La compañía negra. Libro III - La rosa blanca

Glen Cook

Fragmento

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1

La Llanura del Miedo

El inmóvil aire del desierto tenía una cualidad como de lente. Los jinetes parecían congelados en el tiempo, moviéndose sin acercarse. Fuimos contando. No pude conseguir el mismo número dos veces seguidas.

El aliento de una brisa gimió en el coral, agitó las hojas del Viejo Padre Árbol. Tintinearon una contra otra con la canción de campanillas de viento. Hacia el norte, el destello de los relámpagos de cambio recortaba el horizonte como el lejano entrechocar de dioses en plena batalla.

Un pie hizo crujir la arena. Me giré. Silencioso contempló boquiabierto un menhir parlante. Había aparecido en los últimos segundos, sorprendiéndole. Rocas furtivas. Les gustan los juegos.

—Hay forasteros en la Llanura —dijo el menhir.

Di un salto. Rio quedamente. Los menhires tienen la risa más malévola de este lado de los cuentos de hadas. Es una risa sesgada. Me incliné hacia su sombra.

—Ya hace calor aquí fuera. —Y luego—: Esos son Un Ojo y Goblin, de vuelta de Curtidor.

Él tenía razón y yo estaba equivocado. Estaba demasiado concentrado en mis cosas. La patrulla llevaba lejos un mes más de lo planeado. Estábamos preocupados. Últimamente las tropas de la Dama han estado más activas a lo largo de los límites de la Llanura del Miedo.

Otra risa del bloque de piedra.

Se erguía sobre mí, dominándome, desde sus cuatro metros de altura. Era de tamaño mediano. Los que miden más de cinco metros raras veces se mueven.

Los jinetes se aproximaban, pero no parecían estar más cerca. Culpo de ello a los nervios. Los tiempos son desesperados para la Compañía Negra. No podemos permitirnos bajas. Cualquier hombre perdido será un amigo de muchos años. Conté de nuevo. Esta vez todo parecía estar bien. Pero había una montura sin jinete... Me eché a temblar pese al calor.

Estaban en el camino descendente que conducía a un arroyo a trescientos metros de donde observábamos, ocultos dentro de un gran arrecife. Los árboles andantes al lado del vado se agitaron, aunque la brisa había menguado.

Los jinetes apresuraron sus monturas. Los animales estaban cansados. Se mostraban reticentes, aunque sabían que estaban ya en casa. En el arroyo. Con el agua chapoteando. Sonreí, golpeé a Silencioso en la espalda. Todos estaban allí. Todos los hombres, y otro.

Silencioso renunció a su habitual frialdad, devolvió una sonrisa. Elmo se deslizó fuera del coral y salió en busca de nuestros hermanos. Otto, Silencioso y yo nos apresuramos tras él.

Detrás de nosotros, el sol matutino era una gran y ardiente bola de sangre.

Los hombres desmontaron, sonrientes. Pero tenían mal aspecto. Goblin y Un Ojo eran los que estaban peor. Pero habían regresado a un territorio donde sus poderes de hechiceros eran inútiles. Tan cerca de Linda no son más grandes que el resto de nosotros.

Miré hacia atrás. Linda había acudido a la cabecera del túnel, se detuvo de pie como un fantasma a su sombra, toda de blanco.

Los hombres abrazaron a los hombres: luego los viejos hábitos se impusieron. Todo el mundo fingió que no era más que otro día normal.

—¿Ha sido malo ahí fuera? —le pregunté a Un Ojo. Estudié al hombre que les acompañaba. No me era familiar.

—Sí. —El hombrecillo negro y apergaminado parecía más encogido de lo que había pensado al principio.

—¿Estáis todos bien?

—Recibí una flecha. —Se restregó el costado—. Solo alcanzó carne.

Desde detrás de Un Ojo, Goblin chilló:

—Casi pudieron con nosotros. Han estado persiguiéndonos un mes. No podíamos quitárnoslos de encima.

—Vayamos al Agujero —le dije a Un Ojo.

—No está infectada. La limpié.

—De todos modos quiero echarle un vistazo. —Ha sido mi ayudante desde que me alisté como médico de la Compañía. Su buen juicio es digno de confianza. Sin embargo, la sa­lud, en definitiva, es responsabilidad mía.

—Estaban aguardándonos, Matasanos. —Linda había de­saparecido de la boca del túnel, de vuelta al interior de nuestra fortaleza subterránea. El sol seguía rojo en el este, un legado del paso de la tormenta de cambio. Algo grande pasó cruzando su faz. ¿Una ballena del viento?

—¿Una emboscada? —Miré hacia atrás a la patrulla.

—No a nosotros específicamente. Buscando problemas. Estaban al acecho. —La patrulla había tenido una doble misión: contactar con nuestros simpatizantes en Curtidor para descubrir si la gente de la Dama volvía a la vida tras una larga interrupción, y lanzar una incursión contra la guarnición del lugar para demostrar que podíamos herir a un imperio que se alza sobre medio mundo.

Cuando pasábamos por su lado, el menhir dijo:

—Hay forasteros en la Llanura, Matasanos.

¿Por qué esas cosas me ocurren siempre a mí? Las grandes piedras me hablan más a mí que a ningún otro.

¿Un doble hechizo? Presté atención. Para un menhir, repetirse significa que considera su mensaje crítico.

—¿Los hombres te dan caza? —le pregunté a Un Ojo.

Se encogió de hombros.

—No van a rendirse.

—¿Qué está ocurriendo ahí fuera? —Ocultarse en la Llanura era para mí casi tanto como enterrarse vivo.

El rostro de Un Ojo permaneció inescrutable.

—Encordador te lo dirá.

—¿Encordador? ¿Es ese tipo que habéis traído? —Conocía el nombre, pero no al hombre. Uno de nuestros mejores informadores.

—Sí.

—No son buenas noticias, ¿eh?

—No.

Nos deslizamos al interior del túnel que desciende hasta nuestra madriguera, nuestra hedionda, mohosa, húmeda, angosta, pequeña fortaleza. Es asquerosa, pero es el alma y el corazón de la Rebelión de la Nueva Rosa Blanca. La Nueva Esperanza, como se susurra entre las naciones cautivas. La Esperanza Burlona para aquellos de nosotros que vivimos allí. Es tan mala como cualquier mazmorra infestada de ratas..., aunque un hombre puede abandonarla. Si no le importa aventurarse en un mundo donde todo el poder de un imperio está contra él.

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2

La Llanura del Miedo

Encordador era nuestros ojos y nuestros oídos en Curtidor. Tenía contactos en todas partes. Su actividad contra la Dama se remonta a décadas. Es uno de los pocos que escaparon a su ira en Hechizo, donde aniquiló a los antiguos Rebeldes. En gran parte, la Compañía fue responsable de ello. En aquellos días éramos su fuerte brazo derecho. Condujimos a sus enemigos a la trampa.

Un cuarto de millón de hombres murieron en Hechizo. Nunca hubo una batalla tan enorme o terrible, ni un resultado tan definitivo. Incluso el sangriento fracaso del Dominador en el Viejo Bosque solo consumió la mitad de esas vidas.

El destino nos obligó a cambiar de lado..., una vez ya no quedó nadie para ayudarnos en nuestra lucha.

La herida de Un Ojo era tan limpia como afirmaba. Lo dejé marchar, fui a mi habitación. Linda deseaba que la patrulla descansara antes de recibir su info

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