Carta a mis ovarios

María Requejo

Fragmento

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Prólogo

Si tuviera que destacar algo de María, sería su honestidad, además de su exquisita sensibilidad, bondad y valentía. Y cuan­do digo honestidad no solo me refiero a que es buena persona (que lo es), sino también a su honestidad profesional. Primero hizo su propio camino tomando la responsabilidad y el reto de ayudarse a sí misma a través del autoconocimiento y, después de todo lo estudiado, vivido y aprendido, ha ayudado a cientos de mujeres a través de su labor divulgativa y sus consultas, ofreciendo los conocimientos más actualizados disponibles para que puedan mejorar su salud hormonal a través de la alimentación y el autocuidado. Y todo lo hace con un amor y entrega que la convierten en una persona increíblemente maravillosa. Cuando la conocí divulgaba su conocimiento altruistamente, no se ganaba la vida con ello, todo lo regalaba. Esto dice mucho de cómo es ella. Un día oí decir a alguien que la persona verdaderamente emprendedora es aquella que consigue profesionalizar su pasión. Pues bien, ella es un buen ejemplo de ello.

Conocí a María a través de las redes sociales hace ya varios años tras escribir unos artículos en mi blog sobre el síndrome de los ovarios poliquísticos. Enseguida se puso en contacto conmigo y lo primero que me dijo fue: «No me puedo creer que una ginecóloga comprenda que en el síndrome de los ovarios poliquísticos sea tan importante la alimentación y los hábitos de vida». Cuál fue mi sorpresa al descubrir que compartíamos la misma pasión por la divulgación y la misma forma de entender, no solo este trastorno hormonal, sino la salud en general.

Las dos entendemos la salud y la enfermedad desde una perspectiva global, donde se abren nuevos paradigmas que hacen necesaria una visión más integrativa, muy lejos de dividir al cuerpo en partes inconexas o de tratar solo los síntomas que conforman la punta del iceberg. Por suerte, cada vez somos más las que queremos ir más allá de los síntomas, que queremos ir a la raíz del problema. Éramos (y seguimos siendo) muy conscientes de que todo lo relacionado con la nutrición y el autocuidado todavía se mira desde algunos sectores profesionales como si de pseudociencia se tratara. Por desgracia, sigue estando muy presente la patologización de los procesos sexuales y reproductivos de las mujeres con la consiguiente medicalización de la vida.

Con María siempre hemos compartido la misma indignación con esta forma tan reduccionista y pobre de ver la salud, pero nada de esto ha minado nuestra motivación para seguir estudiando y divulgando. Hemos compartido largas y enriquecedoras conversaciones, colaboramos profesionalmente la una con la otra y, como no podía ser de otro modo, de toda esta pasión que compartimos por la salud femenina surgió nuestra bonita amistad.

Este libro será todo un éxito, no me cabe duda, porque combina todos los ingredientes para que así sea: una lectura comprensible donde la ciencia, el arte y el humanismo van de la mano, y donde se ofrece todo lo que cualquier mujer necesita para conocerse mejor. Un imprescindible para derribar los mitos que rodean a la ciclicidad femenina y devolver a cada mujer su poder para que pueda tomar las riendas de su propia salud. Porque, señoras y señores, las mujeres no somos una bomba de hormonas a punto de estallar, no somos unas inestables, flojas o locas. Simplemente somos cíclicas y, cuando se producen fallas en este complejo baile hormonal, podemos abordarlo desde otra perspectiva que comprenderás mucho mejor cuando leas este libro.

Gracias, María, por ser como eres, por tu generosidad y tu bondad. Es un honor que me hayas pedido escribir el prólogo de esta preciosa obra que has creado. Una joya que brillará con luz propia, como tú.

MIRIAM AL ADIB MENDIRI

Ginecóloga un poquito rebelde,

escritora y divulgadora

www.miriamginecologia.com

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Carta a mis ovarios

Queridos, a la par que tantas veces olvidados, ovarios:

Si tuvierais voz, podría darme por maldecida en múltiples ocasiones hasta perder la cuenta. Una vez más, se cumple aquello de que las cosas que no se ven son menos apreciadas.

Pues bien, parece ser —y de esto me di cuenta no hace mucho— que, a pesar de tener el tamaño de una nuez, podéis poner patas arriba todo mi mundo al menor descuido. Y aquí se pone de manifiesto el «no por ser pequeño eres menos importante». Si no que se lo digan a la hipófisis que, con medio gramo y diez milímetros, dirige toda la orquesta del sistema endocrino. ¡Un guisante poderoso!

Con el paso del tiempo, una pizca de madurez y ganas de conocimiento, te acabas dando cuenta de que, dentro de ti, pasan cosas. ¡Qué locura! Cuántos años viviendo en mi casa sin conocerla. Cuánta sinergia infravalorada. Qué potencial escondido y qué atrevida es la ignorancia.

He sido una experta apagando sistemas, como quien aprieta el botón «mute» en el mando del televisor cuando no te interesa lo que oyes. Esto se puede hacer unas cuantas veces... hasta que empiezan a saltar otras alarmas que te ves obligada a escuchar por mucho que intentes taparte los oídos. Ante ellas solo tienes dos opciones: actuar o seguir sobreviviendo como buenamente puedas.

Me acojo al «más vale tarde que nunca» después de tomar conciencia de mi piloto automático. Sabiendo que más allá de la función reproductiva, vuestras funciones, mis queridos ovarios, son esenciales en mi día a día, la perspectiva cambia. Es entonces cuando, haciendo memoria, comprendo el berenjenal en el que me he metido yo sola, entorpeciendo y boicoteando durante años un equilibrio que necesito y valoro como nunca antes.

Aquí sucedieron dos cosas: por una parte, el absoluto desconocimiento y, por otra, el panorama del mundo en el que vivimos. Disculpadme, pero es que todo parecía estar en contra. Productos llamados alimentos, que en nada se asemejan a la comida para humanos, colocados estratégicamente en las estanterías de los supermercados, llamándome a gritos. Un ambiente estresado, de idas y venidas con prisa, de llegar a todo porque sí. Sustancias químicas hasta en el aire que respiramos, de esas que se cuelan e imitan a nuestras hormonas, capaces de alterar el equilibrio... Sí, ya sé, puedo seguir inventando excusas.

No quiero pensar en el «y si...» utópico porque no voy a volver atrás ni lo pretendo. Sencillamente plasmo en palabras y en papel la necesidad de comunicarme con vosotros tras un proceso de autoconocimiento que puse en marcha una mañana de septiembre, de aquellas en las que te despiertas con cierta inspiración y ganas de cambiar las cosas. Demasiado tiempo en silencio, dormidos, en pausa... por creencias erróneas y falsas, presuponiendo que no sabríais funcionar correctamente sin una pastilla mágica. Demasiado tiempo sin vivir una ciclicidad que es inherente al cuerpo femenino.

Con respeto, consciencia y autocuidado, en vuestro honor y con agradecimiento desde aquel momento y lugar donde despertó en mí la frase que llevo tatuada en la memoria:

«Mi cuerpo tiene que ser capaz de funcionar solo».

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