Sabiduría cotidiana del monje que vendió su Ferrari

Robin Sharma

Fragmento

AGRADECIMIENTOS

AGRADECIMIENTOS

En primer lugar, gracias a las personas de todo el mundo que han leído los libros de la serie El monje que vendió su Ferrari y han tenido la sabiduría de aplicar el conocimiento compartido, enriqueciendo no solo sus propias vidas, sino también las vidas de todos aquellos a su alrededor. Me ha encantado recibir sus cartas y mensajes de correo electrónico así como saber que las lecciones que he ofrecido les han ayudado en sus viajes. Mi enhorabuena por haber tenido el coraje de cambiar, crecer y dirigir.

Un agradecimiento especial a mis amigos de HarperCollins, quienes me han apoyado, animado e inspirado para que continuara escribiendo estos libros. Deseo expresar mi gratitud a Iris Tupholme, Claude Primeau, Judy Brunsek, David Millar, Lloyd Kelly, a mi agente publicitaria Doré Potter, Marie Campbell, Pauline Thompson, y especialmente a Nicole Langlois, mi afectuosa, perspicaz y maravillosa editora.

También mi reconocimiento a la dedicación de mi asistente ejecutiva Ann Green, por organizar mi agenda mientras escribía este libro, a mi colega Richard Carlson —un hombre que vive el mensaje que predica— y a mi amigo Malcolm MacKillop, por dejarme su casa junto al lago para que pudiera alejarme del mundo y así concluir Sabiduría familiar en medio de un paisaje impresionante.

Gracias también a todos mis mentores, incluidos Gerry Weiner, Ed Carson y Lorne Clarke, por animarme a «mantener el rumbo». Mi gratitud hacia todas y cada una de las empresas que me han permitido impartir mis lecciones acerca del liderazgo en sus conferencias, y que han tenido la sabiduría de reconocer a las personas que constituyen el alma de sus empresas. Mis gracias más sinceras a Jill Hewlett por ser tan buena guía, y también a mis padres, Shiv y Shashi Sharma, por ser tan espléndidos ejemplos de padres, y por todo el amor, bondad y apoyo con que me han colmado. Gracias además a mi hermano Sanjay y a mi cuñada Susan, por estar allí cuando más los necesitaba.

Finalmente, doy las gracias a Colby y Bianca, mis dos hijos, por la felicidad que me proporcionan.

Dentro de cien años a partir de hoy no importará cuál era el saldo de mi cuenta corriente, el tipo de casa donde vivía o la marca de coche que conducía. Pero el mundo quizá sea diferente porque fui importante en la vida de un niño.

ANÓNIMO

Vivir en los corazones que dejamos atrás significa no morir.

THOMAS CAMPBELL

MI GRAN DESPERTAR

UNO

Mi gran despertar

Por lo general tenemos miedo de convertirnos en aquello que alcanzamos a atisbar en nuestros momentos más perfectos.

ABRAHAM MASLOW

La parte más triste de la vida no está en el acto de morir, sino en fracasar a la hora de vivir realmente cuando estamos vivos. Somos muchos los que solo disfrutamos de una pequeña parte de nuestras vidas y nunca permitimos que la plenitud de nuestra humanidad vea la luz del día. He aprendido que aquello que de verdad cuenta en la vida, al final, no es cuántos juguetes hemos coleccionado o cuánto dinero hemos acumulado, sino cuántos de nuestros talentos hemos descubierto y utilizado para añadir valor a este mundo. Lo que más importa son las vidas que hemos cambiado y el legado que hemos dejado. Tolstoi lo expresó muy bien cuando escribió: «Solo vivimos para nosotros mismos cuando vivimos para los demás».

Me llevó cuarenta años descubrir este sabio y sencillo punto. Cuarenta largos años para darme cuenta de que la realidad es que no se puede perseguir el éxito. El éxito sobreviene y fluye en su vida como un no buscado, pero inevitable subproducto de una vida dedicada a enriquecer las vidas de otras personas.

Cuando usted deje de enfocar la vida como una compulsión por sobrevivir y se comprometa para siempre a servir a otros, su existencia acabará inevitablemente convirtiéndose en un éxito.

Todavía no puedo creer que haya tenido que esperar hasta el «ecuador» de mi vida para descubrir que la verdadera realización del ser humano no la da conseguir todos aquellos grandes logros que salen en las primeras planas de los periódicos y en las portadas de las revistas, sino los sencillos y repetidos actos de bondad que cada uno de nosotros tenemos el privilegio de practicar a diario con simplemente proponérnoslo. La madre Teresa, una gran líder de los corazones humanos si es que alguna vez ha existido alguno, lo expresó de una manera notable: «No hay grandes actos, solo actos pequeños hechos con un gran amor». Esto lo aprendí en mi vida por las malas.

Hasta hace poco había estado tan ocupada en competir que me había olvidado de vivir. Había estado tan inmersa en la persecución de los grandes placeres de la vida que me había perdido todos los pequeños, las microalegrías que se entrelazan todos los días en el entramado de nuestras vidas aunque, a menudo, pasan inadvertidas. Mis días estaban sobrecargados, mi mente saturada y mi espíritu mal alimentado. Con toda sinceridad, mi vida reflejaba el éxito, pero estaba hecha una ruina en términos de significado espiritual.

Yo pertenecía a la vieja escuela que creía que la felicidad llegaría cuando me comprara el coche adecuado, me construyera la casa adecuada y me ascendieran al cargo adecuado. Juzgaba el valor de un ser humano no por el tamaño de su corazón y la fuerza de su carácter, sino por el tamaño de su billetero y lo bien surtida que estuviera su cuenta bancaria. Usted podría concluir que yo no era una buena persona. Yo le respondería que sencillamente no tenía idea alguna sobre el verdadero significado de la vida o cómo conducirme a mí misma. Quizá era por la clase de personas con las que me relacionaba, pero t

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