El gen (edición en castellano)

Siddhartha Mukherjee

Fragmento

 El gen

Índice

El gen

PRÓLOGO. Familias

PRIMERA PARTE. «La ciencia ausente de la herencia»

El jardín amurallado

«El misterio de los misterios»

La enorme laguna

«Flores que él amaba»

«Un tal Mendel»

Eugenesia

«Tres generaciones de imbéciles ya es bastante»

SEGUNDA PARTE «En la suma de las partes, no hay más que partes»

«Abhed»

Verdades y conciliaciones

Transformación

Lebensunwertes Leben («Vida indigna de vivirse»)

Esa estúpida molécula

«Los objetos biológicos importantes aparecen por pares»

«Esa condenada y esquiva pimpinela»

Regulación, replicación y recombinación

De los genes a la génesis

TERCERA PARTE «Los sueños de los genetistas»

«Crossing over»

La nueva música

Einsteins en la playa

«Clonar o morir»

CUARTA PARTE. «El estudio más propio de la humanidad es el del hombre mismo»

Las miserias de mi padre

El nacimiento de una clínica

«Interferir, interferir, interferir»

Un poblado de bailarines y un atlas de pecas

«Disponer del genoma»

Los geógrafos

El libro del hombre (en veintitrés tomos)

QUINTA PARTE. A través del espejo

«Por lo tanto, somos lo mismo»

La primera derivada de la identidad

El último kilómetro

El Invierno del Hambre

SEXTA PARTE. Posgenoma

El futuro del futuro

Diagnósticos genéticos: «previvientes»

Terapias génicas: los posthumanos

EPÍLOGO. Bheda, Abheda

Agradecimientos

Glosario

Tabla cronológica

Bibliografía seleccionada

Imágenes

Sobre este libro

Sobre Siddhartha Mukherjee

Créditos

Notas

cap

A Priyabala Mukherjee (1906-1985), que conocía los peligros;

a Carrie Buck (1906-1983), que los experimentó

cap

Es probable que una determinación exacta de las leyes de la herencia provoque más en la visión del hombre sobre el mundo y en su poder sobre la naturaleza que cualquier otro previsible avance en el conocimiento de esta.

WILLIAM BATESON[1]

Los seres humanos no son en última instancia más que portadores —pasillos— de los genes. Nos pasan por encima de generación en generación como caballos de carreras. Los genes no piensan en lo que constituye el bien o el mal. No les importa que seamos felices o desgraciados. Para ellos solo somos medios para un fin. Lo único en que piensan es en lo que pueda ser más eficiente para ellos.

HARUKI MURAKAMI, 1Q84[2]

cap-1

PRÓLOGO

Familias

La sangre de tus padres no se pierde en ti.

MENELAO, La Odisea

Ellos te joden, tu mamá y tu papá.

Ellos quizá no quieren, pero lo hacen.

Ellos te llenan de los defectos que tenían

y añaden algún otro solo para ti.

PHILIP LARKIN, «This Be the Verse»[1]

En el invierno de 2012 viajé de Delhi a Calcuta para visitar a mi primo Moni. Me acompañaba mi padre para guiarme y estar conmigo, pero su presencia era deprimente y perturbadora, sumido como estaba en una desazón personal que solo vagamente podía yo percibir. Mi padre es el menor de cinco hermanos y Moni es su primer sobrino, hijo del mayor. Desde 2004, cuando cumplió cuarenta años, Moni ha estado confinado en una institución para enfermos mentales (una «casa de lunáticos», como la llama mi padre) con un diagnóstico de esquizofrenia. Recibe una fuerte medicación —sumergido en un mar de múltiples antipsicóticos y sedantes—, y un auxiliar se encarga de vigilarlo, bañarlo y alimentarlo durante el día.

Mi padre nunca ha aceptado el diagnóstico de Moni. Durante años ha llevado a cabo una solitaria campaña contra los psiquiatras encargados de cuidar a su sobrino con la esperanza de convencerlos de que su diagnóstico fue un colosal error, o de que la destrozada psique de Moni se arreglaría de alguna manera mágica. Mi padre ha visitado la institución en Calcuta dos veces, una de ellas sin previo aviso, con la esperanza de ver a un Moni transformado, viviendo secretamente una vida normal detrás de las puertas enrejadas.

Pero mi padre sabía —y yo también— que en esas visitas había algo más que el afecto de un tío. Moni no es el único miembro de la familia de mi padre con una enfermedad mental. De los cuatro hermanos de mi padre, dos —no el padre de Moni, sino dos de sus tíos— padecieron diversas perturbaciones mentales. Resultó que la locura ha estado presente entre los Mukherjee durante al menos dos generaciones, y cuando menos una parte de la reticencia de mi padre a aceptar el diagnóstico de Moni radica en el desalentador reconocimiento de que la semilla de la enfermedad puede hallarse enterrada, como un residuo tóxico, en él.

En 1946, Rajesh, el tercero de los hermanos de mi padre, murió prematuramente en Calcuta. Tenía veintidós años. Se cuenta que contrajo una neumonía después de pasar dos noches de invierno haciendo ejercicios bajo la lluvia, pero la neumonía fue la culminación de otra enfermedad. Rajesh era el más prometedor de los hermanos, el más ágil, habilidoso, carismático, enérgico, querido e idolatrado por mi padre y su familia.

Mi abuelo había muerto diez años antes, en 1936 —fue asesinado en una disputa sobre unas minas de mica—, y mi abuela había tenido que cuidar de cinco chicos jóvenes. Aunque no era el mayor, Rajesh encajó fácilmente en el puesto de su padre. Tenía solo doce años, pero su edad mental podría ser de veintidós; su aguda inteligencia ya estaba siendo templada por la seriedad, y la inseguridad propia de la adolescencia evolucionaba hacia la confianza en sí mismo propia de la edad adulta.

Pero en el verano del 46, recuerda mi padre, Rajesh empezó a comportarse de manera extraña, como si un cable del cerebro le hubiera saltado. El cambio más llamativo en su personalidad era la volubilidad; las buenas noticias provocaban en él estallidos de incontenible alegría, a menudo extinguida solo por ejercicios físicos cada vez más acrobáticos, mientras que las malas noticias lo sumían en un abatimiento inv

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