El planeta azul

Sergio Rossi

Fragmento

Prólogo

Prólogo

¿Se mueren los océanos? Es la pregunta que muchas personas se hacen cada vez con más insistencia. La respuesta es que en ningún caso se están muriendo, pero sí se están transformando. Profundamente. Los cambios introducidos por el hombre en todo el planeta afectan más a los ecosistemas marinos que a los terrestres. Pero en el mar hay un problema: no es fácil ver qué pasa, porque no es nuestro medio. La desaparición de grandes depredadores (ballenas, tiburones, atunes, tortugas, focas, peces espada, etc.), así como la drástica reducción de gran parte de las estructuras vivas del fondo del mar (arrecifes de coral, praderas de algas y plantas superiores, corales profundos, etc.) han provocado el cambio de ecosistemas enteros que buscan un reequilibrio basado en la abundancia de organismos de pequeño tamaño y vida acelerada. Pero hay más: la persistente contaminación tanto química como biológica y los inciertos pero seguros efectos del cambio climático pueden suponer un golpe de gracia a los océanos tal y como los hemos conocido. Y ello con el agravante de que no sabemos todavía a ciencia cierta la repercusión real que estos cambios puedan estar propiciando en el sistema completo, el funcionamiento del planeta y nuestra propia supervivencia.

Hoy en día a nadie se le escapa que el ser humano ha modificado esencialmente todos los hábitats de la biosfera. Se necesita saber más sobre conceptos como economía ecológica, persistencia de las especies en el sistema, explotación sostenible y recuperabilidad de lo que hoy en día dominamos como especie: el planeta en general y los océanos en particular. Esto implica saber más sobre los tamaños de población, los flujos genéticos, las relaciones positivas o negativas entre especies, pero también aprender a adaptar nuestro modo de vida y entender cuál es nuestro papel en la naturaleza. El medio marino es sin duda el que lleva más retraso en esta relación de conceptos, al ser el más inaccesible y desconocido. El problema es en parte de enfoque, de perspectiva, de la manera que tenemos de entender lo que nos rodea. Las diversas transformaciones que se han dado (y se están dando) en los ecosistemas marinos merecen una reflexión fruto no solo de la experimentación puntual sino de la observación y de la mirada hacia atrás, hacia lo que fue en su momento un equilibrio que ahora se ha visto roto a lo largo y ancho del planeta.

En el presente libro trato de dar una visión lo más global posible del pasado, presente y futuro del conjunto de los ecosistemas que más superficie (70 por ciento) y volumen (hasta un 99 por ciento) abarcan del planeta: los océanos. No pretendo abarcarlo todo, ni quiero pormenorizar todos los factores que empujan hacia un océano muy diferente del que debieron de conocer nuestros antepasados hace apenas unos miles de años, pero sí ofrecer una visión de los frentes abiertos para que el lector entienda la magnitud del proceso de transformación que se ha dado y se está dando en nuestro planeta. Empiezo con un breve repaso a la historia de nuestros mares, en la que se demuestra que las transformaciones y los cataclismos están a la orden del día en la Tierra. Muchos han sido los cambios que ha sufrido el mar, como el movimiento de los continentes, la subida y bajada de su nivel, la aparición de cianobacterias capaces de crear oxígeno (envenenando al resto de los seres que no lo consumían), su acidificación o la súbita congelación de su superficie. A todas estas perturbaciones se han enfrentado las especies, desapareciendo unas, migrando otras o surgiendo nuevas adaptaciones a las condiciones cambiantes en algunas de ellas. Pero la intervención del ser humano cambió las cosas. La presión que hemos ejercido y la resultante transformación profunda de los ecosistemas empezaron mucho antes de lo que pensamos. Hace cientos (en algunos casos hasta miles) de años el ser humano entendió que el mar es una fuente de alimento aparentemente inagotable y lo empezó a explotar de forma sistemática y sin control alguno. En el mar, al contrario que en tierra, por lo general la presa codiciada son los grandes carnívoros, por lo que empezó la caza de grandes cetáceos, tiburones, focas, atunes, bacalaos o tortugas, que pronto vieron reducidas sus poblaciones hasta niveles que los ubicaron en lugares ridículos de la cadena alimentaria; el ser humano pasó a ser el nuevo regulador del sistema, el nuevo gran depredador. En esta primera parte del libro se analiza en profundidad lo que ha significado esta antiquísima y fundamental transformación histórica del mar.

En la segunda parte los protagonistas son la pesca industrial y otras pescas que se están dando en la actualidad, y el efecto que han ido produciendo en la transformación de los océanos hasta llegar a nuestros días. Ha corrido mucha tinta sobre cuáles son las perturbaciones que más han afectado al equilibrio marino durante las últimas décadas (e incluso siglos). Hoy podemos decir, sin lugar a dudas, que la pesca es el principal perturbador de los equilibrios entre especies y la culpable de que los flujos de materia y energía hayan cambiado. Se ha llegado a argumentar que la sobrepesca ha eliminado virtualmente a los depredadores, lo cual ha dado lugar a un resurgimiento del sistema mesozoico dominado por medusas, cefalópodos, equinodermos y crustáceos. Y dentro de la extracción de recursos, la pesca de arrastre ha sido, definitivamente, la que más daño ha infligido (y sigue infligiendo) desde principios del siglo XX. Pero al arrastre se añaden las grandes pescas pelágicas, capaces de cercar y capturar bancos enteros de atunes, incapaces de huir de una tecnología que no les da ninguna oportunidad. Incluso animales con gran capacidad de recuperación como la anchoa o la sardina no pueden superar el listón que se les marca, al ser incapaces de reproducirse a las velocidades a las que la especie se ve obligada por la avidez de un mercado sin freno. El mar está al límite de su capacidad de darnos frutos, y los especialistas hace tiempo que alertan sobre el hecho de que muchas especies están al borde de la extinción local o ya se han extinguido desde un punto de vista comercial o ecológico.

En la tercera parte del libro se analizan una serie de problemas diferentes: los derivados de la contaminación. Esta puede ser química, como la entrada en las cadenas alimentarias de mercurio o derivados del petróleo, que están perjudicando zonas concretas sobre todo en el ámbito costero, o algo tan desconocido como la enorme cantidad de plásticos que llegan al mar y entran a formar parte del sistema durante siglos antes de descomponerse, siendo ingeridos por animales —como peces, tortugas y ballenas— que mueren asfixiados o intoxicados. Profundizo también en otros focos de contaminación menos evidentes, como el aumento de las mareas rojas en todo el planeta o de blooms algales que pueden envenenar el mar y, en muchas ocasiones, tapizar el fondo y generar zonas con bajos contenidos de oxígeno en las que la vida se transforma, dominada por bacterias anóxicas (las únicas capaces de sobrevivir en estas «zonas muertas» con baja o nula concentración de oxígeno). La propia transformación de la costa y el intenso tráfico

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