Hacia las estrellas

Álex Riveiro

Fragmento

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CAPÍTULO I

UN UNIVERSO INCONMENSURABLEMENTE GRANDE

Este viaje comienza en un lugar en el que no seríamos capaces de reconocer, ya no la Tierra, sino la Vía Láctea. Nuestro paseo empieza en el borde mismo del universo, a miles de millones de años-luz de distancia de nuestro planeta natal. Aquí, estamos en el reino de los filamentos galácticos y los supervacíos cósmicos. El universo, visto a esta escala, parece una fina y delicada red neuronal.

Los filamentos galácticos están compuestos por miles de millones de galaxias. Todas ellas indistinguibles desde esta distancia. Los supervacíos son grandes áreas en las que, aparentemente, no hay nada. Separan los filamentos galácticos entre sí y le dan esa apariencia de red neuronal.

Sin embargo, sería un error creer que estas zonas están completamente vacías. En su interior, ocultas a nuestra vista desde esta distancia, también encontraríamos multitud de galaxias. Pero no es esa la dirección hacia la que partiremos. Porque la Vía Láctea, una galaxia espiral entre los 200.000 millones de galaxias que componen el universo observable, no está en uno de estos grandes vacíos. Su hogar está en algún lugar de uno de esos filamentos galácticos. La mayoría de ellos tienen un tamaño de entre 160 y 260 millones de años-luz. Y marcan los límites de los supervacíos.

Los filamentos forman parte de supercúmulos. Agrupaciones de cientos de miles de galaxias. Hay uno, en particular, que, a esta distancia, probablemente solo un ojo experto podría llegar a reconocer, pero que tiene un significado muy especial para nosotros: Laniakea. El nombre, en hawaiano, significa «cielos inconmensurables».

Nuestro viaje nos acerca hacia el lugar en el que podemos encontrar la Tierra. Emprendemos nuestro camino hasta que solo los supercúmulos galácticos, que componen los filamentos de Laniakea, son visibles. Ante nuestros ojos, aunque indistinguibles individualmente, hay unas 100.000 galaxias que se extienden a lo largo de 520 millones de años-luz. Una de esas galaxias es la Vía Láctea. Aunque, por más que lo intentásemos, no seríamos capaces de identificarla desde esta distancia. Estamos, todavía, en el reino de estructuras que son mucho más grandes que una galaxia.

Laniakea es una estructura transitoria. Los diferentes supercúmulos de galaxias que la componen no están ligados gravitatoriamente entre sí. Así que, con el tiempo, irá modificándose, en un proceso que sucede a una escala mucho más grande que la de una vida humana. En el transcurso de la vida de una persona, el universo parece casi estático…

De entre todos los supercúmulos de galaxias que forman parte de Laniakea, nuestro destino está en uno muy concreto: el supercúmulo de Virgo. Este está compuesto por unos 100 cúmulos de galaxias, con un diámetro aproximado de 110 millones de años-luz. Estamos, todavía, muy lejos de nuestro hogar. Desde nuestra posición, en este tranquilo viaje hacia la Tierra, somos incapaces de identificar la Vía Láctea, o ninguna de las galaxias que, con un telescopio, podemos observar cerca de la nuestra.

En todo el universo, se calcula que hay unos 10 millones de supercúmulos galácticos. Nuestra galaxia, junto a todo el supercúmulo de Virgo, y otros supercúmulos que componen Laniakea, viajan a 2,2 millones de kilómetros por hora hacia su centro. Allí se encuentra el Gran Atractor, una región del espacio que parece contener una masa miles de veces superior a la de nuestra galaxia. Aunque su estudio es difícil, porque nuestra propia galaxia oscurece el lugar hacia el que se dirige, todo parece indicar que el centro de Laniakea, el Gran Atractor, es simplemente un enorme supercúmulo de galaxias: el supercúmulo Vela.

Está a unos 870 millones de años-luz de distancia de la Vía Láctea y es una de las estructuras más grandes que podemos observar en el universo. Aunque no lo podamos percibir, en estos momentos, mientras lees estas palabras, nuestra galaxia viaja a 2,2 millones de kilómetros por hora hacia un lugar que se encuentra a 870 millones de años-luz. Es decir, si pudiésemos viajar a la velocidad de la luz, tardaríamos 870 millones de años en llegar hasta nuestro destino. Es posible que te cueste poner en perspectiva esa cantidad de tiempo. Es 13 veces más que el tiempo transcurrido desde la extinción de los dinosaurios (hace 65 millones de años). Es, también, casi 3,5 años galácticos. Un año galáctico es el tiempo que tarda el Sol en dar una vuelta alrededor de la Vía Láctea, aproximadamente 250 millones de años.

Es difícil entender el tamaño y la forma del universo. A nuestra mente no se le da bien trabajar con números grandes. Al hablar del universo no podemos pensar en nuestros términos habituales. En la escala más grande del cosmos, un kilómetro es una unidad que se nos queda irrisoriamente pequeña. En realidad, incluso el año-luz, la distancia que recorre la luz, en el vacío, en un año, unos 9,5 billones de kilómetros, también se nos queda extremadamente pequeña.

Hagamos un pequeño alto en nuestro particular viaje hacia la Tierra desde los confines más alejados del universo. Estamos ante el supercúmulo de Virgo, todavía a millones de años-luz de distancia de la Vía Láctea. Nuestra galaxia, todavía, es irreconocible desde esta distancia. Hay dos grandes grupos que destacan sobre los demás. El cúmulo de Virgo, el corazón del supercúmulo que lleva el mismo nombre, y que está formado por unas 1.300 galaxias; y el Grupo Local, el hogar de 54 galaxias, incluyendo Andrómeda. Aquí ya empezamos a movernos en una escala que, con dificultad, comienza a recordarnos el firmamento que nos resulta familiar.

Desde la superficie de la Tierra, con la ayuda de un pequeño telescopio, es posible ver algunas de las muchas galaxias que conforman el cúmulo de Virgo. Es el caso de Messier 49, su galaxia más brillante, que fue observada por el astrónomo francés Charles Messier entre finales de 1770 y principios de 1780. Junto a ella, también observó Messier 87, una galaxia elíptica que destaca por encontrarse en el centro mismo del cúmulo de Virgo. Messier 87 tiene la particularidad de ser una de las galaxias más grandes que podemos observar a nuestro alrededor. Además, nos presenta una característica que no vemos frecuentemente en otras galaxias. Un chorro de materia azul que parece partir desde el centro.

Creemos que en el centro de todas las galaxias grandes, y Messier 87 ciertamente lo es, hay un agujero negro supermasivo. A diferencia del de la Vía Láctea, este agujero negro supermasivo está activo. Es decir, está absorbiendo material. Aunque hablaremos de los agujeros negros más adelante, hay que decir que no todo el material cae al interior de un agujero negro cuando es absorbido. En ocasiones, una parte de ese material puede salir despedido, acelerado a velocidades cercanas a la de la luz, formando un chorro de plasma energético. En el caso de Messier 87, ese chorro es visible a 5.000 años-luz del centro de su galaxia. En este viaje desde los confines del universo, esta galaxia elíptica sería una parada que atraería la atención de los turistas.

Aunque sería de

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