La trampa de la edad

Vânia de la Fuente-Núñez
Vânia de la Fuente-Núñez

Fragmento

Introducción. ¿Qué edad tienes?

INTRODUCCIÓN

¿Qué edad tienes?

Esta pregunta, en apariencia inofensiva, nos surge de forma tan natural como preguntarle a alguien su nombre. Cuando nos encontramos al otro lado de la interrogación, las cosas cambian. Posiblemente, al leerla hayas pensado: ¿y a ti qué te importa? Muchas veces —y sobre todo cuando vamos cumpliendo años— nos in­comoda tener que dar esta información. Sin embargo, no solemos pensar detenidamente qué hay detrás de este recelo.

Lo que me propongo en este libro es mostrar precisamente por qué nos sentimos así. Pretendo ilustrar que la respuesta a esta pregunta, a priori sin ánimo de ofender, nos puede hacer daño, y que deberíamos dejar de hacer suposiciones basadas en la edad de alguien para evitar no solo caer en errores, sino también generar injusticias. En definitiva, este libro trata sobre el edadismo: el «ismo» que nos divide basándose en nuestra edad. Y no me malinterpretes, la edad en sí misma no es el problema. El problema es lo que suponemos y restringimos injustamente según esta.

El edadismo es un fenómeno social que, aunque está empezando a ser reconocido mundialmente, lleva con nosotros mucho tiempo. Se refiere a nuestra forma de pensar (estereotipos), sentir (prejuicios) y actuar (discriminación) hacia otras personas o hacia nosotros mismos en función de la edad. El edadismo está detrás de que nos larguen del trabajo al alcanzar la supuesta «edad de jubilación», de que nos hablen como niños cuando somos mayores o de que se burlen de nosotros por iniciar un movimiento político si somos jóvenes porque se considera que no tenemos nada que aportar. También está detrás de las campañas y los productos antienvejecimiento que nos impulsan hacia lo imposible —la eterna juventud— y que nos hacen pensar que envejecer es un problema y no un proceso del que podemos disfrutar.

Hay varias características que distinguen este «ismo» de otros como el sexismo o el racismo. En primer lugar, es el único «ismo» que puede afectar a todo ser humano. Es más, es el único que llega a afectar a hombres blancos, un colectivo que en general ha salido siempre bien parado. En segundo lugar, es el único «ismo» que tiene un objetivo cambiante. Lo que quiero decir aquí es que mientras que el sexismo o el racismo tienen una diana o categoría fija que permanece estable a lo largo del tiempo —las mujeres o las personas de una etnia o color de piel diferente de la propia—, el edadismo es inusual en el sentido de que las personas cambian de categoría de edad y lo hacen de forma involuntaria. Esto no implica que irreparablemente padezcamos edadismo o, al menos, no siempre con la misma intensidad. Así, los estudios demuestran que el edadismo suele despuntar cuando somos jóvenes y luego, de nuevo, en la vejez.

Otra característica que hace especial a este «ismo» es que llegamos a dirigirlo a nuestro futuro yo. Todos los estereotipos basados en la edad que vamos aprendiendo a lo largo de la vida podemos llegar a aplicarlos a nosotros mismos al alcanzar una etapa vital determinada que se corresponde de manera más o menos perfecta con la edad que teníamos en mente para esos estereotipos. Así, paradójicamente, los seres humanos encarnamos los propios estereotipos asociados a la edad que hemos ido interiorizando a lo largo de los años. Esto implica que ser edadista, sin hacer nada por evitarlo, juega literalmente en nuestra contra.

El edadismo es un fenómeno complejo que está influenciado por multitud de factores, incluidos los procesos cognitivos, la socialización, la cultura y las experiencias individuales. También es un fenómeno que, si bien sigue pasando inadvertido en nuestras sociedades, ocasiona una miríada de efectos negativos en nuestra salud y nuestro bienestar. Por suerte, aunque el cerebro muchas veces emplea atajos para conseguir un procesamiento rápido de la información, esto no significa que tengamos que ser necesariamente edadistas y estereotipar a otras personas en función de su edad. De hecho, podemos evitarlo.

Como médica y antropóloga, este fenómeno me resulta fascinante y he hablado sobre él ante diferentes audiencias por todo el mundo para intentar darle la visibilidad que se merece e impulsar los cambios que se necesitan para acabar con este «ismo» ignorado. Sin excepción, después de cada charla, varias personas se acercan para compartir sus propias experiencias o me escriben después de algún tiempo para mostrarme ejemplos de edadismo en política, campañas publicitarias, películas o series de televisión, libros que han leído, situaciones familiares o incluso tarjetas de cumpleaños. Una vez que sabemos lo que es, empezamos a verlo en todas partes. No se trata de una exageración, sino que es un reflejo de la realidad en la que vivimos: el edadismo está muy presente en todas las esferas de nuestra vida. Basta con leer el periódico o ver las noticias para enterarte de los últimos casos de edadismo: desde mujeres expulsadas de una discoteca por ser «demasiado mayores» para divertirse, hasta jóvenes profesionales forzadas a modificar su imagen para aparentar más edad y ser así respetadas en el entorno laboral, o el despido masivo de empleados mayores de cincuenta años de la plataforma de redes sociales X.[1] En el terreno de la política también ha surgido un edadismo rampante en los últimos años. Por ejemplo, los periodistas y comentaristas no han parado de cuestionar las aptitudes de Joe Biden para gobernar Estados Unidos debido a su edad.[2] En Finlandia, un vídeo filtrado en 2022 que mostraba a la entonces primera ministra Sanna Marin divirtiéndose suscitó reacciones sexistas y edadistas que pusieron en duda si salir de fiesta (y ser una persona joven) era compatible con dirigir el país. Precisamente a la propia Marin y a Jacinda Ardern, quien entonces era jefa de Gobierno de Nueva Zelanda, se les preguntó lo siguiente en una rueda de prensa: «¿Se reúnen solo porque tienen edades similares y muchas cosas en común, o los kiwis [habitantes de Nueva Zelanda] realmente pueden esperar ver más acuerdos entre estos dos países en el futuro?».[3]

