Economía liberal para no economistas y no liberales

Xavier Sala i Martín

Fragmento

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Bill Gates y la duquesa de Alba

Sea lo que sea lo que el futuro nos depare, la historia pasada y la experiencia actual nos muestran que la riqueza que se ha creado gracias a la economía de libre mercado es poco menos que espectacular. Fijémonos, por ejemplo, en esas personas a las que llamamos «clase media» de un país europeo típico. No es necesario que se trate de uno de los países más ricos del mundo, sino de uno normal, de un país como el nuestro. La familia media o típica de hoy en día puede hacer cosas que, en el siglo XVIII, sólo hacían los reyes franceses (antes de que les cortaran la cabeza, claro está). En aquellos tiempos, sólo los príncipes, la realeza y la nobleza podían comer tres veces al día, viajar en carruajes, escuchar sinfonías, visitar el extranjero, lavarse con jabón y perfumarse, cocinar con especias, poseer más de un vestido y una muda, disfrutar de las pinturas de los clásicos, leer libros o tener una dieta saludable y variada. La familia media de esos tiempos vivía en régimen de subsistencia, trabajando de sol a sol, haciendo a menudo una única comida al día, sin poder disfrutar del ocio ni de las vacaciones, sin acceso a la cultura o a la ciencia y con el miedo a morir, junto con la mitad de la población, si el clima no era favorable.1

Hoy en día las cosas son completamente distintas. La familia media —que, por cierto, es una familia trabajadora—, come tres veces al día, viaja en coche o en moto, dispone de un equipo de música, visita el extranjero durante sus vacaciones, tiene más de una veintena de especias en la despensa y el armario lleno de ropa, perfumes, jabones, champús y cosméticos, puede visitar los museos

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donde se exponen las pinturas más importantes de la historia, tiene un centenar de libros en su casa y frecuenta los restaurantes italianos, japoneses, chinos, mexicanos, franceses y todo lo que se le pase por la cabeza. En otras palabras, la familia media puede hacer aquello que antes sólo hacían los reyes, los príncipes y los duques. Es más, se podría decir incluso que la familia media actual disfruta de unos niveles de bienestar superiores a los de los príncipes del siglo XVIII, ya que puede hacer y tener cosas que los reyes Luises ni tan siquiera hubiesen podido soñar: agua corriente en casa, lavabos que se llevan los restos con sólo tirar de la cadena, luz al pulsar el interruptor, frigoríficos para guardar los alimentos, teléfonos para comunicarse al instante con cualquier punto del planeta, aspirinas para eliminar el dolor de cabeza, viajes en avión que permiten ir de un continente a otro en pocas horas, acceso a la ciencia, la cultura y las tecnologías de todas las sociedades del mundo, dientes sin caries, instrumentos ópticos para ver mejor, la posibilidad de tener hijos sin que sea muy probable que se mueran al poco tiempo de nacer, televisores, ordenadores y juegos de vídeo, maquinillas de afeitar que no irritan la piel o incluso pastillas Viagra que perpetúan la alegría cuando la naturaleza ha dicho basta.

Un sistema económico que, en cuestión de doscientos años, ha conseguido que la familia media viva en unas condiciones que los reyes de antaño habrían calificado de lujosas y que ahora son de lo más normal tiene que ser, sin lugar a dudas, un sistema prodigioso. Pues eso es, precisamente, lo que ha conseguido el sistema económico de libre mercado.

Algunos lectores querrán argumentar que todo eso se ha conseguido gracias a los avances tecnológicos y no gracias a las economías de mercado. Y tendrán una parte de razón. Ahora bien, la pregunta es por qué estos avances tecnológicos se han llevado a cabo en un marco de economía de mercado. La respuesta es que, como en el ejemplo de la máquina de leer textos para los invidentes a la que aludíamos al comienzo del libro, la mayor parte de las mejoras tecnológicas las han hecho empresas que lo que pretenden es ganar dinero con la venta de los productos inventados. Y es este afán de lucro el que las lleva a invertir las grandes sumas de dinero en investigación y desarrollo responsables del progreso técnico. La economía de mercado, pues, proporciona el marco económico que permite generar la innovación. En el capítulo titulado «La economía de las ideas» volveremos a hablar de la relación entre el mercado y el progreso técnico.

Una vez dicho todo esto, cabe recordar que no todos los ciudadanos de un país son la familia media. Si bien la inmensa mayoría de las familias trabajadoras de la actualidad también vive mejor que los reyes de hace dos siglos, lo cierto es que algunas viven mejor que otras. Es decir, hay diferencias o desigualdades de renta y de riqueza. Estas diferencias son la consecuencia de la actividad económica normal. Algunos de los agentes económicos acaban ganando mucho, otros acaban ganando poco y finalmente otros acaban perdiendo dinero. Por ejemplo, el empresario con éxito acaba siendo bastante rico, mientras que el empresario fracasado acaba no ganando nada o incluso perdiendo; el empleado cualificado puede trabajar a cambio de un salario elevado y el trabajador no cualificado tiene una remuneración baja; el ciudadano que trabaja muchas horas obtiene más ingresos que el que trabaja pocas. Así pues, la actividad económica normal crea diferencias o desigualdades de renta. Estas desigualdades son objeto de crítica feroz por parte de los enemigos del sistema de libre mercado, quienes las califican de injustas y las utilizan como evidencia de su mal funcionamiento. De ahí que haya que analizar las desigualdades de renta y riqueza generadas por los mercados.

Lo primero que debemos señalar es que hay dos tipos de desigualdades. La primera no sólo es buena sino socialmente justa: si una persona gana poco dinero porque se pasa el día haciendo el vago viendo la televisión y porque nunca se ha esforzado en estudiar ni en cualificarse, es normal que gane menos que otra persona que ha hecho un esfuerzo por estudiar y que trabaja todo el día. Si un empresario innovador se ha inventado un producto que todo el mundo desea comprar, es normal que el sistema le premie con más riqueza que al empresario que produce cosas que nadie quiere utilizar. De hecho, ya hemos apuntado que es precisamente la posibilidad de ganar dinero lo que lleva a los empresarios a producir bienes y servicios que dan felicidad a la gente y que ello es lo que hace funcionar la economía. Si la posibilidad de hacerse rico no existiera, la gente no trabajaría, no invertiría, no se educaría y no innovaría, y todos saldríamos perdiendo. Así pues, en la medida en que las desigualdades de renta vengan por esta vía, son desigualdades deseables y deben ser bienvenidas.

El segundo tipo de desigualdad es malo y socialmente injusto. Por ejemplo, hay personas que ganan poco, no porque no quieran trabajar más sino porque la pobreza de sus padres les impidió asistir al colegio y ahora tienen muy poca formación (y, por lo tanto, co

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bran unos salarios muy bajos) o porque han padecido una enfermedad o han sufrido un accidente que les impide trabajar en condiciones normales. Esta situación es socialmente injusta y es deseable que la sociedad cree mecanismos que ayuden a estas personas desprotegidas a disfrutar de la oportunidad de ganarse la vida dignamente. En el próximo capítulo analizaremos la necesidad de que el gobierno se encargue de eliminar este segundo tipo de desigualdades sin eliminar el primero llevando a cabo políticas que persigan la igualdad de oportunidades (en contraposición a la igualdad de resultados).

Antes de discutir el papel del gobierno, sin embargo, me parece pertinente recordar que las desigualdades de renta no son patrimonio exclusivo de la economía de mercado. Los otro

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