El filtro burbuja

Eli Pariser

Fragmento

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adorno
INTRODUCCIÓN

Saber que una ardilla se muere delante de tu casa en este momento puede ser más relevante para tus intereses que el hecho de que la gente se muera en África[1].

MARK ZUCKERBERG,

fundador de Facebook

Damos forma a nuestras herramientas, luego ellas nos dan forma a nosotros[2].

MARSHALL MCLUHAN,

teórico de los medios de comunicación

Pocas personas se percataron de la entrada que apareció en el blog corporativo de Google el 4 de diciembre de 2009. No buscaba llamar la atención; ni pronunciamientos llamativos, ni anuncios impactantes de Silicon Valley, tan solo unos párrafos de texto entre un resumen de los principales términos de búsqueda y una actualización relativa al software financiero de Google.

Pero no todo el mundo lo pasó por alto. Danny Sullivan, editor del blog tecnológico Search Engine Land, analiza detenidamente las publicaciones del blog de Google para tratar de averiguar hacia dónde se dirige el monolito y, para él, esa entrada fue algo importante. De hecho, más tarde, ese mismo día, escribió que se trataba del «mayor cambio que se había producido en los buscadores». Para Danny, el título lo decía todo: «Búsquedas personalizadas para todos»[3].

A partir de esa mañana, Google utilizaría 57 indicadores[4] —desde el lugar en el que te hubieras conectado o el navegador que estuvieras utilizando hasta lo que hubieras buscado antes— para conjeturar quién eres y qué clase de páginas te gustan. Incluso si no habías iniciado ninguna sesión, personalizaría sus resultados, mostrándote las páginas en las cuales, según predecía, harías clic con más probabilidad.

Cuando buscamos un término en Google, la mayoría de nosotros asume que todos vemos los mismos resultados: aquellos que PageRank, el famoso algoritmo de la empresa, sugiere que son los de mayor relevancia a partir de los enlaces de otras páginas. Pero desde diciembre de 2009 ya no es así. Ahora obtienes el resultado que el algoritmo de Google sugiere que es mejor para ti en particular; y puede que otra persona vea algo totalmente diferente. En otras palabras, ya no existe un Google estándar.

No es difícil ver esta diferencia en acción. En la primavera de 2010, mientras los restos de la plataforma petrolífera Deepwater Horizon vertían crudo en el golfo de México, pedí a dos amigas que buscaran el término «BP». Ambas se parecen bastante: son blancas, cultas, de izquierdas y viven en el nordeste de Estados Unidos. No obstante, los resultados que obtuvieron fueron muy dispares. Una de mis amigas vio información referente a inversiones relacionadas con BP, a la otra le aparecieron noticias. Para una de ellas, la primera página de resultados de Google contenía enlaces sobre el vertido de petróleo; para la otra, no había nada al respecto, a excepción de un anuncio promocional de BP.

Incluso el número de resultados que les devolvía Google era distinto: unos 180 millones de resultados a una y 139 millones a la otra. Si los resultados eran tan dispares para estas dos mujeres progresistas de la costa Este, imaginad lo disímiles que serían entre mis amigas y, por ejemplo, un anciano republicano de Texas (o, para el caso, un empresario japonés).

Con la personalización de Google, la consulta «células madre» puede producir resultados diametralmente opuestos en el caso de que los usuarios sean científicos que apoyen la investigación o activistas que se opongan. «Pruebas del cambio climático» puede deparar resultados diferentes a un activista medioambiental y a un directivo de una compañía petrolífera. Sin embargo, en las encuestas, una amplia mayoría asumimos que los buscadores son imparciales. Tal vez solo se deba a que cada vez están más predispuestos a secundar nuestras propias ideas. Tu pantalla de ordenador es cada vez más una especie de espejo unidireccional que refleja tus propios intereses, mientras los analistas de los algoritmos observan todo lo que clicas.

El anuncio de Google fue el punto de inflexión de una importante revolución, aunque casi invisible, en nuestro modo de consumir información. Podría decirse que el 4 de diciembre de 2009 comenzó la era de la personalización.

Cuando era un niño, en el Maine rural de la década de los noventa, cada mes llegaba a nuestra granja un nuevo número de la revista Wired, repleta de historias sobre AOL y Apple y sobre hackers y tecnólogos que estaban cambiando el mundo. Mi yo preadolescente tenía claro que internet iba a democratizar el mundo, que nos conectaría a todos sobre la base de una información mejor y que así nos dotaría del poder de actuar en consecuencia. Los profetas del futuro y tecnooptimistas californianos hablaban en esas páginas con una clarividente certeza: una revolución inevitable e irresistible estaba a la vuelta de la esquina, una revolución que nivelaría la sociedad, derrocaría a las élites y daría paso a una especie de libre utopía global.

En la universidad aprendí HTML por mi cuenta, así como rudimentos de lenguaje PHP y SQL. Me aventuré a construir páginas web para amigos y proyectos de la universidad. Después del 11 de septiembre, se hizo viral un e-mail en el que se remitía a la gente a una página web que yo había abierto y, de repente, estaba en contacto con medio millón de personas de 192 países.

Para un joven de veinte años se trataba de una experiencia extraordinaria; en cuestión de días había acabado en el centro de un pequeño movimiento. También me sentía abrumado. De modo que uní fuerzas con una pequeña startup con conciencia cívica de Berkeley llamada MoveOn.org. Los cofundadores, Wes Boyd y Joan Blades, habían constituido una empresa que en su día ofreció al mundo el salvapantallas de las tostadoras voladoras. Nuestro jefe de programación era un anarquista veinteañero llamado Patrick Kane; su consultoría, We Also Walk Dogs, se llamaba así por un relato de ciencia ficción. Carrie Olson, un veterano de los días de las tostadoras voladoras, gestionaba las operaciones. Todos trabajábamos desde casa.

El trabajo en sí mismo carecía de glamur: escribir y enviar e-mails, y construir páginas web. Sin embargo, era emocionante, puesto que estábamos seguros de que internet disponía del potencial suficiente para instaurar una nueva era de transparencia. La posibilidad de que los líderes pudieran comunicarse directamente con el electorado, y de forma gratuita, lo cambiaba todo. Asimismo, internet proporcionaba a los votantes una nueva forma de aunar esfuerzos y hacerse oír. Al poner los ojos en Washington, solo veíamos un sistema obstruido con guardianes y burócratas; internet tenía capacidad para arrasar con todo eso.

Cuando me uní en 2001, MoveOn tenía unos quinientos mil miembros estadounidenses. Ya son más de cinco millones. Esto la convierte en uno de los mayores grupos de presión de Estados Unidos, considerablemente mayor que la Asociación Nacional del Rifle (NRA). Juntos, nuestros miembros han ofrecido unos 120 millones de dólares en pequeñas donaciones para apoyar causas con las que nos hemos identificado, tales como la asistencia sanitaria universal, una economía más sostenible y un renovado proceso democrático, por mencionar algunas.

Durante algún tiempo, parecía que internet iba a redemo

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