¿Y esto quién lo paga?

Francisco De la Torre

Fragmento

1. Introducción. Impuestos y populismo tras la pandemia

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Introducción. Impuestos y populismo tras la pandemia

En este mundo sólo hay dos cosas seguras, la muerte y pagar impuestos.[1]

BENJAMIN FRANKLIN, Padre Fundador de
Estados Unidos e inventor del pararrayos

El mundo ha cambiado más en los últimos tres años que en las dos últimas décadas. Por una parte, hemos sufrido, durante más de dos años, una profunda crisis causada por la pandemia. Poco después, el ejército ruso invadía Ucrania, iniciando la primera guerra en Europa en mucho tiempo. Las consecuencias políticas, económicas y sociales del conflicto bélico han alcanzado al mundo entero y especialmente a Europa. Son tiempos de incertidumbre en los que hemos visto demasiadas muertes, y estamos inmersos en una nueva y prolongada crisis económica cuando todavía no habíamos superado las secuelas de la anterior.

Todo ha sucedido a tal velocidad que cualquier ciudadano apenas entiende nada, pero tenemos bastante claro que han sido tres los factores fundamentales para contrarrestar los graves efectos de la pandemia: las reglas de higiene, la sanidad y los avances científicos. En todas ellas la financiación es imprescindible, y sin el pago de impuestos simplemente no existirían los recursos económicos necesarios para sostener esta lucha. Aún menos se puede dudar de que mantener una guerra cuesta vidas y también dinero, que fundamentalmente pone el contribuyente, es decir, que se exige mediante impuestos. En el caso de Ucrania, con una economía arrasada, si ha podido continuar su lucha por la independencia, la libertad y la democracia ha sido porque se le han facilitado armas que han pagado los contribuyentes europeos y estadounidenses. Por suerte, la máxima de Benjamin Franklin se ha cumplido en su totalidad.

Por otra parte, en España la sanidad la hemos pagado sobre todo con impuestos. En casi todo el mundo, los servicios sanitarios se han pagado con impuestos. Efectivamente, hay servicios sanitarios que se ofrecen en el mercado, y que por consiguiente tienen un precio. Sin embargo, cuando nos enfrentamos a una pandemia, que por definición es contagiosa, hay que atender a todos los enfermos, puedan pagarlo o no. Algo similar se puede decir de la innovación científica, los tratamientos y las vacunas. El coste fundamental de tratamientos y vacunas es una enorme inversión inicial. El coste individual de producción en el caso de la fabricación masiva de medicamentos o vacunas es muy pequeño. Eso hace necesario, o por lo menos muy conveniente, financiar buena parte de los nuevos tratamientos y vacunas mediante impuestos. Pero, sobre todo, si hay que vacunar al 85 por ciento de la población o más, tenemos que hacerlo tanto si un individuo quiere y puede pagarlo como si no.

Por otra parte, los virus mutan, y el coronavirus causante de la pandemia de la COVID-19 no es una excepción, precisamente. Esto es algo que ya preveía la teoría de la evolución, y es que la evolución ocurre por mutación. Por esa razón, tenemos variantes que son probablemente más letales que la cepa original, y sin duda alguna más contagiosas. Si el coronavirus sigue circulando entre cientos de millones de personas, es probable que alguna variante sea resistente a las vacunas. Por esa razón, hasta que un porcentaje significativo de la población mundial esté vacunada no estaremos seguros. Y la realidad es tozuda: esta gran coordinación global sólo será posible con los recursos fruto del pago de impuestos, tanto en la investigación como en la distribución y el pago del personal que pone los pinchazos.

Frente a la certeza de que los impuestos pueden ser odiosos, pero necesarios, en estos días resurge el populismo fiscal en sus dos variantes fundamentales. La primera es que, para recuperar la economía, hacer una transición ecológica hacia un planeta más limpio y seguro o reducir sustancialmente las desigualdades, lo único que hace falta es subir los impuestos, y, por supuesto, este aumento no tendría ningún coste económico. La segunda variante considera, literalmente, que «todo impuesto es un robo», que no existe «justificación filosófica» para los impuestos y que, sobre todo, a la economía le iría mejor bajando impuestos, ahora y siempre, por los siglos de los siglos.

Todas estas cuestiones merecen un análisis en profundidad porque falta conocimiento de lo que realmente son los impuestos y de sus consecuencias. Existe una creencia bastante extendida de que en España se pagan unos impuestos demasiado elevados, sobre todo si los comparamos con nuestros vecinos europeos. Este es el punto de partida del populismo fiscal de derechas; se pueden rebajar de forma drástica los impuestos, y así recaudaríamos incluso más. Aquí conviene no cerrar los ojos ante la realidad, y esta es que los impuestos indirectos en España están entre los más bajos de Europa. Pensemos tan sólo que el precio del combustible es menor aquí que en todos nuestros vecinos europeos.[2]Esto se debe a que los denominados «impuestos especiales sobre el alcohol, el tabaco y los carburantes» son los más reducidos de Europa.

Eso sí, el IRPF no es precisamente reducido, sino que está entre los de mayor progresividad de Europa. Esto quiere decir que los contribuyentes de rentas medias y medias altas declaradas pagan más en España que en otros países. Aun así, hay bastantes países que recaudan más que nosotros de sus impuestos directos; en recaudación del IRPF estamos en la media, es decir, la recaudación del IRPF dividida por el PIB da una ratio parecida a la de otros países. Algo similar se puede decir de la recaudación de cotizaciones de la Seguridad Social, que suponen el recurso público más importante. (Un inciso: las cotizaciones no son exactamente un impuesto que se paga a cambio de nada, sino una aportación que da derecho a una pensión en el futuro).

Con todo esto, el lector se estará preguntando cómo es posible que recaudemos menos que nuestros vecinos europeos con impuestos que no son precisamente bajos, al menos los directos. Esto se suele medir en términos de presión fiscal, es decir, el resultado de dividir la recaudación total de impuestos y contribuciones sociales por el producto interior bruto (PIB, todo lo que produce la economía en un año). Aquí estamos claramente por debajo de la mayor parte de Europa, aunque en los últimos años la distancia se ha reducido bastante. La explicación puede estar, al menos en parte, en que hay más fraude fiscal y una mayor economía sumergida, pero no es la razón más importante.

Señalaba Adam Smith en La riqueza de las naciones que el trabajo de los habitantes de un país es la verdadera fuente de riqueza. Esto es particularmente cierto en lo que se refiere a la recaudación de impuestos. Aproximadamente el 80 por ciento de la recaudación del IRPF proviene de las rentas del trabajo. Por otra parte, las cotizaciones sociales también proceden sobre todo del trabajo personal. Si más de la mitad de la recaudación de las arcas públicas procede del trabajo personal asalariado, nuestra recaudación depende del empleo. Y somos el país con la mayor tasa de desempleo de Europa. En consec

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