Vagabundos

Hao Jingfang

Fragmento

Prólogo

Prólogo

Hubo una vez unos jóvenes que nacieron en un mundo y crecieron en otro.

El mundo en el que habían nacido era un rascacielos con unas reglas muy estrictas, y el mundo en el que habían crecido era un salvaje jardín; uno era un diseño sublime, y el otro un placentero frenesí. Aquellos dos mundos llegaron a sus vidas sin respetar su opinión ni sus sentimientos, envolviendo su existencia de manera irresistible.

Lo que se construyó en el rascacielos quedó destruido en el jardín, y lo que se olvidó en medio del frenesí permaneció en el recuerdo del diseño. Quienes solo habían vivido en el rascacielos no habían visto rotas sus ilusiones, y los que únicamente habían experimentado el frenesí no tenían sueños. Solo los jóvenes que habían transitado entre ambos mundos habían podido ver cómo la lluvia hacía brotar campos de hermosas flores en medio del desierto.

Ese es precisamente el motivo por el que sufrieron en silencio los reproches de unos y otros.

Para responder a la pregunta de quiénes eran esos jóvenes y qué los había abocado a ese destino tal vez habría que remontarse a una compleja sucesión de hechos acaecidos a lo largo de doscientos años. Ni ellos mismos habrían sido capaces de explicarlo. Puede que fueran las víctimas más jóvenes de la milenaria historia del exilio, abandonados en manos de la fortuna a una edad en la que todavía no eran conscientes de lo que era el destino, enviados a un mundo sobre el que nada sabían. Su exilio comenzó en su hogar, sin que nadie les diera la opción de cambiar el rumbo de la historia.

El presente relato arranca en el momento en que estos jóvenes regresan a casa, el mismo instante en el que termina el viaje del cuerpo y empieza el verdadero exilio: el de la mente.

Esta es la historia del fin de una utopía.

Libro I. Regreso a marte

LIBRO I

REGRESO A MARTE

La nave

La nave

La nave surcaba el profundo espacio como una gota de agua en la oscuridad, entrando lentamente en una estación con forma de arco. Era muy vieja y emitía una borrosa luz plateada, como una insignia a la que el paso del tiempo le hubiera dejado marcas que la hubiesen deslustrado; sola en el vacío, tenía un aspecto insignificante en medio de las tinieblas. La nave, el Sol y Marte dibujaban una línea recta que parecía el filo de una espada invisible, y en la que el astro rey se situaba en un extremo lejano, Marte en el lado opuesto y la nave en el medio. Completamente envuelta por la negrura, la nave se asemejaba a una gota que emitía una tenue luz plateada.

La nave estaba sola, y sola atracó en medio del silencio. Se llamaba Marterra, y era el único vínculo existente entre la Tierra y Marte.

Aquella ruta había sido muy transitada antes de la aparición de la nave, para la cual esa realidad que no había visto formaba parte de los recuerdos de una vida anterior. Ignoraba que, un siglo antes de su nacimiento, ese lugar en el que se encontraba había estado ocupado por el trasiego de naves de transporte que iban de un lado para otro como ríos que iban a desembocar en la arena. Fue en las postrimerías del siglo XXI cuando el ser humano finalmente superó las tres barreras de la gravedad, la atmósfera y la mente y logró el sueño de transportar todo tipo de bienes y materiales a lejanos planetas, embargado por una mezcla de sentimientos que iban de la inquietud al entusiasmo. Entonces la competición pasó del espacio próximo a la superficie marciana, y oficiales de diferentes países que vestían uniformes de colores variados y hablaban lenguas dispares llevaron a cabo múltiples misiones nacionales incluidas en distintos planes de desarrollo. En aquella época las naves eran voluminosas y pesadas, con acabados de hierro gris verdoso que les daban una apariencia de elefantes metálicos de paso lento pero firme: se movían en formación, y al llegar a su destino abrían sus compuertas en medio del polvo entre rojo y amarillento que se levantaba a su paso y descargaban máquinas y víveres.

Aquella nave tampoco sabía que setenta años antes de su nacimiento las naves de transporte de los políticos habían sido sustituidas por las de los comerciantes. Treinta años después de la construcción de las colonias en Marte, los tentáculos de los empresarios lograron llegar a los cielos, subiendo poco a poco como la enredadera de las habichuelas mágicas de la famosa fábula, llevando pedidos y consolidando sus planes de negocio. Al principio los intercambios comerciales se limitaron a la compraventa física de productos, después de que los comerciantes, en connivencia con los políticos, consiguieran derechos de explotación sobre los terrenos, los recursos y los productos espaciales de Marte. Primero lograron mediante bonitas palabras que los dos planetas comerciaran entre sí, y más tarde los intercambios comerciales pasaron a centrarse en el conocimiento en sí mismo: el proceso histórico que en la Tierra discurrió a lo largo de doscientos años duró veinte años en Marte. Los activos intangibles empezaron a dominar las transacciones, los empresarios captaron talentos científicos, y se levantaron muros invisibles entre las distintas colonias. En esa época las naves que cruzaban el cielo de la noche estaban llenas de banquetes, de contratos y de espléndidos restaurantes giratorios que intentaban reproducir los edificios de la Tierra.

La nave tampoco sabía que cuarenta años antes de su nacimiento los aviones de combate habían recorrido aquella ruta. Diversos motivos desencadenaron una guerra por la independencia de Marte, en la que los exploradores y los ingenieros de las diferentes colonias unieron fuerzas para imponer un boicot a los dominadores terrícolas, aprovechando la te

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