El triunfo de la injusticia

Emmanuel Saez
Gabriel Zucman

Fragmento

libro-1

INTRODUCCIÓN
REINVENTANDO LA DEMOCRACIA FISCAL

La noche del 26 de septiembre de 2016 había empezado con buen pie para Hillary Clinton. La antigua secretaria de Estado llevaba ventaja en su primer debate electoral contra Donald Trump, la estrella de la telerrealidad que se había impuesto en las primarias republicanas. Nervioso y agresivo, el candidato del Partido Republicano no cesaba de interrumpir a su oponente. La candidata demócrata, bien preparada y relajada, seguía anotándose tantos, cuando de repente el debate se centró en los impuestos.

Rompiendo con una tradición que se remontaba hasta principios de la década de 1970, Trump se había negado a publicar sus declaraciones de impuestos, aduciendo que se lo impedía una auditoría en curso del Servicio de Impuestos Internos. Clinton hostigaba al promotor inmobiliario milmillonario para que hablase de lo poco que había pagado a lo largo de los años: «La única vez que hemos visto alguna declaración de impuestos fue cuando trataba de conseguir una licencia para un casino, y lo que mostraban era que no había pagado los impuestos federales sobre la renta». Trump lo admitió con orgullo: «Eso demuestra mi inteligencia». Clinton no replicó. De poco habría servido una exposición desapasionada de las meditadas, cuidadosamente ponderadas y bien diseñadas soluciones tecnocráticas que tenía previstas para el código tributario de la nación.

En términos políticos, «Eso demuestra mi inteligencia» fue una salida muy astuta. El hecho de que uno de los hombres más ricos del país pudiera permitirse no pagar impuestos, como él mismo reconocía, era tan absurdo que reforzaba el relato central de la campaña de Trump. La clase dirigente de Washington había fallado al país. El código impositivo, al igual que todo lo demás, estaba amañado. En la respuesta de Trump resonaba el eco del antiguo presidente Ronald Reagan, con su célebre comparación del código fiscal con un «atraco diario». Tanto a juicio de Trump como de Reagan, la búsqueda incesante del interés propio promueve la prosperidad general. El capitalismo aprovecha la codicia humana en aras del bien común. Los impuestos son un impedimento y lo que hay que hacer es eludirlos.

Al mismo tiempo, «Eso demuestra mi inteligencia» exponía la paradoja de una ideología así. El incesante interés propio destruye las normas de la confianza y la cooperación que moran en el corazón de toda sociedad próspera. El propio Trump no sería nada sin las infraestructuras que conectan sus rascacielos con el resto del mundo, el sistema de alcantarillado que conduce sus residuos, los profesores que enseñaron a leer a sus abogados, los médicos y la investigación pública que cuidan de su salud, por no hablar de las leyes y los tribunales que protegen sus propiedades. Lo que hace prosperar a las comunidades no es una batalla campal sin restricciones, sino la cooperación y la acción colectiva. Sin impuestos no hay cooperación, ni prosperidad ni destino común; no hay ni tan siquiera una nación que necesite un presidente.

El alarde de Trump revelaba uno de los fracasos de la sociedad estadounidense. Había llegado a ser tan natural que los ricos no contribuyeran a las arcas públicas que un candidato a la presidencia lo reconocía abiertamente mientras su oponente no ofrecía en respuesta ninguna solución clara. El sistema tributario del país, la institución más importante de cualquier sociedad democrática, había fracasado.

Hemos escrito este libro con dos objetivos en mente; el primero, entender cómo se ha sumido exactamente en este caos Estados Unidos; el segundo, contribuir a arreglar el desastre.

EL TRIUNFO DE LA INJUSTICIA

El reconocimiento por parte del candidato Trump era solo una prueba anecdótica de una nueva injusticia en Estados Unidos. Incluso mientras sus ingresos crecían, mientras cosechaban los frutos de la globalización y su riqueza se disparaba hasta cotas nunca vistas, los estadounidenses más afortunados han visto caer sus tasas impositivas. Mientras tanto, las clases trabajadoras veían cómo se estancaban sus salarios, se deterioraban sus condiciones laborales, se disparaban sus deudas y subían sus impuestos. Desde la década de 1980, el sistema impositivo ha enriquecido a los ganadores de la economía de mercado y ha empobrecido a quienes obtenían pocas recompensas del crecimiento económico.

Toda democracia ha de debatir el tamaño apropiado de la Administración pública y el grado ideal de progresividad tributaria. Basándose en la historia y en la experiencia internacional, en las estadísticas y en el razonamiento abstracto, es natural que tanto los individuos como los países cambien a veces de opinión. Ahora bien, ¿acaso las variaciones en la política fiscal de las últimas décadas han sido el fruto de una deliberación informada? ¿Acaso el desplome de los impuestos para los ultrarricos ha reflejado lo que deseaban los estadounidenses como sociedad?

Lo dudamos. Algunas de estas transformaciones han sido el resultado de decisiones conscientes, pero son muchas más las que se han asumido de forma pasiva, como la aparición de una industria de evasión fiscal que oculta los ingresos y la riqueza; el surgimiento, con la globalización, de nuevas lagunas jurídicas explotadas por las empresas multinacionales, o la espiral de la competencia fiscal internacional, que ha llevado a los países a reducir una tras otra sus tasas impositivas. La mayoría de los cambios en la tributación no responden a un súbito apetito popular por eximir a los ricos, sino a fuerzas que han prevalecido sin la contribución de los votantes. Tengan o no efectos económicos positivos los recortes tributarios, las convulsiones de las últimas décadas no son, en líneas generales, el producto de decisiones racionales deliberadas y tomadas por una ciudadanía informada. El triunfo de la injusticia fiscal es, ante todo, una negación de la democracia.

La primera contribución de este libro consiste en contar la historia de esta gran transformación, y la nuestra no será la de la izquierda contra la derecha. No trata del triunfo de los conservadores que promueven una Administración pequeña sobre los liberales que hablan del reparto de la riqueza. Es la historia de cómo se ha socavado el sistema tributario establecido por el New Deal. En cada etapa de su desaparición hallamos el mismo patrón. Empieza con un estallido de evasiones fiscales. Continúa con el enconamiento de dicha elusión de impuestos, permitido por los responsables políticos, a quienes paralizan enemigos supuestamente invencibles, como los refugios tributarios, la globalización, los paraísos fiscales y la opacidad financiera. Y termina con la reducción de las tasas impositivas de los ricos por parte de los gobiernos, so pretexto de que gravar a quienes más tienen se ha vuelto imposible.

Para entender esta injusticia, así como qué decisiones (o la ausencia de estas) han contribuido a su triunfo, hemos emprendido una investigación económica en profundidad. Aprovechando un siglo de estadísticas, hemos calculado cuánto ha pagado en impuestos en Estados Unidos desde 1913 cada grupo social, desde los más pobres hasta los milmillonarios. Nuestras series de datos incluyen todos los impuestos pagados a los gobiernos federales, estatales y locales; el impuesto federal sobre la renta, por supuesto, pero también los impuestos estatales sobre la renta, un sinnúmero

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