Citónica (Escuadrón 3)

Brandon Sanderson

Fragmento

Prólogo

Prólogo

Apareció una esfera oscura en el centro de la sala, justo delante de mí.

Tirda. ¿De verdad me proponía hacerlo? En mi mano, Babosa Letal trinó nerviosa.

Las paredes encaladas y estériles, el inmenso espejo unidireccional y las mesas metálicas indicaban que aquello era alguna especie de instalación científica. Estaba en Visión Estelar, la inmensa estación espacial que albergaba las oficinas regionales de la Supremacía. Hasta el último año, yo ni siquiera había oído hablar de la Supremacía, así que no digamos comprender los matices de cómo ese gobierno galáctico mantenía el control sobre los centenares de distintos planetas y especies sobre los que regía.

Siendo sincera, seguía sin comprender esos matices. No soy de las que piensan: «Esta situación tiene sus matices». Soy más bien de las que piensan: «Si aún se mueve, es que no has usado bastante artillería».

Por suerte, los matices no me hacían mucha falta en esos momentos. La Supremacía estaba sufriendo un violento golpe de Estado militar. Y yo no caía nada bien a la gente que había pasado a estar al mando. Las voces que se daban los soldados entre ellos mientras registraban el complejo buscándome sonaban cada vez más fuertes.

De ahí la esfera oscura. Mi única escapatoria era abrir un portal hacia otra dimensión. Yo la llamaba la ninguna-parte.

—Spensa —dijo M-Bot—, mis pensamientos… ¿están acelerándose?

Flotaba cerca de mí tras haber embutido su consciencia dentro de un pequeño dron. Tenía más o menos forma de caja, con alas y un par de brazos terminados en pinzas asomando a los lados. Dos diminutos anillos de pendiente, piedras azules que brillaban al activarse, le permitían flotar en el aire, uno debajo de cada ala.

—Hum —dijo—, eso no parece nada seguro.

—Usan estos portales a la ninguna-parte para extraer piedra de pendiente —le respondí—, así que tiene que haber una manera de volver después de pasar al otro lado. A lo mejor puedo hacer que regresemos con mis poderes.

Los gritos se acercaban cada vez más, dejándome sin más opciones. No podía usar mis poderes para hipersaltar fuera de aquel lugar, al menos mientras siguiera activado el escudo que protegía la estación.

—¡Spensa! —exclamó M-Bot—. ¡No estoy nada cómodo con esto!

—Lo sé —dije, echándome el arma al hombro por la correa para poder coger el dron por la parte de abajo del chasis.

Y entonces, con M-Bot en una mano y Babosa Letal en la otra, toqué la esfera oscura y me vi absorbida hacia el otro lado de la eternidad.

Al instante estaba en un lugar donde no existían el tiempo, la distancia ni la propia materia. Allí yo no tenía forma: era tan solo una mente, o una esencia, incorpórea. Parecía como si fuese una nave estelar flotando en una negrura interminable sin estrellas, sin nada en absoluto que me obstaculizara la visión. Cada vez que daba un hipersalto utilizando mis poderes, pasaba durante un instante por aquel lugar. Me había acostumbrado a la sensación, pero seguía sin resultarme familiar. Era solo… un pelín menos aterradora que antes.

Sin perder tiempo, extendí mi mente en busca de Detritus, mi hogar. Había empezado a comprender mis poderes, aunque solo de la forma más básica. No podía desplazarme a muchos sitios utilizándolos, pero sí sabía cómo regresar a casa. Normalmente.

En esa ocasión… me esforcé… ¿Podría hacerlo? ¿Podría hipersaltar a Detritus? La negrura a mi alrededor pareció estirarse y empecé a distinguir unos puntos blancos en la lejanía. ¿Uno de esos era… mi yaya?

Si lograba conectar con ella, creía que podría tirar de mí misma en su dirección. Redoblé mis esfuerzos, pero cada vez me preocupaba más llamar la atención. En ese lugar vivían los zapadores. Y en el preciso instante en que pensé en ellos, fui consciente de su presencia allí fuera, en la oscuridad. Por todo mi alrededor, aunque invisibles de momento.

No parecían haber reparado en mi presencia aún. De hecho… estaban concentrados en alguna otra cosa.

Dolor. Miedo.

Allí había algo sufriendo. Algo que yo conocía.

Era el zapador. El mismo al que había impedido destruir Visión Estelar. Estaba allí, en ese lugar, y estaba asustado. Al concentrarme en él, apareció como un punto blanco mucho más luminoso que el de la yaya. Me había percibido.

Por favor… ayuda…

La comunicación de los zapadores nunca se manifestaba mediante palabras reales. Lo que ocurría era que mi mente traducía las impresiones, las imágenes, en palabras. Aquel zapador necesitaba mi ayuda. Los demás intentaban destruirlo.

No pensé. Por puro instinto, grité en la ninguna-parte:

¡EH!

Centenares de brillantes puntos blancos se abrieron a mi alrededor. Los ojos. Sentí su atención puesta en mí, conociéndome. El zapador en el que habían estado fijándose flotaba por el exterior.

Como de costumbre, ver todos aquellos ojos me intimidó. Pero yo había pasado a ser una persona distinta. Había hablado con uno de ellos, había conectado con él. Lo había convencido para apartar su apetito de la gente de Visión Estelar mostrándole que esas personas estaban vivas.

Solo tenía que hacer lo mismo allí.

Por favor. Proyecté mis pensamientos hacia aquellos ojos, mostrándoles una calmada empatía en vez de miedo. Soy una amiga. Soy como vosotros. Pienso. Siento.

Hice justo lo mismo que había hecho la vez anterior. Los ojos se movieron y temblaron, inquietos. Unos pocos se acercaron más hacia mí y pude sentir su escrutinio. Seguido de… una emoción, muchísimo más poderosa. Penetrante, abrumadora, omnipresente.

Odio.

Los zapadores, una cantidad de ellos imposible de determinar, aceptaron que yo estaba viva. Por mis capacidades citónicas, comprendieron que era una persona. Su odio se convirtió en repugnancia. En ira. Para ellos era mucho peor saber que yo era un ser vivo. Significaba que lo que había estado colándose en sus dominios, molestándolos sin cesar, era consciente de sí mismo. No éramos solo insectos.

Éramos invasores.

Probé de nuevo, notándome más desesperada. Me rechazaron. Como si… hubieran visto lo que yo había hecho a uno de los suyos y se hubieran preparado para resistirse a esa clase de táctica.

Reculé ante la oleada de su terrible ira. Y entonces oí un chillido aterrorizado. ¿Babosa Letal? Su grito proyectó algo en mi cerebro, una posición.

La de casa.

Los zapadores se retiraron. Al parecer, los ponía nerviosos. No habían esperado encontrarme allí. Eso me daba una abertura.

Gracias a Babosa Letal, podía sentir el camino. Podía llegar hasta Detritus. Podía ver a la yaya y… a Jorgen. Tirda, cómo lo echaba de menos. Quería estar cerca de él otra vez, hablar con él de nuevo. Tenía que llegar a casa y ayudar

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