El último que apague la luz

Lluís Bassets

Fragmento

el_ultimo_que_apague_la_luz-2.xhtml

adorno

INTRODUCCIÓN

Esta es una escena contemporánea, el diorama de un conflicto de nuestro tiempo, el símbolo de un fin de época. La rotativa se parará después de tirar el último ejemplar del periódico. Las camionetas saldrán por última vez a emprender sus rutas de reparto. Solo faltará que alguien apague las luces y deje las instalaciones enteras oscuras y vacías, con la sala de redacción desierta y silenciosa en el centro del escenario.

Esa cabecera centenaria que se identifica con el nombre y con la historia de una ciudad, que ha presidido los desayunos de todas las familias en épocas de paz y en épocas de guerra, durante los largos periodos de prosperidad y durante las crisis, y en cuyas páginas han aprendido a leer todos los niños de esta poblada metrópolis, dejará de publicarse y ya no estará nunca más en los quioscos ni seguirá deslizándose cada mañana por debajo de la puerta o cayendo en el buzón de la escalera de vecinos.

Esto ya ha sucedido en los últimos años en muchas ocasiones, sobre todo en el país donde más desarrollada estaba la industria de la prensa impresa, que es Estados Unidos. Pero no es un guion lejano y ajeno, sino una pieza dramática, incluso una tragedia, que ya ha empezado a representarse en toda Europa y que pronto va a tomar un ritmo endiablado entre nosotros.

Desaparecen las cabeceras y desaparecen los puestos de trabajo. En las rotativas, por supuesto, en la distribución, en los departamentos de publicidad y de marketing. También desaparecen los quioscos de prensa, negocios tan decadentes como lo es hoy el periódico impreso. Y desaparecen los periodistas, antes una profesión nutrida y próspera, estos días disminuidos en sueldos y en ofertas de trabajo, precarizados y prejubilados, expulsados de su oficio y sustituidos incluso por el público que antes les leía y adoraba y ahora les reemplaza, pues son los propios lectores los que alimentan las nuevas webs de agregación y de contenidos generados gratuitamente.

Esa es la peor noticia que puede dar un periódico. Porque es sobre el periódico mismo y porque es la noticia de su desaparición. El pudor periodístico siempre ha dificultado la información sobre el propio periódico y el propio negocio. Puede que fuera falso. Pero esta era la costumbre. Los periodistas no eran noticia. Dar noticias sobre uno mismo no puede ser bueno. Suelen ser malas noticias. O al menos, noticias incómodas. Y si son buenas, fruto del autobombo periodístico o de las exigencias crecientes del marketing del propio periódico, son increíbles para los periodistas, acostumbrados a mirar con recelo cualquier noticia positiva.

Vaya si serán noticia ahora. Y además tendrán que darla, tendremos que darla. Será la peor de todas, la que ningún director de periódico quiere dar en su primera página: que mañana ya no saldremos. Es una necrológica anticipada. Necrológica del periódico y necrológica de la noticia. Nada hay tan deprimente como la noticia de que ya no volveremos a dar noticias.

Esta noticia que hemos leído ya varias veces y que sabemos que leeremos más veces en el futuro tiene un tope que cuesta imaginar, aunque ya esté a la vuelta de la esquina. Un mundo sin periódicos impresos, una mañana sin periódico que comprar en ese quiosco de la esquina que ya cerró hace años, con el único consuelo de una vaga reminiscencia en el teléfono o en la tableta digital. ¿Un mundo sin nosotros, los periodistas?

EL OBSERVATORIO DE LOS PERIÓDICOS MUERTOS

En Estados Unidos, donde todo esto está ya muy avanzado, hay una página digital que funciona desde 2007 y recopila estas noticias nefastas. Se llama Newspaper Death Watch (NDW), el observatorio de la muerte de los periódicos, y tiene catalogadas en los últimos cinco años, desde que se fundó, catorce cabeceras que se han esfumado totalmente y nueve más que han dejado de imprimir en papel a diario y cuentan con edición exclusivamente online o híbrida con impresión solo algunos días de la semana, lo que supone el paso previo a la desaparición total de la edición en papel.

En el paisaje de Estados Unidos ya se cuentan muchas grandes metrópolis sin periódicos locales y estados enteros sin cabeceras que les representen. Hace unos años la desaparición de cabeceras limitaba el pluralismo en aquellas ciudades donde había más de un periódico. Ahora elimina sencillamente la misma posibilidad de contar con buena e intensa información de cobertura local. Esto todavía no ha llegado del todo a Europa, pero no tardará en suceder, y significa que las instituciones públicas y privadas de los nuevos desiertos informativos no contarán con unos periodistas profesionales bien remunerados y dedicados al escrutinio y a la difusión de sus actuaciones.

Tragedia he escrito al principio. Quizás es exagerado. Paul Gillin, el editor de NDW, se lo toma con un cierto sentido del humor, incluso en la presentación de su web, y con un punto de esperanza: Chronicling the Decline of Newspapers and the Rebirth of Journalism (Crónica del declive del periódico y de la resurrección del periodismo) es el lema que consta bajo la cabecera de su diario digital. Dejémoslo pues en un grado inferior a la tragedia.

Digamos que de momento es un drama, con algo de doméstico y vulgar, como corresponde a un artefacto compuesto por unos pliegos de papel impreso, doblado cuidadosamente, que tiene tacto y olor, al que hemos convertido durante una larga época en hábito y fetiche. Su modestia y los múltiples usos que le hemos dado a ese pliego de papel impreso no debería dar pie a muchas elegías, pero en cuanto ponemos en marcha la máquina nostálgica de la memoria nos damos cuenta del lugar que ha ocupado durante los dos últimos siglos en el paisaje visual de la vida cotidiana y en el funcionamiento de nuestras sociedades.

Una de las discusiones de nuestra época versa sobre la fecha de la defunción, cuestión en la que hay para todos los gustos, pero que la realidad no tardará en superar. Han quedado ya totalmente desbordados quienes situaban la publicación del último ejemplar de periódico en el momento en que el siglo se acercaría a su meridiano. Pero el cataclismo se producirá mucho antes, muy cerca de la fecha en que se escriben estas líneas, y habrá contribuido a ello con especial intensidad la Gran Recesión iniciada en Estados Unidos en 2007 y que ahora golpea con fuerza inusitada las economías mediterráneas de la Unión Europea.

No vamos a entretenernos aquí en el debate sobre las fechas del apocalipsis. Todos los efectos que interesan a la hora de la discusión ya los tenemos a mano, en forma de desaparición de cabeceras, eliminación de puestos de trabajo, desin

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos