Los números no mienten

Vaclav Smil

Fragmento

Introducción

Introducción

Los números no mienten es un libro ecléctico que abarca desde las personas, las poblaciones y los países hasta el uso de la energía, la innovación técnica y las máquinas y dispositivos que definen nuestra civilización moderna. Por si eso fuera poco, concluye con varias observaciones sobre hechos relativos al suministro de alimentos y distintas opciones alimentarias, además del estado y la degradación del medioambiente. Estas son las grandes cuestiones que he abordado en mis libros desde los años setenta.

Por encima de cualquier otra consideración, esta obra trata de que los hechos cuadren. Pero eso no es tan fácil como podría parecer: aunque la World Wide Web rebosa de números, demasiados de ellos son cantidades reutilizadas de procedencia desconocida, a menudo expresadas en dudosas unidades. Por ejemplo, el PIB francés en 2010 fue de 2,6 billones de dólares, pero ese valor ¿está dado en moneda corriente o constante?; la conversión de euros a dólares ¿se hizo empleando la tasa de cambio actual o la paridad del poder adquisitivo?; ¿cómo podríamos saberlo?

Por el contrario, casi todas las cifras que aparecen aquí están sacadas de cuatro clases de fuentes primarias: estadísticas de ámbito mundial publicadas por organizaciones globales,[1] anuarios publicados por instituciones nacionales,[2] estadísticas históricas recopiladas por las agencias nacionales[3] y artículos publicados en revistas científicas.[4] Una reducida proporción procede de monografías científicas, de estudios recientes realizados por grandes consultoras (conocidas por la fiabilidad de sus informes) o de encuestas de opinión efectuadas por organizaciones tan reconocidas como Gallup o el Pew Research Center.

Para entender lo que ocurre realmente en nuestro mundo, a continuación debemos situar los números en los contextos adecuados, esto es, en el histórico y el internacional. Por ejemplo, si empezamos por el contexto histórico, la unidad internacional de energía es el julio, y en la actualidad las economías ricas consumen cada año en torno a 150.000 millones de julios (150 gigajulios) de energía primaria per cápita (como referencia, una tonelada de petróleo en crudo equivale a 42 gigajulios); mientras que Nigeria, el país más poblado (y más rico en petróleo y gas natural) de África tiene un consumo medio de tan solo 35 gigajulios. La diferencia es impresionante: Francia o Japón utilizan casi cinco veces más energía per cápita; pero la comparación histórica revela la magnitud real de la brecha: Japón consumía esa cantidad de energía en 1958 (hace una generación de africanos) y Francia ya promediaba 35 gigajulios en 1880, lo que sitúa el acceso de Nigeria a la energía dos vidas humanas por detrás de Francia.

Algunos contrastes internacionales contemporáneos no son menos memorables. Comparar la tasa de mortalidad infantil estadounidense con la del África subsahariana revela una brecha grande pero esperada. Y que Estados Unidos no esté entre los diez países con una menor mortalidad infantil no es tan sorprendente si se tiene en cuenta la elevada diversidad de su población y sus altas tasas de inmigración procedente de países menos desarrollados; pero ¡pocos imaginarían que ni siquiera se encuentra entre los primeros treinta países![5] Esta sorpresa conduce, inevitablemente, a preguntarse por qué es así, y esta cuestión abre a su vez todo un universo de consideraciones sociales y económicas. La verdadera comprensión de los números (por separado o como parte de estadísticas complejas) requiere una combinación de conocimientos científicos y numéricos básicos.

La longitud (distancia) es la medida más fácil de interiorizar. La mayoría de nosotros tenemos una idea aproximada de lo que son diez centímetros (el ancho del puño de un adulto con el pulgar por fuera), un metro (aproximadamente la distancia de la cintura al suelo de alguien de estatura media) y un kilómetro (lo que en el tráfico urbano recorre un coche en un minuto). Con la velocidad (distancia/tiempo) ocurre lo mismo: caminar a paso rápido son 6 kilómetros por hora; un tren rápido interurbano, 300 kilómetros por hora; un avión de pasajeros propulsado por motores de reacción alcanza los 1.000 kilómetros por hora. En cuanto a la masa, por lo general nos es más difícil de «sentir»: un recién nacido normalmente pesa menos de 5 kilogramos; un cervatillo, menos de 50 kilogramos; algunos tanques de batalla pesan menos de 50 toneladas; y el peso máximo de un Airbus 380 al despegar es de más de 500 toneladas. El volumen también puede ser complicado: el depósito de gasolina de una berlina pequeña tiene menos de 40 litros; el volumen de una casa estadounidense pequeña no suele superar los 400 metros cúbicos. Hacernos una idea de la energía y la potencia (julios y vatios) o de la corriente eléctrica y la resistencia (amperios y ohmios) es difícil si no estamos acostumbrados a usar estas unidades, por lo que las comparaciones relativas, como la brecha entre el uso de energía en África y en Europa, son más sencillas.

El dinero presenta otras dificultades. La mayoría de nosotros somos conscientes de los niveles relativos de nuestros ingresos y ahorros, pero las comparaciones históricas a escala nacional e internacional deben tener en cuenta la inflación, y estas últimas deben considerar la fluctuación de las tasas de cambio y la variación en el poder de compra.

Además, hay diferencias cualitativas que los números no pueden reflejar, y tales consideraciones son de particular importancia al comparar preferencias alimentarias y dietas. Por ejemplo, el contenido de carbohidratos y proteínas por cada 100 gramos puede ser muy similar, pero lo que se considera pan en un supermercado de Atlanta (porciones cuadradas ya cortadas y envueltas en fundas de plástico) está —en un sentido muy literal— a una distancia oceánica de lo que un maître boulanger o un Bäckermeister ofrecería en su panadería en Lyon o Stuttgart.

A medida que los números crecen, los órdenes de magnitud (diferencias en potencias de diez) pasan a ser más informativos que las cifras concretas: un Airbus 380 es un orden de magnitud más pesado que un tanque de batalla; un avión de pasajeros es un orden de magnitud más rápido que un coche en una autopista; y un cervatillo pesa un orden de magnitud más que un bebé. O si empleamos superíndices y signos de multiplicar de acuerdo con el sistema internacional de unidades, un recién nacido pesa 5×103 gramos, o 5 kilogramos, y un Airbus 380 pesa más de 5× 108 gramos, o 500 millones de gramos. Cuando hablamos de números realmente grandes, no ayuda que los europeos (siguiendo el ejemplo de los franceses) se desvíen de la notación científica y no llamen a 109 un billón sino (vive la différence!) un milliard (lo que resulta en une confusion fréquente). El planeta pronto tendrá 8.000 millones de habitantes (8×109), en 2019 su producto económico (en términos nominales) fue de unos 90 billones de dólares (9×1013) y consumió más de 500 trillones de julios de energía (500×1018, o 5×1020).

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