El obelisco marciano

Linda Nagata

Fragmento

cap

El fin del mundo requería tiempo para producirse, y el tiempo, pensó Susannah, se aplicaba en la labor con la parsimoniosa habilidad de un maestro torturador, capaz de matar rápido o despacio pero siempre con un dolor atroz.

No había forma de impedirlo.

Pero quedaban cosas por llevar a cabo en el largo y lento declive, gestos finales por hacer. Susannah Li-Langford había dedicado diecisiete años a trabajar en su propia ofrenda al futuro, y aún faltaban otros seis y medio para que el Obelisco Marciano estuviese completado. Solo descansaría cuando el último ladrillo estuviera colocado en su lugar, en la punta piramidal del obelisco.

Hasta que llegara ese momento, hacía lo necesario para conservar la salud, motivo por el cual a sus ochenta años estaba caminando con brío por el camino del acantilado, sobre el invasor océano Pacífico, decidida a hacer su ejercicio diario a pesar del fuerte viento y la gélida neblina que empujaba por delante de él. La neblina tenía solo una humedad nominal, impotente para revivir el bosque costero asolado por la sequía, pero volvía el día lo bastante frío para que las plataformas de pesca del borde del acantilado estuvieran desiertas y Susannah pudiera contemplar a solas la mortalidad del mundo humano.

No debería haber ocurrido de ese modo. De niña, a Susannah le habían prometido una conclusión rápida: agacharse, cubrirse y aniquilación nuclear. O bien, si no la aniquilación, por lo menos el sueño nihilista de una anarquía de armas, combates a muerte y ropa de cuero.

Eso tampoco había ocurrido.

Las cosas simplemente habían ido a peor, y luego más a peor, y la gente se había rendido. No todos, ni todos al mismo tiempo, porque no hubo un acontecimiento concreto que señalara el principio del fin, pero sí se extendió una sensación de inevitabilidad acerca del curso que había tomado la historia. El nivel del mar se elevó al ritmo de la temperatura oceánica. Los huracanes engulleron las ciudades costeras y devoraron los países situados a menor altura. La agricultura tuvo que afrontar implacables sequías, inundaciones y temperaturas extremas. Todo ello, empeorado por una larga hilera de desastres naturales: terremotos, corrimientos de tierra, tsunamis, erupciones volcánicas. Aún no había caído ningún meteorito serio, pero Susannah no apostaría en contra de que acabara cayendo. La sanidad flaqueaba cada vez más, a medida que los antibióticos se volvían inútiles contra las bacterias resistentes. La cirugía se convirtió en un arte casi extinto.

Y de esa devastación surgieron la guerra y el terrorismo, como cánceres metastáticos.

«Somos una especie brillante —pensó Susannah—. Valientes, creativos, generosos… pero solo como individuos. En grandes números, fracasamos siempre.»

Hubo fusiones en reactores, acuíferos envenenados, plagas de diseño y centenares de otros horrores secundarios. La Guerra de los Bancos de Peces había provocado el uso de armas nucleares en el mar de la China Meridional. Pero ni siquiera los sádicos más decididos habían logrado inflamar un cataclismo repentino y explosivo. Al maestro torturador no había quien lo apremiara.

Sin embargo, el punto de inflexión estaba superado con creces, el futuro truncado. La civilización caminaba a trompicones solo en los afortunados rincones del mundo donde seguía funcionando la infraestructura de una época más feliz. Susannah vivía en uno de esos rincones afortunados, no muy lejos de los derruidos restos de Seattle, donde disfrutaba de comida cultivada en invernadero, red local y acceso a satélite, todo ello proporcionado por su mecenas, Nathaniel Sánchez, que era quien estaba financiando el Obelisco Marciano.

Cuando el auricular que llevaba emitió un suave tono de aviso, Susannah dio por sentado que informaba de la llegada de un mensaje de Nate. No había nadie más en su vida y ella no seguía las noticias generales, porque ¿para qué?

Tocó una esquina de su enlace de muñeca con un dedo enguantado contra el frío, indicando a su inteligencia artificial personal que le leyera el mensaje. La voz sintética y andrógina de la IA le habló al oído.

—Remitente: Operaciones Obelisco Marciano. Cuerpo del mensaje: Anomalía avistada. Todas las operaciones suspendidas automáticamente, en espera de supervisión y aprobación.

Eran solo unas pocas palabras inofensivas, pero lastradas con una lectura entre líneas que remitía al desastre.

Una lectura entre líneas demasiado familiar.

Susannah se quedó unos segundos quieta entre el viento y la neblina arremolinada. En los diecisiete años de historia que tenía el proyecto, la cons

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