A vivir la ciencia

Pere Estupinyà

Fragmento

Prefacio. Esto no va a funcionar, de Javier del Pino

PREFACIO

Esto no va a funcionar

«No va a funcionar.» Es curioso que escuchara tantas veces estas cuatro palabras cuando explicaba que quería hablar de ciencia todos los fines de semana en el programa de radio que hago en la SER. Es verdad que es un programa de los mal llamados «generalistas»; es verdad que un domingo por la mañana, el horario en el que lo haríamos, mucha gente quiere evadirse, no pone la radio para que vengamos nosotros a obligarles a pensar; es verdad que la ciencia mal explicada puede ser compleja y —¡sacrilegio mediático!— aburrida; y sí, es verdad también que a los medios de este país les falta una tradición divulgadora que hayan podido crear personajes a la altura de Carl Sagan o Neil deGrasse Tyson. Y no me refiero a su altura científica, sino a su enorme capacidad de comunicación.

Mis hijas crecieron en Estados Unidos viendo repeticiones constantes de Bill Nye the Science Guy en la PBS Kids, un programa de divulgación presentado por un tipo que parecía salido de Doctor Who y que en realidad era un ingeniero industrial con una enorme pasión por la comedia. Fue en su día el programa educativo de más audiencia en todo el país, tanto que en muchos colegios todavía se usa como herramienta de enseñanza. Recuerdo perfectamente que, al igual que las mejores películas de Pixar, a mis hijas y a mí nos gustaba verlo por razones distintas: ellas aprendían detalles de la ciencia a través de experimentos locos y yo captaba también el subtexto que iba dirigido, en efecto, a los padres; los guionistas sabían que estábamos allí.

«No va a funcionar» es, sin embargo, una argumentación muy científica.Por un lado,es agradablemente escueta,y es de sobra conocido que a los científicos no les gustan los rodeos. Por otro, es fáctica al cien por cien; si la ciencia se basa a menudo en respuestas binarias (algo es o no es, algo sube o baja), no hay nada más acertado que vaticinar un fracaso de manera tan contundente.

En el A vivir hemos hecho cosas para pocos que han gustado a muchos y cosas para muchos que no han gustado a nadie. Hace años, por ejemplo, intentamos una sección llamada Esto no es Carrusel, que parodiaba los programas deportivos de los fines de semana retransmitiendo, con el mismo tono frenético, combates de esgrima, partidos de futbolín o competiciones de petanca. Pretendíamos demostrar, con la ayuda literaria de Enric González y la cómica de David Broncano, que a cualquier deporte se le puede dar solemnidad si se hace creer al oyente que algo interesante está pasando constantemente. Una reportera de Carrusel, Marta Casas, hacía las retransmisiones al más puro «estilo de la SER». No pretendía que fuera una crítica al fútbol en sí mismo sino a la pasión desmedida por un deporte que, como dice un amigo estadounidense, no puede ser tan interesante si el resultado final es en tantas ocasiones cero a cero.

No funcionó. Los seguidores del fútbol lo consideraban ofensivo y elitista, y los aficionados a la petanca estaban convencidos de que no nos tomábamos suficientemente en serio su deporte.

En los años que llevo haciendo el A vivir he aprendido a aceptar que hay cosas que solo me gustan a mí. A veces insisto en ellas más tiempo del necesario, con la esperanza de atraer seguidores a mis causas; en otras ocasiones reconozco la derrota o el error, o ambas cosas a la vez.

Y aunque la idea extendida era que no iba a funcionar, o quizá por eso, lo intentamos.

Yo tengo la teoría de que en un programa de radio el casting es más complicado que en televisión. En la tele, el espectador está distraído por la imagen y perdona mejor los errores. En la radio, en cambio, la voz es transparente. La voz y sus inflexiones permiten construir una personalidad tan compleja que el oyente es capaz de distinguir en ella hasta el nivel de dignidad de la persona que habla.

De Javier Sampedro no conocía su voz ni su capacidad de comunicar con ella, pero admiraba sus crónicas en El País porque eran justo lo que yo buscaba para la radio: contar historias de la ciencia no demostrando lo que sabes, sino aventurando lo que tu interlocutor no sabe. Cuando escucho hablar a Javier en el estudio, creo que soy capaz de ver cómo se le agolpan los conocimientos en el frontal del cerebro, pidiéndole a voces salir a través de sus palabras, y cómo él lucha contra ellos para usar solo los necesarios en la explicación que está aportando. En esta era pretenciosa y egocéntrica, es un mérito enorme saber ajustar tu sabiduría a la audiencia que te escucha y no hacer una demostración pomposa de inteligencia. Nunca he visto a Javier presumir de nada y creo sinceramente que es una de las personas más austeras que conozco. Siempre le agradeceré que dijera sí a la radio, porque en su día la ciencia perdió con él a un doctor en Genética y Biología molecular, pero los lectores de El País y los oyentes de la SER ganaron a una especie de traductor científico. Es un personaje curioso, Javier, fumador extrañamente empedernido capaz de convencer a otro fumador de que deje de fumar.Tímido y trabajador, solo hay una cosa de él que en el equipo damos por hecho: nunca será vegetariano.

Faltaba la otra mitad de la sección que no iba a funcionar. Recordamos entonces que por el programa pasó unos años antes un químico y bioquímico que vino a explicarnos La ciencia del sexo, un libro que acababa de publicar y que me recordó a otro apasionante que había leído casi diez años antes, Bonk:The Curious Coupling of Science and Sex, de Mary Roach.

Ese científico era Pere Estupinyà, y él no lo supo entonces, pero superó varias pruebas en esa entrevista. La primera, hablar de ciencia de manera comprensible; la segunda, hacerlo frente a un grupo de cómicos con colmillo retorcido y salir más o menos victorioso; y la tercera, haberlo logrado, además, desde la soledad de un estudio en Ràdio Barcelona, cuando todos los demás estábamos atrincherados en Madrid.

Creo firmemente que cuando Pere nació, los médicos le dijeron a su madre: «Ha tenido usted un divulgador». La pasión y el cariño con el que te habla de la genética de la oruga o de las neuronas multipolares te hace pensar que en su casa lo colecciona todo en cajitas de cristal, alguna con orugas y otras seguro que con neuronas.Tiene un formidable talento comunicador y, aunque conozco el éxito y los premios de su Cazador de cerebros en La 2, creo que la radio contará siempre con él porque pertenece a ese tipo poco habitual de personas con una cualidad científicamente no demostrable: su capacidad de caer bien a todo el mundo. A mi madre le encanta.

Por eso me alegra muchísimo que tú, lector, tengas este libro en las manos, y espero por decencia que no lo hayas comprado en Wallapop, porque los divulgadores científicos no han aprendido todavía a vivir del aire. Dales tiempo.

Siempre he defendido que quienes tenemos el privilegio de hablar para millo

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