¡Hazla en grande!

Gary Vaynerchuk

Fragmento

Título

INTRODUCCIÓN

Misha, mi hija de ocho años, quiere ser youtuber cuando crezca. Seguramente esto no sorprende a nadie porque cuando muchos niños descubren lo que hacen sus padres, deciden que desean hacer lo mismo (además de convertirse en bomberos y cuidadores de un zoológico). Mi hija ha visto que yo utilizo las plataformas de internet para hablar con la gente y para construir negocios, y sabe lo mucho que me gusta eso. Por eso es natural que piense que le gustaría hacer lo mismo.

Lo que sí podría sorprenderte es que si les preguntas a otros niños en edad escolar lo que les gustaría ser de grandes, muchos también te contestarán que quieren ser youtubers.

Quizás el branding o desarrollo de marca todavía no forma parte de lo que se presenta en el Día de las Profesiones en las escuelas, pero los niños de la actualidad saben que hacer videos para YouTube, publicar en Instagram, tuitear 280 caracteres y snapear en Snapchat son oficios válidos, y que a algunos incluso podría traerles fama y fortuna. Los chicos de hoy sueñan en diseñarse una presencia popular en internet, de la misma manera en que los chicos de antaño soñaban con convertirse en estrellas de Hollywood. Desafortunadamente, a menos de que sean empresarios o tengan un conocimiento profundo del medio, los padres de estos niños responderán a las aspiraciones vocacionales de sus hijos con un “¿De qué hablas?”, o peor aún, con el cinismo típico de la gente con visión estrecha: “Ése no es un trabajo de verdad”. Lo más probable es que incluso los pocos que sonrían sin comprender bien qué sucede y les digan a sus hijos: “¡Genial, cariño! ¡Tú puedes!”, negarán con la cabeza ante esta dulce ingenuidad de los pequeños.

Y a mí me frustra mucho eso.

Evidentemente, las primeras respuestas son terribles sin importar desde qué perspectiva las veas, pero todas ellas revelan una falta total de entendimiento respecto al mundo en que vivimos ahora. Un mundo en el que un niño de 11 años y su padre pueden volverse millonarios con un canal de YouTube en el que comparten videos de sí mismos cortando objetos a la mitad.

Yo sabía que así serían las cosas. Para alguien como yo, con una tendencia a hacer afirmaciones exageradas, resulta irónico que una de las frases más premonitorias que haya musitado también haya sido la mayor sutileza de mi vida:

Mi historia está a punto de volverse todavía menos inusual.

Misha era apenas un bebé la primera vez que lo mencioné, en la introducción de mi primer libro de negocios, Crush It! En ella narré la manera en que aproveché el internet para desarrollar una marca personal y para hacer que mi negocio familiar, Shopper’s Discount Liquors, creciera de 4 a 60 millones de dólares. Mi estrategia era sencilla y escandalosa para aquel tiempo: me dirigí de manera directa a los posibles clientes a través de un videoblog sin artificios y desarrollé una relación con ellos en Twitter y Facebook. En el marco de esta relación, nos involucramos de una forma directa y personal que antes sólo se daba entre los comerciantes y sus clientes en las pequeñas y sumamente unidas comunidades y vecindarios del siglo pasado. Para cuando escribí ese libro, en 2009, ya me había ramificado a partir de mi primera pasión que eran el vino y las ventas, hacia otra pasión más abarcadora: la de construir negocios. En aquel entonces viajaba por el mundo divulgando la buena nueva entre todas las personas que estuvieran dispuestas a enterarse de que esas plataformas que la mayoría de las empresas y los líderes de negocios todavía catalogaban como vehículos sin sentido para perder el tiempo —Facebook, Twitter y YouTube—, en realidad eran el futuro de todos los negocios. Hoy en día parece imposible, pero la revolución digital era tan joven entonces que, de hecho, tuve que definir lo que eran las plataformas. En ese tiempo tuve que dedicar una cantidad considerable de tiempo a explicar que Facebook era un sitio de internet en el que podías compartir artículos, fotografías, tus sentimientos y tus pensamientos; y que Twitter era algo parecido, excepto por el hecho de que era público y de que, en aquel entonces, sólo permitía 140 caracteres. ¿El branding personal? Nadie sabía de qué demonios le estaba hablando. Resulta difícil creerlo ahora, pero hace menos de diez años, la idea de que no solamente algunos cuantos afortunados pudieran construir un negocio haciendo uso de las redes sociales, se consideraba una locura.

Hoy en día dirijo una inmensa empresa de medios digitales que tiene oficinas en Nueva York, Los Ángeles, Chattanooga y Londres. Sigo involucrando a las personas a través de Twitter, Facebook, Instagram, Snapchat y cualquier otra plataforma que atraiga la atención de la gente. Todavía me siguen invitando a dar conferencias en todo el mundo, pero también llego a millones de personas gracias a mis diversos negocios: el programa de preguntas y respuestas en YouTube #AskGaryVee; mi documental cotidiano en video, DailyVee; el papel que desempeño en Planet of the Apps —un programa de realidad de Apple que se centra en el tema del desarrollo de aplicaciones—; y de libros como el que ahora tienes en tus manos. Estoy trabajando más que nunca y también estoy teniendo más impacto que nunca antes. Además, jamás había sido tan feliz.

Y soy cualquier cosa, menos un tipo extraordinario.

Actualmente hay millones de personas iguales a mí que han aprovechado el internet para desarrollar su marca personal, negocios prósperos y una vida que viven bajo sus propios términos. Quienes realmente están arrasando son los que han alcanzado el premio mayor de la adultez: tomar la actividad que aman y construir un negocio lucrativo que les permita hacer lo que se les dé la gana todos los días. La diferencia es que en 2009 ese “pasatiempo” podía ser la preparación de conservas hechas en casa o la construcción de casas del árbol hechas a la medida; en tanto que ahora incluye ser mamá, vestirse con estilo o tener una visión poco convencional de la vida. Dicho de otra forma, puedes usar tu marca personal, es decir, quien eres, para vender tu negocio; o tu marca personal puede ser el negocio. La gente de sociedad, los hijos de las celebridades y las estrellas de los programas de realidad llevan mucho tiempo haciéndolo, pero al fin llegó el momento de que cualquier persona aprenda a cobrar por llevar a cabo algo que de todas formas iba a hacer aunque no le pagaran.

Muchas cosas han cambiado bastante desde que escribí Crush It!, pero sorprendentemente, muchas otras siguen funcionando de la misma manera. Cualquiera de las personas que me siguen con regularidad saben que pueden saltarse los primeros diez minutos de mis charlas porque en ellos sólo vuelvo a hablar de los hechos de mi vida y a dar la opinión que tengo del mundo, de la misma manera que lo he hecho desde hace casi una década. No obstante, en cuanto terminan esos diez minutos, puedes esperarte cualquier cosa, y eso es justamente lo que ofreceré en este libro: la parte de mis pláticas que cambia cada seis o nueve meses debido a que esa es la velocidad a la que evolucionan las plataformas. Quiero que re

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