No soy de este mundo

Gaspar Hernández

Fragmento

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Usted no es del mundo, ni siquiera está en el mundo.

El mundo no es, solo usted es.

Nisargadatta Maharaj

Yo tenía el extraño presentimiento de que la naturaleza no estaba ahí fuera, como un mundo objetivo eternamente separado de los sujetos, y que todo lo externo se correspondía vívidamente con algo interno, que las dos esferas eran idénticas e intercambiables, y que la naturaleza era mi propio ser consciente.

Saul Bellow

El hombre se ha cerrado en sí mismo y solo ve todas las cosas a través de la estrecha abertura de su caverna.

William Blake

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INTRODUCCIÓN

No hay ficción más alucinante que la realidad

Fue en la primavera de 2013 cuando vi en YouTube a un tipo campechano diciendo que el mundo no existe. Que todo es un sueño. Mi primera reacción fue echarme a reír. Pensé que se trataba de un humorista bromeando con la célebre frase «la vida es un sueño», la cual a lo largo de la historia hicieron suya literatos o filósofos de la talla de Platón, Shakespeare o Calderón de la Barca. Una frase que durante los últimos años yo oía en centros de yoga y retiros a los que acudía como buscador espiritual. La expresión «buscador espiritual» no me acababa de convencer: supongo que mi inconsciente aún asociaba lo espiritual con lo religioso. En cualquier caso, mi espiritualidad estaba relacionada con lo cotidiano, alejada de dogmas y credos. Tenía que haber otra forma de vivir, de estar en este mundo.

Y de repente vi en YouTube a aquel tipo afirmando que el mundo no existe. Pues vaya, pensé, qué desilusión. Y me eché a reír pensando que se trataba de un chiste. Sin embargo, el hombre hablaba muy en serio. Según él, no solamente la materia no existía —tal como afirmó hace un siglo el premio Nobel Max Planck—, sino que nada era real.

Volví a mi trabajo. En aquella época estaba escribiendo mi segunda novela, el proceso era obsesivo, estaba metido de lleno en la historia de una terapeuta y no me fijaba en nada más. Pero un día vi en las redes sociales otro vídeo de aquel hombre, y le di al play. De nuevo, me distrajo y me hizo reír. Y a partir de entonces cada noche, cuando quería desconectar, en lugar de ver películas o series, veía vídeos de aquel tipo. Se llamaba Enric Corbera, y aunque su mensaje parecía dotado de más ficción que la que yo estaba escribiendo, por momentos mi intuición me susurraba que ahí había algo de verdad. En modo alguno lo de la vida como sueño, sino otra frase que también había oído antes, como quien oye llover: que todos somos uno. Para aquel hombre no se trataba de una frase retórica. Según él, nuestros sentidos eran un velo que nos impedía captar la auténtica realidad, en la que todos éramos uno; también con la naturaleza.

Me pareció verosímil. Como buen buscador espiritual practicaba meditación y alguna vez había experimentado lo que decía el tipo de YouTube: que no había separación entre mi persona y lo que estaba fuera de mí. Que yo era un todo con la habitación. Al principio pensaba que estaba delirando por el dolor de espalda y las articulaciones. Pero me fui a vivir al campo y empecé a salir a correr y de vez en cuando, al cabo de veinte minutos o media hora, cuando mis procesos mentales se habían ralentizado, sentía como si no hubiese separación entre el paisaje y yo. Después supe que aquella experiencia la habían tenido muchos corredores y aficionados a la naturaleza, aunque sin ponerle nombre. Una especie de fusión con el mundo, de modo que no hay mundo y yo, sino que mundo y yo somos lo mismo. Una conexión con el nivel más profundo de la realidad, al que la física moderna denomina «campo unificado».

Eso era, si yo no lo entendía mal, lo que venía a decir aquel tipo de YouTube. Su mensaje era profundamente espiritual, a pesar de que él no llevaba túnica, ni meditaba, ni hacía rituales. Aseguraba que no tenía ninguna organización detrás, ninguna secta, ninguna religión. Soltaba tacos, bebía Coca-Cola y decía que hablaba para las marujas. Era uno de los nuevos fenómenos de internet, personas anónimas que de repente se convierten en celebridades sin el empuje de los medios, que no habían dicho ni una palabra sobre él, ninguna noticia ni entrevista, a pesar de que su último vídeo había sido reproducido 821.000 veces y su página web recibía un millón de visitas mensuales.

«Si hace un tiempo —explicaba Enric Corbera en un vídeo— alguien me hubiese dicho que me ocurriría lo que me está ocurriendo, le hubiese preguntado: ¿qué te has tomado?»

En Latinoamérica asistía una media de mil personas a sus conferencias. En Argentina, la fundación Mil Milenios lo había nombrado «embajador de la paz» argumentando que gracias a su labor muchas personas sanaban después de lograr paz interior. La ceremonia se celebró en el Senado argentino y acudieron mil doscientas personas que lo vitoreaban y hacían cola para abrazarlo, como si Corbera fuese una variante de Amma, la mujer que va repartiendo abrazos.

Había registrado un método de curación sobre el que peroraba en universidades de Cuba, México y Argentina. Su tono en absoluto era académico. Seguía diciendo que hablaba para las marujas —«yo me ilumino cuando tomo vino»—, y aunque estuviese en un paraninfo universitario sostenía no solo que «todos somos uno», sino el otro mensaje que a mí me seguía turbando: «todo es un sueñ­o». Lo afirmaba ante rectores y decanos sentados en primer­a fila.

¿Qué tenía aquel hombre?, me preguntaba. ¿Era un charlatán? ¿Un vendedor de crecepelo? ¿De dónde demonios sacaba que nada era real? ¿Aquella majadería tenía algún fundamento?

Decidí emprender una investigación periodística. Empecé por un libro que él citaba en los vídeos, un libro azul llamado Un curso de milagros. Supe que lo había escrito en 1973 una profesora de la Universidad de Columbia y que, según los expertos, guardaba relación con el budismo y el hinduismo, concretamente con el Vedanta Advaita, una doctrina del hinduismo que estuvo en la base de muchas religiones.

Aunque a mí, en mi infancia, nunca me hablaron de ella los curas con los que estudié, ni en los Escolapios ni en los Maristas. Pero quizá no me había enterado: en aquel entonces no me interesaba nada que tuviese que ver con la religión, una asignatura con más realismo mágico que las novelas de García Márquez.

Sin embargo, ahora, treinta años después, aunque seguía sin interesarme lo religioso, que yo diferenciaba claramente de la nueva idea de espiritualidad, una espiritualidad que estaba surgiendo fuera de las estructuras de las religiones institucionalizadas, y que de

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