El mosquito

Timothy Winegard

Fragmento

Introducción

Introducción

Estamos en guerra con el mosquito.

Un revoloteador e incontenible ejército de 110 billones de mosquitos enemigos patrulla cada centímetro del globo excepto la Antártida, Islandia, las Seychelles y un puñado de islas de la Polinesia Francesa. Las hembras guerreras de esta zumbadora población insectil están provistas de al menos quince armas biológicas letales y debilitadoras que usan contra 7.700 millones de humanos, cuyos mecanismos defensivos resultan dudosos y a menudo perjudiciales para ellos mismos. Efectivamente, nuestro presupuesto de defensa para escudos personales, aerosoles y otros sistemas disuasorios contra los ataques implacables de los mosquitos aumenta rápidamente, y tiene un coste anual de 11.000 millones de dólares. Y, a pesar de ello, sus letales campañas ofensivas y sus crímenes contra la humanidad continúan con un desenfreno temerario. Aunque nuestros contraataques reducen el número de bajas que causan los mosquitos cada año, estos siguen siendo los cazadores de seres humanos más mortíferos del planeta. El año pasado exterminaron solo a 830.000 personas. Nosotros, Homo sapiens sensatos y sabios, ocupamos el segundo lugar de la clasificación, pues matamos a 580.000 individuos de nuestra propia especie.

La Fundación Bill & Melinda Gates, que desde que se creó en el año 2000 ha donado más de 4.000 millones de dólares para la investigación sobre los mosquitos, publica todos los años un informe que identifica a los animales más letales para los humanos. Nunca hay una competición muy reñida. El eterno campeón de los pesos pesados, y nuestro máximo depredador, es el mosquito. Desde el año 2000, los mosquitos han causado un promedio anual de muertes a los humanos que ronda los dos millones. Nosotros nos situamos en un distante segundo puesto tras ellos, pues hemos causado 475.000 muertes, seguidos por las serpientes (50.000 muertes), los perros y los tábanos (25.000 muertes cada uno), la mosca tse-tsé y la chinche asesina (10.000 muertes cada una). Los feroces homicidas legendarios y los que Hollywood ha hecho célebres aparecen mucho más abajo en nuestra lista. Los cocodrilos se hallan en el décimo lugar, con 1.000 muertes anuales. Detrás aparecen los hipopótamos, con 500 muertes, y los elefantes y los leones, con 100 muertes cada uno. Tiburones y lobos, muy denostados, comparten el puesto decimoquinto y matan de promedio a diez personas al año.[1]

Los mosquitos han matado a más gente que todas las demás causas de muerte en la historia de la humanidad. Según la extrapolación estadística, los mosquitos han provocado la muerte de cerca de la mitad de todos los seres humanos que han vivido. En números redondos, los mosquitos han eliminado a unos 52.000 millones de personas de un total de 108.000 millones a lo largo de nuestra relativamente breve existencia durante 200.000 años.[2]

Sin embargo, los mosquitos por sí solos no hacen daño a nadie. Son las enfermedades que transmiten, tóxicas y muy evolucionadas, lo que causa un aluvión infinito de desolación y muerte. No obstante, sin los mosquitos estos siniestros patógenos no podrían ser transferidos o transmitidos a los humanos ni continuar su contagio cíclico. En realidad, sin los mosquitos estas enfermedades sencillamente no existirían. Unas no son posibles sin los otros. Los perversos mosquitos, que tienen un tamaño y un peso parecidos a los de una pepita de uva, serían tan inocuos como las hormigas comunes y las moscas domésticas, y el lector no estaría leyendo este libro. Después de todo, su señorío de la muerte se habría borrado de los anales de la historia y yo no tendría relatos desbocados ni notables que contar. Imagine el lector, por un momento, un mundo sin mosquitos letales, o sin ninguna clase de mosquito, si a eso vamos. Nuestra historia y el mundo que conocemos, o que creemos conocer, serían totalmente irreconocibles. Tendríamos la sensación de vivir en un planeta extraño de una galaxia muy lejana.

En tanto que máximos proveedores de exterminio, los mosquitos han estado de manera sistemática en la primera línea de la historia como la Parca, la segadora de poblaciones humanas y el agente definitivo del cambio histórico. Han desempeñado un papel en el trazado del curso de nuestra historia más decisivo que el de ningún otro de los animales con los que compartimos nuestra aldea global. A lo largo de las páginas que siguen, sangrientas y plagadas de enfermedades, el lector se embarcará en un viaje cronológico, atormentado por los mosquitos, a través de nuestra enmarañada historia común. En 1852, Karl Marx reconoció que «los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen a su voluntad». Fueron los perseverantes e insaciables mosquitos los que manipularon y determinaron nuestro destino. «Quizá sea un duro golpe al amour propre de nuestra especie pensar que los humildes mosquitos y los descerebrados virus pueden dar forma a nuestros asuntos internacionales. Pero pueden hacerlo», escribe J. R. McNeill, aclamado profesor de historia de la Universidad de Georgetown. Tenemos tendencia a olvidar que la historia no es producto de la inevitabilidad.

Un tema recurrente a lo largo de todo este relato es la interacción entre guerra, política, viajes, comercio y las pautas variables del uso del suelo por parte de los humanos y del clima natural. Los mosquitos no existen en un vacío, y su ascendencia global se debe a acontecimientos históricos correlativos, provocados por causas tanto naturales como sociales. El trayecto, relativamente corto, de la humanidad desde que dimos los primeros pasos en África y fuera de ella hasta nuestras sendas históricas globales es el resultado de un matrimonio coevolutivo entre la sociedad y la naturaleza. En tanto que humanos, hemos desempeñado un papel importante en la expansión de las enfermedades transmitidas por los mosquitos mediante las migraciones de la población (involuntarias o no) y la densidad y la presión demográficas. Históricamente, la domesticación de plantas y animales (que son reservorios de enfermedades), los avances en la agricultura, la deforestación y el cambio climático (tanto natural como alentado artificialmente), así como la guerra, el comercio y los viajes globales, han tenido que ver en la creación de las condiciones ideales para que proliferasen las enfermedades transmitidas por los mosquitos.

Sin embargo, los historiadores, los periodistas y los cronistas modernos encuentran que la pestilencia y la enfermedad son cuestiones más bien aburridas cuando se comparan con la guerra, la conquista y los héroes nacionales, que suelen ser líderes militares legendarios. Los registros literarios no son objetivos cuando atribuyen el destino de imperios y naciones, el resultado de guerras cruciales o el hecho de que se hayan torcido ciertos acontecimientos históricos a gobernantes individuales, a generales específicos o a los intereses de acciones humanas como la política, la religión y la economía. Se ha relegado al mosquito al lugar de un espectador marginado en vez de considerarlo un agente activo en

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