Luz (Saga Olvidados 6)

Michael Grant

Fragmento

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UNO

 

88 HORAS, 39 MINUTOS

 

 

 

 

EL PELO de la niñita se incendió. Llameó magníficamente, pues tenía el pelo oscuro y frondoso de su madre.

Sam volvió a disparar y la carne de la niña pequeña acabó ardiendo.

Pero mientras tanto la niña, la gayáfaga, miraba a Sam con el rostro apartado de los espectadores y una furia incesante. Los ojos azules no dejaban de mirarlo. Su boca angelical formaba una sonrisa astuta incluso mientras ardía.

 

 

Gaya había hecho un fuego con unas ramitas que había recogido Diana. No es que fuera un gran fuego. No tardaría en apagarse, y Diana volvería a dormir en el suelo frío.

Hubo un momento, dos días antes, en el que Diana podría haber huido con Caine, que estaba con Sam, en que podría haberse separado de Gaya y escapar con él.

Puede que Drake, Mano de Látigo, la hubiese detenido si hubiera intentado huir, y puede que Gaya también. Pero, por algún motivo, Gaya había evitado que Drake matara a Caine, y entonces, segundos más tarde, Sam había quemado a Gaya con su luz mortal y... justo entonces, Diana podría haber huido con Caine. Quería hacerlo.

¿Se había quedado con Gaya movida por un nuevo instinto maternal? La niña gritaba de genuina y aterradora agonía debido a las quemaduras. Podía estar herida. Había resultado herida.

Demasiado desesperada, hambrienta y helada, Diane pensaba ahora que sí, que en parte se había quedado por eso. Gaya era su hija. ¡Le parecía imposible! Gaya se había creado en el interior de su cuerpo, a partir de un óvulo y esperma, de Diana y Caine, de la historia más antigua del mundo. Y cuando nació con dolor y sangre, Diana sintió una conexión. Y esa conexión había resultado agradable. Y tranquilizadora, porque Diana no estaba segura de que fuera a sentirla. No estaba segura de que pudiera sentirla. Esa conexión implicaba que Diana era humana, que era mujer, que podía sentir algo por el bebé al que había dado a luz.

Que, a pesar de todo, había alguna esperanza para ella.

Pero también había sentido miedo. Gaya fue un bebé precioso al nacer. Y volvería a serlo, sin duda, cuando acabara de curarse de las quemaduras profundas y terribles que hacían que su piel se pareciera a la capa superior de una lasaña demasiado cocida, lo que a Gaya no parecía preocuparle. Pero nunca sería solamente una chica, la hija de Caine y Diana. Porque había una tercera fuerza, mayor que el óvulo, el esperma y el útero. Mayor que el amor de una madre.

Gaya era la criatura de la gayáfaga. La gayáfaga se había apoderado de ella. Había eliminado brutalmente cualquier rastro de personalidad que pudiera tener el bebé, y se había impuesto. Diana lo había visto y le había suplicado que parara, pero a la gayáfaga no le importaba. No le importó cuando era una masa verde bullente que se filtraba por el fondo de una cueva profunda y no le importaba ahora que era una niña con la carne a medio sanar y un pelo que apenas le había empezado a crecer otra vez, mirando fijamente el fuego.

—Enemigo... —susurró Gaya, no por primera vez. Como si susurrara a un amigo.

La hija de Diana nunca la amaría. Había sido una idiota por planteárselo siquiera, por soñarlo siquiera.

Pero quizá...

«¿Quizá qué, quizá qué? —se burlaba Diana, tan despiadada consigo misma como con los demás—. ¿A qué esperanza ridícula te estás aferrando, Diana? Ya sabes lo que es. Sabes que no es tuya, que en realidad no es tuya. Ya sabes que no es una niña, sino una cosa».

Pero era tan bonita a la luz del fuego...

«Imagínate —se torturaba Diana—, imagínate que no fuera más que una niña, que fuera tu hija... Imagínate el milagro que verías en ella. Imagínate cómo te sentirías, Diana, si esta niñita preciosa fuera realmente tuya... tuya y de él».

Una niñita preciosa y perfecta...

Una criatura oscura y terrible.

—No te hará daño, mi pequeño Enemigo —decía Gaya.

¿Volvería Diana a dejarse arrastrar por una persona malvada, primero por Caine y ahora por Gaya? ¿El sarcasmo impotente era lo único que tenía para oponerse a ellos?

Durante su embarazo abreviado se había permitido fantasear con ser madre, una madre mejor que la suya. Se había imaginado convertida en una buena persona. Se había dicho a sí misma que podía llegar a serlo. No tenía que seguir siendo como siempre había sido y como aquello en lo que se había convertido.

Podría haberse salvado.

—El final es la mejor parte de cualquier historia —susurraba Gaya, que no hablaba con nadie a quien Diana pudiera ver—. El final.

Diana se había imaginado la redención, el perdón, un nuevo comienzo como joven madre.

Pero era la madre de un monstruo a quien no le importaba.

—No elijo bien —susurró Diana tumbada en la tierra, abrazándose a sí misma para entrar en calor.

—¿Qué? —replicó Gaya, levantando la vista para mirarla.

—Eh... —empezó a decir Diana, suspirando—. Nada.

 

 

El pequeño Pete se estaba volviendo más ligero. Al menos así era como se sentía. Notaba como si encogiera, y no le parecía que fuera malo. Puede que incluso fuera un alivio.

La vida siempre había sido extraña e inquietante para Peter Ellison. Desde que nació, el mundo lo había atacado con ruidos, luz y roces intensos. Las sensaciones que a los demás no les costaba entender resultaban tremendamente aterradoras y abrumadoras para él. Otras personas podían filtrar las cosas. Otras personas podían bajar el volumen, pero Pete no. No mientras estuviera dentro de su cuerpo.

Su cuerpo siempre había sido un problema. El autismo severo que tanto le afectaba estaba en su cuerpo, en su cerebro.

Había sido un alivio salir de ese cuerpo y ese cerebro. Cuando Astrid, su hermana de ojos de un azul penetrante y pelo amarillo serpiente, lo arrojó a la muerte física, se sintió... aliviado.

Pete había logrado construirse algo nuevo, un nuevo lugar que no era su cuerpo. Se había llevado su poder, pero con ese poder había cometido errores terribles. Ahora se daba cuenta. Entendía lo que le había hecho a Taylor. Ya no podía seguir haciendo cosas así: no podía seguir jugando con patrones abstractos que en realidad eran seres humanos.

Ahora se estaba desvaneciendo, como la luz de uno de esos interruptores especiales. Había una e

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