Cambio climático para principiantes

Isabel Moreno

Fragmento

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Introducción

Dos meses antes de que la COVID-19 se declarase pandemia, una potente borrasca bautizada como Gloria azotó España y se llevó la vida de trece personas. Era enero de 2020, y su impacto dejó nieve abundante, lluvias intensas y persistentes, vientos fuertes y un temporal marítimo histórico en la península ibérica. El día 20, la boya de Valencia marcó 8,44 m de altura significativa. Seguramente no suponga un valor demasiado elevado para alguien que viva, por ejemplo, en la costa cantábrica, pero sí para quienes lo hacen en la mediterránea, ya que fue el mayor dato medido en esta región hasta entonces.

Gloria dejó registros extremos, pérdidas humanas y destrozos millonarios que se sumaban a los causados por otros temporales muy recientes en la zona. Este fue el tercero importante que afectó al Mediterráneo en solo nueve meses y, en la localidad de Bellreguard, puso sobre la mesa una propuesta algo controvertida: no reconstruir los paseos marítimos destruidos por el mar.

El inicio de la pandemia borró casi por completo el recuerdo de esta borrasca con nombre de mujer, pero le fue imposible conseguirlo con otra que apareció un año más tarde: Filomena. La unión de esta con una masa de aire muy fría que se había situado sobre la península ibérica fue la responsable de una nevada histórica en gran parte de España. Se acumuló alrededor de medio metro de nieve en ciudades como Madrid o Toledo, donde cuesta encontrar registros similares desde hace más de un siglo. Por si fuera poco, tras Filomena se produjo una extraordinaria ola de frío en la que se llegó a bajar de los -25 °C en algunos lugares de la península.

Este episodio despertó la sorpresa de algunas personas que no podían entender que aquello estuviera ocurriendo. Si el planeta se está calentando, ¿cómo es posible que se hubiera producido tanto una nevada como una ola de frío de esa magnitud en media España? ¿Acaso el cambio climático ni es real ni mucho menos está causado por el ser humano?

La respuesta a la segunda pregunta no admite discusión: el cambio climático existe y está provocado por nuestra especie. Lo sabemos desde hace bastante tiempo.

Los primeros estudios sobre el papel del CO2 para calentar la atmósfera se remontan a mediados del siglo XIX. Pero es en 1896 cuando se publicó el primero en el que aparece un cálculo de cómo cambiarían las temperaturas del planeta en función de las concentraciones de ese gas: «On the Influence of Carbonic Acid in the Air upon the Temperature of the Ground» (y, sí, «ácido carbónico» porque en aquella época se denominaba de esa forma a este gas). Su autor fue Svante Arrhenius y en este rudimentario análisis obtuvo que, con la mitad de CO2 en la atmósfera, la temperatura bajaría entre 4 y 5 °C respecto a la de aquel momento. Si las concentraciones aumentaban un 50 %, subiría entre 3 y 4 °C, y, si se duplicaban, el aumento sería entre 5 y 6 °C (un resultado no demasiado erróneo para el momento en el que se hizo, por cierto).

En aquella época ya se sabía que la quema de carbón emite CO2 a la atmósfera. De hecho, se menciona en el propio artículo, pero, aunque es una idea muy extendida en la actualidad, Arrhenius no alertaba sobre el calentamiento global que podía producir. Incluso se hacía alusión a unas conclusiones de un geólogo de aquel tiempo, el profesor Arvid Gustaf Högbom, en las que se indicaba que la cantidad de CO2 emitido a la atmósfera por el carbón era compensable por procesos físicos que forman carbonato. Es más, la motivación de este trabajo no era siquiera entender la subida de las temperaturas, ¡sino las glaciaciones!

La ciencia del clima estaba empezando en aquellos momentos, pero no pasó demasiado tiempo hasta que cambió el enfoque que se le estaba dando. A comienzos del siglo XX se indicó que la quema de carbón generaría el calentamiento del planeta y, según pasaron los años, se descubrió que los procesos naturales no estaban siendo capaces de compensar la emisión de CO2 antropogénico a la atmósfera. De haber sido así, sus concentraciones no habrían aumentado al ritmo al que lo hacían.

Durante las décadas siguientes hubo muchas personas y entidades que participaron en estudios para entender qué estaba pasando y qué podría suceder. El culmen del interés que generaba el tema y la magnitud de sus posibles consecuencias tal vez podría fecharse en 1988 con la creación del Grupo Intergubernamental de Expertos de Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés).

Pero a medida que aumentaba el número de informes hasta la llegada del IPCC, así como las publicaciones de este organismo, también lo hacía la cantidad de CO2 en la atmósfera. Se incrementaba al igual que el grado de certeza de que ese era el principal motor del cambio climático observado y que el ser humano estaba detrás de él.

¿Qué es el IPCC?

El IPCC es el organismo de la ONU encargado de evaluar las publicaciones científicas, técnicas y socioeconómicas relacionadas con el cambio climático. Este grupo no crea estudios, sino que analiza los que hay hasta el momento y son miles de ellos los que tienen en cuenta para elaborar sus informes. Además, está conformado por cientos de científicos y científicas de todo el mundo, y prácticamente cada palabra publicada nace de un consenso de los expertos en el tema.

Por si fuera poco, los resultados en sus informes no se muestran como una verdad absoluta, sino que siempre aparecen acompañados de un margen de probabilidad o confianza. Estos términos no son lo mismo. La probabilidad nos indica el grado de certeza desde un punto de vista cuantitativo basado en modelos de análisis, juicios de expertos y otros procedimientos. Mientras que la confianza lo hace desde uno cualitativo, fundamentado en la evidencia y el grado de acuerdo según los estudios analizados.

Por tanto, fiarnos de lo que aparece en las publicaciones del IPCC no es una cuestión de fe. Sus informes nos muestran una fotografía bastante clara de la ciencia establecida en este campo hasta la fecha. No son una fuente cualquiera.

La escalada de este gas en la atmósfera ha sido imparable desde que comenzó la Revolución Industrial. En ese momento rondaban las 280 partes por millón (ppm), y en la fecha en la que escribo estas líneas se han superado las 420 ppm. Es un 50 % más que entonces y las proyecciones actuales contemplan que aún sigan aumentando. (Tal vez Arrhenius hubiera alucinado al saber que uno de sus escenarios podía alcanzarse solo un siglo y medio después del momento de su famosa publicación, cuando había unas 295 ppm).

De todas formas, en estas líneas no he contestado a la cuestión de cómo sabemos que el cambio climático es real y que nuestra especie es responsable de ello. Tampoco he respondido a la primera pregunta que lanzaba: ¿cómo es posible que un episodio frío como el de enero de 2021 en España sea entendible en un planeta que se está calentando? La respuesta a ambas preguntas está en las próximas páginas.

A lo largo de ellas entenderás de forma sencilla las bases físicas que hay detrás del cambio climático. Te voy a contar qué pasa con las temperaturas, las lluvias, el hielo, el mar, y me voy a basar principalmente en el Sexto Informe de Evaluación del IPCC, el último publicado hasta el momento en el que escribo este libro, así como los tres in

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