Humillación en las redes

Jon Ronson

Fragmento

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1

Braveheart

Este relato comienza a principios de enero de 2012, cuando descubrí que otro Jon Ronson había empezado a publicar en Twitter. Su avatar era una fotografía mía. Su cuenta de Twitter era @jon_ronson. Su tuit más reciente, que apareció justo cuando yo contemplaba atónito su cronología, decía: «Me voy a casa. Tengo que conseguir la receta de un gran plato de guaraná y mejillones en un panecillo con mayonesa :D #QuéRico.»

«¿Quién eres?», le tuiteé.

«Viendo #Seinfeld. Me encantaría un gran plato de apionabo, mero y kebab de crema ácida con citronela #MorroFino», escribió él.

No supe qué hacer.

A la mañana siguiente, eché un vistazo a la cronología de @jon_ronson antes de revisar la mía. «Estoy soñando algo relacionado con el #tiempo y la #polla», había tuiteado durante la noche.

Tenía veinte seguidores. Algunos, a quienes yo conocía en persona, debían de estar preguntándose de dónde me había venido esa repentina pasión por la cocina fusión y esa sinceridad respecto a mis sueños sobre pollas.

Llevé a cabo algunas pesquisas. Descubrí que un joven profesor de la Universidad de Warwick llamado Luke Robert Mason había publicado semanas atrás un comentario en la web de The Guardian. Era una respuesta a un vídeo breve que yo había hecho sobre los spambots, robots generadores de mensajes basura. «Le hemos creado a Jon un infomorfo solo para él —escribió—. Podéis seguirlo en Twitter: @jon_ronson.»

«Ah, es una especie de spambot —me dije—. Vale. No hay problema. Luke Robert Mason debe de haber creído que el spambot me gustaría. Cuando se entere de que no me gusta, lo eliminará.»

De modo que le escribí en Twitter: «¡Hola! ¿Podrías desactivar tu spambot, por favor?»

Transcurrieron diez minutos, tras los cuales respondió:

«Preferimos el término infomorfo.»

Fruncí el ceño.

«Pero es que ha suplantado mi identidad», escribí.

«El infomorfo no ha suplantado tu identidad —replicó—. Solo está reconvirtiendo datos de los medios sociales para darles una estética infomórfica.»

Noté una opresión en el pecho.

«#yujuuu maldita sea, me apetecería un plato de cebollas a la parrilla con pan crujiente. #MorroFino», tuiteó @jon_ronson.

Había entrado en guerra con una versión robótica de mí mismo.

Pasó un mes, y @jon_ronson publicaba veinte tuits al día sobre su vorágine de compromisos sociales, sus soirées y su amplio círculo de amigos. Contaba ya con cincuenta seguidores, a quienes les presentaba una imagen desastrosamente deformada de mis opiniones sobre las soirées y los amigos.

El spambot me había hecho sentir impotente y sucio. Unos desconocidos habían redefinido mi identidad de forma totalmente errónea, y yo no podía hacer nada al respecto.

Le escribí un tuit a Luke Robert Mason. Le pedí que, si aún se negaba rotundamente a retirar su spambot, al menos se reuniera conmigo. De ese modo yo podría grabar el encuentro en vídeo y colgarlo en YouTube. Él accedió y añadió que estaría encantado de explicarme la filosofía en la que se basaba el infomorfo. Yo le contesté que me interesaría mucho saber cuál era la filosofía en que se basaba el spambot.

Alquilé una habitación en el centro de Londres. Él llegó acompañado por dos hombres, el equipo que había desarrollado el spambot. Los tres pertenecían al mundo académico. Se habían conocido en la Universidad de Warwick. Luke, el más joven, era un veinteañero apuesto, «investigador en tecnología y cibercultura, y organizador de la conferencia Virtual Futures», según su currículum en Internet. David Bausola tenía el estilo de un profesor desenfadado, la típica persona que podría participar en una conferencia sobre la literatura de Aleister Crowley. Era un «tecnólogo creativo» y director ejecutivo de la agencia digital Philter Phactory. Dan O’Hara tenía la cabeza rapada, una mirada penetrante e iracunda y los dientes apretados. Rondaba la cuarentena y daba clases de literatura inglesa y estadounidense en la Universidad de Colonia. Antes había sido profesor en Oxford. Había escrito un libro sobre J. G. Ballard titulado Extreme Metaphors y otro llamado Thomas Pynchon: Schizophrenia & Social Control. Por lo que entendí, David Bausola era el auténtico desarrollador del spambot, mientras que los otros dos se habían encargado de «la investigación y el asesoramiento».

Les propuse que se sentaran en fila en el sofá para que yo pudiera grabarlos en una sola toma. Dan O’Hara miró a sus compañeros.

—Sigámosle el juego —les dijo, y tomó asiento entre los otros dos.

—¿A qué te refieres con «seguirme el juego»? —le pregunté.

—Es una cuestión de control psicológico —contestó.

—¿Crees que os he pedido que os sentarais en fila en el sofá para controlaros psicológicamente? —quise saber.

—Claro —respondió Dan.

—¿De qué manera? —pregunté.

—Yo lo hago con los alumnos —dijo Dan—. Me siento en una silla aparte y los pongo a ellos uno al lado de otro en el sofá.

—¿Por qué querrías controlar psicológicamente a unos alumnos? —inquirí.

Por unos instantes, Dan pareció preocupado por haber dicho algo inquietante.

—Para controlar el entorno de aprendizaje —contestó.

—¿Te hace sentir incómodo esta situación? —pregunté.

—No, no mucho —dijo Dan—. ¿Tú te sientes incómodo?

—Sí.

Enumeré mis motivos de queja.

—Los investigadores universitarios —dije— no irrumpen sin más en la vida de otros con el fin de utilizarlos para una especie de ejercicio académico, y luego, cuando les piden que lo dejen, salen con que «oh, no es un spambot, es un infomorfo».

Dan asintió. Se inclinó hacia delante y repuso:

—Debe de haber un montón de Jon Ronsons en el mundo, ¿no? Otras personas que se llaman igual que tú, ¿no crees?

Lo contemplé con suspicacia.

—Estoy seguro de que hay personas que se llaman como yo —contesté con cautela.

—Yo tengo el mismo problema —comentó Dan con una sonrisa—. Hay por ahí otro investigador que se llama como yo.

—Tu problema no es exactamente igual al mío —puntualicé—, porque mi problema consiste exactamente en que tres desconocidos han robado mi identidad, han creado una versión robótica de mí y se niegan a borrarla a pesar de que proceden de universidades respetables y dan charlas en TEDx.

Dan soltó un prolongado suspiro de resignación.

—Estás diciendo que solo hay un Jon Ronson —aseveró—. Te crees el auténtico e inimitable, por así decirlo, y pretendes defender esa integridad y esa autenticidad, ¿no?

Lo miré con fijeza.

—Me parece que somos nosotros los que estamos disgustados contigo —prosiguió Dan—, porque no acabas de convencernos. Creemos que h

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