Artemisa

Andy Weir

Fragmento

artemisa-3

9205.png 

Reboté sobre el terreno gris y polvoriento hacia la enorme cúpula de la Burbuja Conrad. Su esclusa de aire, bordeada de luces rojas, se alzaba a una distancia inquietantemente lejana.

Es difícil correr con un centenar de kilos de material encima, incluso en la gravedad lunar. Aun así, te sorprendería la prisa que puedes darte cuando te juegas la vida.

Bob corría detrás de mí. Su voz sonó en la radio.

—¡Deja que conecte mis depósitos a tu traje!

—Solo conseguirás morir tú también.

—La fuga es enorme. —Resopló—. Veo el gas saliendo de tus depósitos.

—Gracias por los ánimos.

—Soy patrón EVA —dijo Bob—. Para ahora mismo y deja que pruebe una conexión cruzada.

—Negativo. —Seguí corriendo—. He oído un pum justo antes de la alarma de filtración. Fatiga de metales. Tiene que ser la junta de la válvula. Si te conectas pincharás tu tubo en un borde afilado.

—¡Estoy dispuesto a correr el riesgo!

—Yo no estoy dispuesta a dejarte —dije—. Confía en mí en esto, Bob. Conozco el metal.

Empecé a dar zancadas largas, incluso saltos. Sentía que me desplazaba como a cámara lenta, pero era la mejor manera de moverme con todo ese peso. El monitor de avisos de mi casco decía que la esclusa de aire estaba a cincuenta y dos metros de distancia. Miré la pantallita del brazo. Mi reserva de oxígeno se desplomó mientras observaba. Así que dejé de mirar.

Las zancadas largas dieron resultado. Estaba yendo a toda leche. Hasta dejé atrás a Bob, y él es el patrón de actividades extravehiculares con más talento de la Luna. Este es el truco: añade más impulso hacia delante cada vez que toques el suelo. Aunque eso también significa que cada salto es complicado. Si la cagas, te caes de morros y te deslizas por el suelo. Los trajes espaciales son resistentes, pero es mejor no triturarlos contra el regolito.

—¡Estás yendo demasiado deprisa! ¡Si tropiezas puedes partir la visera!

—Mejor que respirar el vacío —dije—. Me quedan unos diez segundos.

—Voy muy por detrás —dijo—. No me esperes.

No me di cuenta de lo deprisa que estaba yendo hasta que las placas triangulares de Conrad llenaron mi visión. Estaban creciendo con mucha rapidez.

—¡Mierda!

No había tiempo para frenar. Di un salto final y añadí una voltereta adelante. Lo sincronicé bien —más por suerte que por capacidad— e impacté en la pared con los pies. De acuerdo, Bob tenía razón. Estaba yendo demasiado deprisa.

Caí al suelo, pero conseguí levantarme y me agarré a la manivela de cierre de la escotilla.

Me zumbaron los oídos. Las alarmas atronaron en el interior de mi casco. El depósito estaba en las últimas y ya no podía contrarrestar más la filtración.

Empujé la escotilla y caí en el interior. Jadeé en busca de aire y se me nubló la visión. Cerré la escotilla de una patada, alcancé el depósito de emergencia y arranqué el regulador.

La parte superior del depósito salió volando y el aire anegó el compartimento. Salió demasiado deprisa, la mitad de él licuado en una bruma de partículas por el enfriamiento que se produce con la expansión rápida. Caí al suelo, al borde del desmayo.

Recuperé un poco el aliento y contuve las ganas de vomitar. No estaba ni mucho menos acostumbrada a semejante esfuerzo. Empecé a sentir un dolor de cabeza por privación de oxígeno que me acompañaría durante unas cuantas horas como mínimo. Me las había ingeniado para sufrir mal de altura en la Luna.

El silbido se convirtió en un goteo, luego terminó.

Bob llegó por fin a la escotilla. Lo vi mirar al interior a través de la ventanita redonda.

—¿Estatus? —preguntó por radio.

—Consciente —dije, jadeando.

—¿Puedes ponerte de pie? ¿O pido asistencia?

Bob no podía entrar sin matarme: yo estaba tumbada en la esclusa de aire con un traje defectuoso. Sin embargo, cualquiera de las dos mil personas que habitaban en el interior de la ciudad podía abrir la esclusa desde el otro lado y arrastrarme dentro.

—No hace falta.

Me puse a gatas, luego de pie. Me estabilicé contra el panel de control e inicié el proceso de limpieza. Propulsores de aire de alta presión descargaron sobre mí desde todos los ángulos. Revoloteó polvo lunar gris por toda la esclusa, pero enseguida fue absorbido por los filtros de ventilación de la pared.

Después de la limpieza, la puerta interior de la esclusa de aire se abrió automáticamente.

Entré en la antecámara, volví a cerrar y me derrumbé en un banco.

Bob llevó a cabo el ciclo de la esclusa de aire de la manera normal, sin la utilización dramática del depósito de emergencia (que ahora habría que sustituir, por cierto), solo el método habitual de bombas y válvulas. Después de su ciclo de limpieza, se reunió conmigo en la antecámara.

Ayudé a Bob a quitarse el casco y los guantes sin decir nada. Nunca tienes que dejar que alguien se quite el traje solo. Se puede hacer, claro, pero es un incordio. Hay una tradición en estas cosas. Bob me devolvió el favor.

—Bueno, vaya putada —dije cuando me levantó el casco.

—Casi te mueres. —Se desembarazó de su traje—. Deberías haber escuchado mis instrucciones.

Me retorcí para terminar de quitarme el traje y miré la parte de atrás. Señalé un trozo de metal recortado que había sido una válvula.

—Ha estallado la válvula. Lo que te he dicho. Fatiga de metales.

Bob miró la válvula y asintió.

—Vale. Tenías razón en rechazar la conexión cruzada. Bien hecho. Pero, aun así, esto no debería haber ocurrido. ¿De dónde demonios sacaste ese traje?

—Lo compré de segunda mano.

—¿Por qué compras un traje usado?

—Porque no podía pagar uno nuevo. Casi no tenía dinero suficiente para uno usado y sois tan capullos que no me dejaréis unirme al gremio hasta que tenga un traje.

—Deberías haber ahorrado para uno nuevo.

Bob Lewis es un antiguo marine de Estados Unidos que no se anda con tonterías. Más importante, es el preparador principal del gremio EVA. Responde ante el jefe del gremio, pero Bob y solo Bob determina tu aptitud para convertirte en miembro. Y si no eres miembro, no estás autorizado a hacer actividades extravehiculares en solitario ni a dirigir grupos de turistas en la superficie. Así funcionan los gremios. Cretinos.

—Bueno. ¿Qué tal lo he hecho?

Bob resopló.

—¿Estás de broma? Has suspendido el examen, Jazz. Has suspendido a lo bestia.

—¿Por qué? —pregunté—. He hecho todas las maniobras requeridas, he cumplido todas las tareas y he terminado la carrera de obstáculos en menos de siete minutos. Y, cuando ha ocurrido un problema casi fatal, he evitado poner en peligro a mi compañero y he llegado a salvo a la ciudad.

Bob abrió una taquilla y guardó sus guantes y casco.

—Tu traje es tu responsabilidad. Ha fallado. Eso significa que tú has fallado.

—¿Cómo puedes culparme por esa fuga? ¡Todo estaba

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos