Trilogía de los Tres Cuerpos

Cixin Liu

Fragmento

problema

ELENCO DE PERSONAJES[1] 

La familia Ye 

Ye Zhetai: Profesor de Física de la Universidad de Tsinghua de Pekín.

Shao Lin: Esposa de Ye Zhetai y, al igual que aquel, profesora de Física en la misma universidad.

Ye Wenjie: Astrofísica. Primogénita de Ye Zhetai y Shao Lin.

Base Costa Roja 

Lei Zhicheng: Comisario político de la base.

Yang Weining: Ingeniero jefe de la base. Antiguo alumno de Ye Zhetai.

El presente 

Yang Dong: Teórica de cuerdas. Hija de Yang Weining y Ye Wenjie.

Ding Yi: Físico teórico. Novio de Yang Dong.

Wang Miao: Investigador en nanomateriales. Tiene un hijo, Dou Dou, de su matrimonio con Li Yao.

Shi Qiang: Comisario de policía apodado «Da Shi». Tan soez en sus maneras como eficaz en su trabajo. Fumador em­pedernido.

Chang Weisi: General del Ejército Popular de Liberación de la República Popular de China.

Shen Yufei: Enigmática física de nacionalidad japonesa. Miem­bro de la organización Fronteras de la Ciencia.

Wei Cheng: Excéntrico prodigio matemático. Esposo de Shen Yufei.

Pan Han: Mediático biólogo y ecologista. Miembro de la or­ganización Fronteras de la Ciencia.

Sha Ruishan: Astrónoma. Antigua alumna de Ye Wenjie.

Mike Evans: Ecologista estadounidense y defensor a ultranza de los animales. Hijo de un gran magnate del petróleo.

Coronel Stanton: Coronel del Cuerpo de Marines de Estados Unidos al mando de la operación Guzheng.

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Los años de la locura

Pekín, año 1967

El Cuartel General de la Brigada del 28 de Abril llevaba dos días siendo asediado por parte de la Liga Roja. Sus banderas se arremolinaban en torno al edificio, retorciéndose como llamas que ansían la leña.

El comandante de la Liga Roja sentía una gran desazón. Lo que le preocupaba no eran los defensores del edificio; aquellos poco más de doscientos guardias rojos de la Brigada del 28 de Abril eran meros principiantes comparados con los suyos: los guardias rojos de la Liga, formada en 1966 al inicio de la Gran Revolución Cultural Proletaria, llevaban a sus espaldas múltiples y tumultuosas marchas revolucionarias a lo largo y ancho del país, e incluso habían asistido a las grandes concentraciones de Tiananmen para ver y escuchar en persona al presidente Mao.

El motivo de su desasosiego era la docena de estufas de hierro que había en el edificio, todas ellas repletas de explosivos y conectadas entre sí por detonadores eléctricos. No podía verlas, pero sentía su magnética presencia. Accionando un solo botón, todos, revolucionarios y contrarrevolucionarios por igual, saltarían por los aires ardiendo en llamas. Los jóvenes miembros de la Brigada del 28 de Abril eran capaces de tal osadía y más. A diferencia de los hombres y mujeres de la primera generación de guardias rojos, templados por mil y una batallas, aquella nueva hornada de rebeldes resultaba tan descontroladamente enajenada como una manada de lobos sobre carbón ardiente.

En lo más alto del edificio surgió la espigada figura de una hermosa joven. Hacía ondear una enorme bandera de la Brigada del 28 de Abril. Su aparición fue automáticamente recibida por una copiosa lluvia de disparos provenientes de las armas más diversas: desde antiguallas como carabinas americanas, ametralladoras checas o fusiles japoneses tipo 38, hasta fusiles y metralletas más modernos robados al Ejército de Liberación Popular tras la publicación del «Editorial de Agosto»;[2] incluso había armas blancas como espadas y lanzas, todo un compendio de la historia bélica reciente.

No era la primera vez que un miembro de la Brigada protagonizaba un acto de provocación como aquel. Además de hacer ondear banderas, también gritaban eslóganes a través de megáfonos o arrojaban octavillas sobre las cabezas de sus atacantes. En cada una de las ocasiones anteriores, el osado u osada había logrado escapar indemne de las balas y ganarse fama de valiente.

Claramente, aquella muchacha creía que iba a tener la misma suerte. Enarbolaba la bandera como si se jactara de su impetuosa juventud, convencida de que el enemigo acabaría sucumbiendo bajo las llamas de la Revolución, imaginando que al día siguiente del ardor que corría por su sangre nacería un mundo ideal... Siguió embriagada por la roja y espléndida pasión de su sueño hasta que una bala le atravesó el pecho, tan tierno a sus quince años que el proyectil apenas se detuvo antes de salir silbando por su espalda. La joven guardia y su bandera se precipitaron al vacío, la primera casi más despacio que aquel paño rojo, como si se tratara de un pájaro enamorado del cielo que se niega a abandonarlo.

Los miembros de la Liga Roja prorrumpieron en vítores. Algunos de ellos corrieron hasta el pie del edificio para despedazar la bandera de la Brigada y tomar en volandas el pequeño cadáver. Al rato de exhibirlo cual trofeo de guerra, lo arrojaron contra la verja metálica del recinto. La mayor parte de las barras, terminadas en punta, habían sido retiradas al principio de la guerra entre facciones, para ser luego usadas como lanzas. Pero aún quedaban dos. Cuando la atravesaron, el tierno cuerpo de la chica pareció volver a la vida momentáneamente.

A continuación, los guardias rojos tomaron distancia y comenzaron a dispararle como si de un blanco de práctica se tratara. Para entonces, ella no sentía nada y las balas que la acribillaban eran como gotas de lluvia fina; sus lánguidos brazos apenas se mecían, eran dos enredaderas por las que resbalaba el agua. Después le volaron la mitad de la cabeza y en su joven rostro quedó un solo ojo con que mirar el límpido cielo azul de 1967. Era una mirada sin rastro de dolor. Una mirada obcecada en el fervor y la devoción.

Lo cierto era que, comparado con el que deparaba a otros, el destino final de aquella muchacha podía considerarse afortunado. Como mínimo, había muerto en el afán de sacrificarse por un ideal.

Aquellas escenas cruentas se reproducían por todo Pekín, como una multitud de procesadores trabajando en paralelo cuyo resultado combinado era la Revolución Cultural, un mar de locura que se propagaba por la ciudad inundando hasta el último rincón.

En los límites de la capital, en el recinto deportivo de la prestigiosa Universidad de Tsinghua, millares de personas asistían desde hacía casi dos

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