La puerta de Abadón (The Expanse 3)

James S. A. Corey

Fragmento

Prólogo. Manéo

Prólogo

Manéo

Manéo Jung-Espinoza —Néo para sus amigos de la estación Ceres— se acurrucó en la cabina de la pequeña nave que había bautizado Et Quoi. Después de casi tres meses, quedaban unas cincuenta horas para que hiciera historia. La comida se le había terminado dos días antes. El único líquido que le quedaba para beber era medio litro de orina reciclada que había pasado por su cuerpo más veces de las que podía contar. Había apagado todos los instrumentos que se podían apagar. El reactor estaba desconectado. Aún tenía los monitores pasivos, pero ningún sensor activo. La única iluminación de la cabina venía de los salpicaderos de las pantallas de los terminales. La manta en la que se había envuelto, que tenía las puntas atadas para que no saliera flotando, ni siquiera estaba encendida. Los transmisores de radio y de mensajes láser estaban desconectados, y había desmontado el transpondedor incluso antes de pintar el nombre de la nave en el casco. No había flotado hasta ahí para que una señal accidental avisara a las flotillas de que iba de camino.

Cincuenta horas (menos a estas alturas), y lo único que tenía que hacer era pasar desapercibido. Y no chocar contra nada, aunque eso ya quedaba en as mãos de Deus.

Su prima Evita había sido quien lo había introducido en la sociedad clandestina de las hondas. Eso había sido hacía tres años, muy poco antes de que cumpliera los quince. Él estaba pasando el rato en el hueco de su familia mientras su madre trabajaba en la planta de tratamiento de aguas y su padre asistía a una reunión del grupo de mantenimiento de la red eléctrica que supervisaba. Néo se había quedado en casa tras saltarse las clases por cuarta vez aquel mes. Cuando el sistema le avisó de que había alguien en la puerta, pensó que sería alguien de seguridad de la escuela que había ido a buscarlo por hacer novillos. Pero era Evita.

Era dos años mayor que él e hija de la hermana de su madre. Una auténtica cinturiana. Ambos tenían la misma complexión flaca y alargada, pero ella pertenecía de verdad al lugar. Evita le había gustado desde la primera vez que la vio. Manéo había soñado con ella sin ropa. Se había imaginado lo que se sentiría al besarla. Y ahora la tenía delante y estaban solos en el hueco. El corazón le latía el triple de rápido antes de abrir la puerta.

Esá, unokabátya —dijo ella mientras sonreía y se encogía de hombros haciendo un gesto con las manos.

Hoy —respondió él, intentando parecer tranquilo y sosegado. Al igual que ella, había crecido en la enorme ciudad espacial que era la estación Ceres, pero el padre de Manéo era bajo y achaparrado, como correspondía a los terrícolas. El chico había crecido allí y tenía el mismo derecho a usar la jerga del Cinturón, pero en ella sonaba mucho más natural. Cuando él lo pronunciaba, era como si imitase a alguien.

—Unos coyos han empezado a reunirse en el puerto. Silvestari Campos ha vuelto —dijo Evita con la cadera inclinada, su boca esponjosa como una almohada y sus labios resplandecientes—. Mit?

Ou non? —respondió Manéo—. No tengo nada mejor que hacer.

Después se había dado cuenta de que Evita había ido a buscarlo porque Mila Sana, una marciana con cara de caballo y algo más joven, estaba colada por él y todos habían pensado que sería divertido ver cómo la chica fea del interior le tiraba los trastos al mestizo. Pero a él había terminado por darle igual. Iba a conocer a Silvestari Campos y ya había oído hablar de los lanzamientos de hondas.

La cosa era así: unos coyos conseguían una nave. Podía ser una que hubiesen rescatado. O quizás una construida. Y era probable que al menos alguna parte de ella fuera robada. No necesitaba tener mucho más que un motor de fusión, un asiento de colisión y aire y agua suficientes para terminar el viaje. Luego todo se basaba en calcular la trayectoria. Sin un Epstein, los motores de fusión quemaban bolas de combustible demasiado rápido como para que diera tiempo de llegar a cualquier parte. Al menos sin ayuda. El truco estaba en calcularlo todo para que el acelerón —y los mejores solo aceleraban una vez— colocara la nave en asistencia gravitatoria y consiguiera velocidad gracias a un planeta o una luna para luego llegar tan lejos como le permitiera ese empuje. Después había que encontrar la manera de regresar sin morir en el intento. Todo se monitorizaba en una red secreta con doble cifrado que era tan difícil de penetrar como los sistemas de los Loca Greiga o la Rama Dorada. De hecho, quizá la red estuviera controlada por ellos. Era algo muy ilegal, y había alguien jugándosela detrás. También era peligroso, y ahí estaba la gracia. Y cuando volvías después, todo el mundo te conocía. Podías pasearte en las fiestas de los almacenes y beber lo que quisieras y hablar con quien quisieras y cogerle la teta derecha a Evita Jung sin que ella te apartara la mano.

Y fue así como Néo, que hasta entonces no se había interesado mucho por nada, desarrolló una ambición.

—Lo que la gente tiene que tener en cuenta es que el Anillo no es mágico —dijo la marciana. Durante los meses anteriores, Néo había pasado mucho tiempo viendo canales de noticias sobre el Anillo y el que más le gustaba era el de ella. Era guapa. Le gustaba su acento. No era tan fornida como una terrícola, pero tampoco pertenecía al Cinturón. Era como él—. Aún no lo comprendemos y puede que tengan que pasar décadas. Pero durante los últimos dos años hemos realizado los avances más prometedores e interesantes en ciencia de materiales desde la invención de la rueda. En los próximos diez o quince años, empezaremos a ver aplicaciones de todo lo que hemos aprendido gracias a observar la protomolécula, y será...

—Fruto. Del. Árbol. Envenenado —dijo la coyo de piel cuarteada que la mujer tenía al lado—. No podemos olvidar que todo esto procede de un asesinato en masa. Los monstruos y criminales de Protogen y Mao-Kwik soltaron esa arma en una población llena de inocentes. Fue esa matanza la que dio lugar a todo esto, y usarlo en nuestro beneficio nos convierte a todos en cómplices.

La imagen pasó al moderador, quien sonrió y negó con la cabeza mientras miraba a la de la cara cuarteada.

—Rabina Kimble —dijo el moderador—, hemos estado en contacto con un artefacto que, sin lugar a dudas, es alienígena y se apoderó de la estación Eros, pasó algo más de un año preparándose en la indómita estufa de presión que es Venus y luego lanzó una enorme cantidad de estructuras complejas más allá de la órbita de Urano para construir un anillo de miles de kilómetros de diámetro. No puede estar sugiriendo que tenemos la responsabilidad ética de ignorar esos acontecimientos.

—Los experimentos de Himmler con la hipotermia en Dachau... —empezó a decir la coyo de cara cuarteada mientras agitaba un dedo.

Pero le tocó el turno d

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