46 millones de personas y el INE calcula una única cesta, de manera que la probabilidad de que esa cesta sea la de uno de nosotros es igual a la de que nos toque la lotería. Pero la realidad es que las familias, a diferencia de las empresas, no acostumbramos a llevar al detalle la contabilidad de nuestros gastos e ingresos y por tanto el IPC al menos nos permite conocer la media de la evolución de los precios.

Fisher fue más lejos y, a partir del indicador de inflación, se embarcó en la revisión de la teoría monetaria clásica y definió matemáticamente lo que conocemos como tipo de interés real. El tipo de interés, descontada la inflación, es el precio relativo más importante de una economía, ya que determina la inversión de las empresas y buena parte de las decisiones de consumo de las familias.

Además de su actividad académica, Fisher tenía una empresa de asesoramiento de inversiones financieras desde la que emitía informes periódicos, algo similar a lo que hace este economista observador en Intermoney. Unos días antes del lunes negro de 1929, Fisher afirmó en uno de sus informes que la bolsa de Nueva York no estaba sobrevalorada. Un año más tarde la bolsa había caído un 30 %. Siendo coherente con sus análisis y con sus principios, entendió que en 1930 el precio de las acciones estaba bajísimo e invirtió su patrimonio personal y el de su familia política en bolsa. En 1932 la bolsa acumulaba una caída del 80 % desde 1929, así que Fisher había dilapidado su patrimonio y la fortuna de sus suegros.

APRENDER DE LOS ERRORES

Un año después Fisher reconoció su error y lo analizó en un artículo titulado «La deflación de activos y la teoría de las grandes depresiones», publicado en la prestigiosa revista Econometrica. Su análisis sigue siendo un referente para los economistas y una guía perfecta para entender la crisis actual que padecemos, y, lo que es más importante, para diseñar la política económica que nos saque de ella.

Al estudiar los ciclos económicos en Estados Unidos, Fisher identificó otras dos depresiones anteriores en ese país, ambas en el siglo XIX; una en los años veinte y otra en los años setenta. Ningún ciclo ni ninguna crisis es igual a la anterior, pero Fisher observó ciertas constantes en esas tres graves crisis: en todas ellas se dio una primera fase de sobreendeudamiento que fue seguida de algún acontecimiento que provocó la deflación de activos, la descapitalización del sistema bancario y el colapso del crédito que arrastró las economías hacia dinámicas depresivas y deflacionistas. Estos tres episodios identificados por Fisher fueron precedidos por un intenso período de sobreendeudamiento y euforia financiera. Tal y como explican otros dos grandes economistas actuales, Carmen Reinhart y Kenneth Rogoff, durante cada uno de esos períodos siempre hubo argumentos para pensar que aquella vez sería diferente y que la burbuja financiera no acabaría en desastre.

El dinero pierde valor con el paso del tiempo debido a la inflación. Por eso los economistas usamos el PIB para hacer que los datos sean homogéneos y comparables. Gracias a dichos modelos comparativos, podemos concluir que desde mediados de los años noventa del siglo pasado hasta al año 2007, la deuda de las familias estadounidenses se triplicó. Mientras que en 1995 esta deuda suponía dos tercios del PIB americano, en 2007 llegó casi al 100 %, la mayor parte dedicada a invertir en vivienda.

El denominador del ratio, el PIB, creció con fuerza durante el período. Pero el numerador creció aún más y el ratio alcanzó niveles desconocidos en la historia de Estados Unidos. Aunque los salarios perdían peso cada año en la distribución de la renta y apenas conseguían subir por encima de la inflación, las familias se embarcaron en procesos de endeudamiento, ya que pensaban que lo que estaba sucediendo era estable y duraría de por vida. Es un fenómeno conocido como «expectativas autorrealizables» o «exuberancia irracional».

Dado que la vivienda es un bien que no se puede exportar, los ciclos inmobiliarios solían ser un fenómeno local. Sin embargo, en la última década del siglo pasado asistimos al surgimiento de burbujas inmobiliarias en otros países. Además de en España, también en el Reino Unido y Dinamarca, entre otros. Las razones que lo explican son globales y no locales: bajos tipos de interés, boom crediticio internacional, globalización financiera, exceso de ahorro en China, Oriente Próximo, Alemania y Japón, y la fuerte demanda de activos con máxima calidad crediticia, como eran las titulizaciones hipotecarias.

En el caso español, durante el mismo período descrito anteriormente en Estados Unidos, la deuda de las familias pasó del 30 % del PIB en 1995 al 80 % en 2007. La entrada en el euro nos permitió disfrutar de tipos de interés reales muy reducidos y acceder a los mercados de capitales internacionales en medio de la que era la mayor burbuja de crédito global desde los años veinte del pasado siglo. Sin tener en cuenta estos factores es imposible explicar la burbuja inmobiliaria de nuestra economía. No obstante, como sucedió en Estados Unidos y en el resto de los países, sólo con estos factores tampoco podemos explicarla.

El endeudamiento produce los mismos efectos que el alcohol: genera endorfinas positivas al consumirlo, pero al despertar nos

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