Diccionario amoroso del psicoanálisis

Élisabeth Roudinesco

Fragmento

Corporativa

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Para Pierre Bergé

Introducción

Siempre me han gustado los diccionarios. Encierran un saber que se parece a un misterio permanente. Cada vez que abro un diccionario sé que encontraré algo nuevo, un secreto en el que no había pensado, historias, palabras, nombres, figuras retóricas. Un diccionario es un vasto lugar de memoria, un relato en forma de laberinto, un inventario extravagante, una lista en expansión. En 1997, cuando publiqué con Michel Plon un voluminoso Diccionario del psicoanálisis ya varias veces reeditado, no me imaginaba que algún día retomaría la tarea, sobre todo con las decenas de diccionarios de psicoanálisis que se publicaron desde el primero de su especie, en 1938, el año en que Freud parte a Londres. Sesenta años más tarde, el nuestro incorporaba por primera vez los conceptos, los países de implantación, las grandes corrientes, las técnicas de tratamiento, los actores de la historia, la historiografía y las principales obras de Freud.

Por eso tardé mucho en aceptar lanzarme a la hermosa aventura amorosa orquestada por Jean-Claude Simoën. ¿Miedo a repetirme, temor de haber quedado tan impregnada de las antiguas listas que ya no pudiera deshacerme de ellas o vaya uno a saber qué?

Tenía que abandonar mi terreno propio, el académico, para dar libre curso a asociaciones inéditas. Aquí no habrá, pues, ni conceptos, ni actores, ni países, sino temas, palabras, ficciones y territorios reunidos de manera arbitraria, citas y remisiones a otros diccionarios amorosos, así como un índice de nombres propios. Algo así como una aventura de lo imaginario tejida al correr de la pluma, un vagabundeo en primera persona, un recorrido alternativo, entradas extravagantes o inesperadas, atajos engañosos que pueden ser leídos en orden o desordenadamente.

En este Diccionario amoroso del psicoanálisis he adoptado el estilo de la lección —clasificar, reflexionar, distinguir, nombrar— a los efectos de explicarle al lector la forma en que el psicoanálisis se nutrió de literatura, de cine, de teatro, de viajes y de mitologías para llegar a ser una cultura universal. He atravesado ciudades y museos, me he encontrado con personajes, poemas y novelas que me resultan familiares o que me gustan particularmente. De Amor a Zurich, pasando por Animales, Ferdinand Bardamu, Buenos Aires, La conciencia de Zeno, El segundo sexo, Sherlock Holmes, Hollywood, Göttingen, Jesuitas, La carta robada, Marilyn Monroe, New York, París, Psique, Leonardo da Vinci, W ou le souvenir d’enfance, etc., se encontrará aquí una lista de experiencias y palabras que permiten trazar la historia y la geografía de esta saga del espíritu en permanente metamorfosis.

El psicoanálisis es una de las aventuras más importantes del siglo XX, un nuevo mesianismo que nació en Viena entre 1895 y 1900, en el corazón de la monarquía austrohúngara. Lo inventaron unos judíos de la Haskala nucleados alrededor de Sigmund Freud. Todos buscaban una nueva Tierra Prometida: el inconsciente, la clínica de las neurosis y la locura. Fenómeno urbano, el psicoanálisis es una revolución de lo íntimo sin nación ni fronteras, heredero a la vez de la Ilustración —alemana y francesa— y del romanticismo, y fundado en la actualización de los grandes mitos grecolatinos. Mundializado desde su nacimiento mismo, se adaptó tanto al jacobinismo francés, al liberalismo inglés y al individualismo norteamericano, así como al multiculturalismo latinoamericano y al familiarismo japonés.

En este sentido podemos preguntarnos: ¿hay todavía alguna comunidad psicoanalítica que defienda un único relato de origen? Sí, en la medida en que, de un extremo al otro del planeta, los psicoanalistas se reconocen entre sí —positiva o negativamente— mediante la reivindicación del nombre de Freud, y agrupándose en asociaciones internacionales; no, ya que sabemos que esa comunidad está compuesta por un extraordinario mosaico de grupos que no se frecuentan en el plano local, al tiempo que cada uno se identifica con una corriente internacionalizada. Los psicoanalistas se detestan en todos los países, y cada grupo pretende encarnar el superyó freudiano en detrimento de los demás. En consecuencia, aferrados a semejante ilusión, los miembros de tales grupos suelen ignorar que la cultura psicoanalítica existe sólo en la medida en que es plural, y que para entenderla es preciso extirparse la idea de que una escuela es superior a otra. La historiadora que hay en mí aprecia esa atomización. Para mí no hay nada más apasionante que usar cada viaje para deambular de manera transversal por el corazón de los distintos idiomas del psicoanálisis, con el propósito de descifrar códigos, costumbres, relatos singulares que remiten a un universal tan fantaseado.

El psicoanálisis se ha convertido en uno de los principales componentes de la cultura popular, política y mediática del mundo contemporáneo: prensa sensacionalista, historietas, caricaturas, series de televisión, etc.; está presente por doquier en la pluma de los editorialistas, a tal punto que su vocabulario —lapsus, inconsciente, diván, paranoia, perversión, superyó, narcisismo, etc.— se ha

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