¡No seas neandertal!

Shin-Young Yoon
Sang-Hee Lee

Fragmento

cap-1

 

INTRODUCCIÓN

EMPRENDAMOS UN VIAJE JUNTOS

En el año 2001 estaba a punto de iniciar un nuevo capítulo de mi vida como profesora ayudante doctora en el Departamento de Antropología de la Universidad de California, en Riverside. Planeaba enviar todas mis pertenencias a California, incluido mi automóvil, y después, hacer el viaje cómodamente en avión (todo ello gracias a que la universidad cubría los gastos de mi mudanza).

Este plan habría de desbaratarse pronto. Mi tutor de la escuela de posgrado me recomendó encarecidamente que en lugar de ello viajara en coche por el país. Desde luego, yo no estaba de acuerdo y protesté. Enérgicamente. Quería llegar a California tan pronto como fuera posible e instalarme cuanto antes. Pero esta era solo una razón superficial; para ser franca, el empeño me aterrorizaba. Después de una larga discusión, cedí ante mi tutor, que me argumentó de forma convincente que esta sería la única oportunidad que yo tendría en la vida para experimentar y sentir íntimamente cómo era Estados Unidos.

Recordé un libro que me había causado una fuerte impresión, Travels with Charley (1962), de John Steinbeck. Lo había leído después de graduarme en la facultad, mientras me preparaba para entrar en una escuela de posgrado en Estados Unidos. Steinbeck viajó a través del país con su perro Charley en medio de una crisis sobre lo que significaba ser estadounidense y de qué estaba hecha la nación. Escribió con franqueza acerca de los problemas que envenenaban el país, entre ellos, la desigualdad racial. A partir de su retrato, no fue en absoluto sorprendente que en la década de 1960 estallara el movimiento pro derechos civiles, que sacudió todo el territorio hasta sus cimientos. Y aquel libro me causó una fuerte impresión en 1990, cuando iniciaba mi vida en Estados Unidos.

Cuando me fui de Corea, había poco interés entre los coreanos por el multiculturalismo y la diversidad. Para alguien como yo, que tenía una idea vaga y simple acerca de dos razas, la blanca y la negra, los aspectos multidimensionales de la raza y la muy arraigada tensión entre ellas eran algo desconocido. Así, cuando adopté la sugerencia de mi tutor de recorrer el país en coche, decidí sacar el mayor partido de mi experiencia hablando con la gente adondequiera que yo fuera, viéndolo y sintiéndolo todo. Cargué una grabadora, junto con el resto de mis pertenencias que no envié, en mi camioneta Dodge Voyager de 1994 (un coche fiable, aunque las ventanas se abrían manualmente, carecía de aire acondicionado y ni siquiera disponía de reproductor de casetes) y me dispuse a partir.

Seguí algunos principios básicos antes de empezar mi recorrido a través del país. Primero, no circularía por autopistas y usaría carreteras locales siempre que fuera posible. En aquel entonces no disponía de un teléfono móvil, de modo que adquirí un teléfono de emergencia —con el que solo podía llamar al 911— y un cargador que podía cargarse con la batería del coche. Compré una caja de botellas de agua, otra de galletas saladas, algo de ropa sencilla y algunos artículos de aseo personal. Me sentía como la capitana Janeway de Star Trek: Voyager, una de mis series de televisión favoritas. «Llegar a donde nadie ha llegado jamás», pensé cuando me fui de casa, y me lancé a la carretera.

Salí de un barrio a las afueras de Pittsburgh (de nombre un tanto desconcertante: Indiana, Pensilvania) en el que había pasado un año como profesora ayudante visitante en la Universidad de Indiana. Indiana es más conocida por ser el lugar de nacimiento del actor Jimmy Stewart. Durante el tiempo que pasé allí, era un pueblo de tamaño medio que había ido decayendo junto con la industria de la minería del acero de Pittsburgh. A medida que los hombres perdían su trabajo en las minas de acero, las mujeres se iban convirtiendo en el sostén de la familia, a menudo con empleos en el sector servicios. Había muchas personas en Indiana que no estaban nada contentas con los cambios en el panorama económico (tanto el doméstico como el de la ciudad), y la universidad, que se había erigido en la principal fuente de puestos de trabajo cuando se hundió la industria de la minería del acero, reflejaba esta animadversión. Pasé todo el año allí deseando marcharme, a la espera de enseñar en una facultad mayor y en una atmósfera más acogedora. Con esta amable anticipación para el futuro, inicié mi viaje a través de Estados Unidos.

Hice mi primera parada en Michigan para despedirme de mi tutor, Milford Wolpoff, uno de los primeros defensores del «modelo de evolución multirregional» como explicación del origen de los humanos modernos, pero, sobre todo, mi más enérgico defensor y crítico. Además, puesto que yo estaba muy lejos de mi hogar, me trataba como a una más de la familia. Me había enamorado de la paleoantropología (un campo transdisciplinar de la ciencia y las humanidades), a pesar de no haber estudiado ciencias en el instituto ni en la facultad. De no haber sido por los ánimos y el apoyo inquebrantable de un mentor como Milford Wolpoff, no hay duda de que los retos para entrar en este campo me habrían resultado insuperables.

Me fui de Michigan y me dirigí a Kentucky para visitar a una de mis amigas de la escuela de posgrado. Había llegado a Estados Unidos con sus padres, procedentes de Saigón, al final de la guerra del Vietnam, y nos habíamos convertido en amigas íntimas, en parte porque ambas éramos asiáticas. Habíamos perdido el contacto después de que ella dejara los estudios de posgrado y, siguiendo una trayectoria vital completamente diferente a la mía, ocupara un puesto de ejecutiva en una gran empresa y se convirtiera en una feliz madre de dos hijos.

Muchos de nosotros vamos a la universidad para dedicarnos a una vida académica, pero siempre hay gente que abandona los estudios antes de completar un grado y sigue otro camino, como hizo mi amiga. En el contexto de mi viaje a través del país, nuestra reunión hizo que yo meditara acerca de los caminos que no se siguen. ¿Qué habría ocurrido si ella hubiera persistido entonces, en lugar de abandonar? ¿Y qué habría ocurrido si yo hubiera dejado antes el camino académico y hubiera buscado una alternativa? Por un lado, hace falta mucho valor para cambiar de rumbo una vez que se inicia el camino para obtener un doctorado. Se ha de superar el temor a que la gente piense que eres un perdedor y un rajado. Pero proseguir tampoco es una hazaña menor. Al final, ningún camino es fácil. O, más bien, todos los caminos son hermosos.

Inicié mi recorrido campo a través con una gran ambición. Pero después de pasar por Kentucky, Illinois y Misuri (conduciendo a través de una llanura interminable) empecé a sentirme agotada. Tras la frescura de las primeras horas de la mañana, el sol de finales de agosto pronto se tornaba caluroso y sofocante. Sin aire acondicionado, tenía que conducir con una ventana abierta. Al dirigirme siempre hacia el oeste, constantemente me encontraba de cara al sol y mi brazo izquierdo se iba volviendo más oscuro cada día. El filtro solar era inútil. Las carreteras locales eran tranquilas, con solo uno o dos coches que se cruzaban con el mío cada día. En todas las emisoras de la radio, mi única fuente de entretenimiento, sonaba música country y del Oeste. Con el aire caliente que entraba por la ventana abierta, conduciendo un coche caldeado y es

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