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Penguin Random House

A Paco Ignacio Taibo II y, en su nombre, a nuestros maestros.

A Diego Ameixeiras y, en su nombre,
a los colegas de este violento oficio.

A Paco Camarasa y, en su memoria,
a los libreros del mundo.

A Liliana Vaccaro y, en su nombre,
a la cofradía de la lectura.

A Chato Baygorria y, en su nombre,
a los viejos camaradas.

A Matías Rey y, en su nombre, a los nuevos.

A Virginia Bouvet y, en su nombre,
a los compañeros subterráneos.

A Diego Abrego y, en su nombre,
a los veteranos del Metal.

A Nacho Mendoza y, en su nombre,
a los hinchas del Más Grande.

A Juan Batista y, en su nombre,
a mi familia y mis amigos.

¡Salud!

Por nosotros. Por todos nosotros.

En realidad, todos nosotros estamos del otro lado de la vida.

ROBERTO ARLT

All of us that started the game with a crooked cue, that wanted so much and got so little, that meant so good and did so bad. All us folks. Me and Joyce Lakeland, and Johnnie Pappas and Bob Maples and big ol’ Elmer Conway and little ol’ Amy Stanton. All of us.

JIM THOMPSON

Capítulo I

1. La novela de José Daniel

Lo que sabes y lo que eres

Enciendes un Cohiba de los que te manda cada tanto Lorenzo y que fumas cuando subes a escribir. Tras tu ventana el Defe es puro diluvio, una cortina de agua interminable que huele a mierda de burro. Te sientas frente al ordenador, mueves el mouse y la oscuridad es devorada por el brillo de la pantalla. Empiezas a escribir.

Escribes, con el Cohiba entre los labios: La segunda vida de Miguel Di Liborio.

Borras La segunda vida de y escribes Un guion para.

Doble espacias.

Me ubico detrás del árbol, en una posición en la que no pueden verme desde la casa ni desde el Chrysler verde de la GPU. Prendo un cigarro con las manos temblorosas pero enseguida lo apago: quizá sí puedan ver el humo y lo arruine todo.

Escribes con rabia.

Porque no sabes qué otra cosa hacer.

Porque cuando llueve mierda, cuando te quieren meter en la cárcel por razones políticas, cuando el mundo se oscurece, cuando se mueren los amigos, cuando un cuate se embarca en un viaje que lo puede transformar en asesino y cambiarlo todo, cuando sientes cómo se desmorona tu pareja, eso es lo que haces: escribir. Es lo que sabes y lo que eres.

Reemplazas un cigarro por el último cigarro que me queda.

Hay un plan del que eres parte desde hace apenas cinco días. Y lo demás. Las gotas, como pilotos kamikazes con olor a mierda de burro, se tiran en picada sobre la monstruosidad del Defe, la ciudad más potente y bella del mundo entero, la única que amas de verdad.

Hay junto al ordenador una pila de libros que en cuarenta y tres minutos pueden desaparecer. O seguir ahí, como si nada.

Escribes para preguntarte —no para responderte— qué pasará con esa combinación de papel y tinta si todo sale según el alocado plan de un gordito que murió hace apenas un año y al que no conociste.

Tu boca dibuja una sonrisa medio oculta bajo el bigote abundante, canoso e indisciplinado.

Sabes que hay un hombre a punto de festejar su cumpleaños número noventa al que dentro de cuarenta y tres, más bien cuarenta y dos minutos puede cambiarle la mayor parte de lo que siempre ha sido y casi todo lo que es.

Imaginas a un cuate tuyo que camina bajo la lluvia de color plomo y olor a mierda, tratando de probar o probarse algo sobre lo posible, lo verdadero, el pesimismo y la realidad. Listo para emprender un viaje y, en cuarenta y un minutos, interrumpir el curso de las cosas, transformar tu pila de libros en otra cosa o en nada y la memoria del anciano en el mapa de un país que nunca existió.

O no.

Vuelves al ordenador y escr

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