Ardern, muy elegantemente, despachó esta pregunta, que no venía a cuento, contestando: «Mi primera pregunta es si alguien alguna vez preguntó a Barack Obama o a John Key [primer ministro de Nueva Zelanda entre 2008 y 2016] si se reunían porque tenían edades similares».

¿Por qué ahora?

Aunque el concepto de «edadismo» lleva con nosotros más de cincuenta años (desde que Robert Butler acuñó el término inglés de ageism en 1969), la investigación en este campo solo ha empezado a consolidarse en la última década. Esto significa que, por fin, ya podemos contestar a preguntas que antes no tenían respuesta. Por ejemplo, ¿a quién afecta el edadismo? o ¿qué consecuencias tiene en mi vida y cómo puedo evitarlo?

En los países hispanoparlantes las cosas han ido un poco más lentas. Así, no fue hasta finales del año 2022 cuando la Real Academia Española incluyó el término «edadismo» en el diccionario, y a pesar de varias idas y venidas, la definición no refleja el concepto en su triple dimensión (estereotipos, prejuicios y discriminación) y contiene un término —«anciano»— que muchos consideramos edadista en sí mismo.[4]

Espero que este libro sirva para poner el edadismo en su sitio junto a otras formas de categorización que dividen a la sociedad actual. Si comprendemos cómo funciona el edadismo y dónde se manifiesta, podremos aprender a identificarlo y comenzar a desafiarlo. También seremos capaces de liberarnos de las definiciones estereotipadas de la vejez y la juventud, y así definir nosotros mismos qué queremos ser y hacer en cada etapa de la vida. Todo ello resulta esencial, ya que hay indicios de que el edadismo está aumentando en nuestra sociedad.

Para abordar este tema, he dividido esta obra en cuatro partes. La primera presenta un recorrido por nuestro cerebro y nuestra cultura para explicar qué es el edadismo y cómo hemos llegado a usar la edad para dividir la sociedad y crear desventajas. En la segunda parte demostraré que el edadismo ya te está afectando, tanto porque está presente en tu actitud hacia los demás y hacia ti misma(1) (ya sea de manera consciente o inconsciente) como porque lo estás sufriendo en tu persona. En este apartado, presentaré además tres herramientas para ayudarte a detectar el edadismo. El edadismo no solo nos perjudica por las injusticias que suscita, sino que también daña nuestra salud física y mental. Asimismo, impone costes económicos y sociales importantes. De estos efectos del edadismo tratará la tercera parte del libro. Finalmente, en la cuarta parte, ofreceré cuatro herramientas para hacer frente al edadismo. Con esto pretendo plantear un futuro alternativo que dé cabida a todas las edades. Impedir la discriminación contra nuestro yo de hoy y del futuro, y acabar con las desventajas que sufren millones de personas en todo el mundo por el simple hecho de tener una edad determinada, implica empezar a cambiar las cosas desde ya.

PRIMERA PARTE

La cultura, el cerebro y sus atajos

1

QUÉ ES EL EDADISMO

Los ojos de los demás, nuestras prisiones;

sus pensamientos, nuestras jaulas.

VIRGENIA WOOLF, escritora

Empecemos por el principio: ¿qué significa la palabra «edadismo»? Se trata de un cómputo de tres dimensiones: estereotipos, prejuicios y discriminación. Aunque estas tres dimensiones están relacionadas y pueden trabajar juntas para perpetuar sesgos e inequidades, se refieren a tres aspectos diferentes.

Los estereotipos son creencias o ideas simplificadas y generalizadas sobre las características, rasgos, roles o comportamientos esperados de un grupo particular de personas (en este caso, hablamos de un grupo de una edad determinada).[5] Vivimos rodeados de estereotipos, que se expresan en televisión, películas, blogs y prensa. Nuestros amigos y familiares también tienden a tener creencias similares a las nuestras, y hablamos de estas creencias cuando nos reunimos con ellos o simplemente actuamos en consonancia con ellas.

Mucha gente piensa que las personas mayores son frágiles, aburridas y agradables, o que las personas jóvenes son enérgicas, desmotivadas y egoístas. Las creencias acerca de diferentes grupos de edad no tienen por qué ser las mismas en todos los países y contextos, pero sí que hay un binomio de estereotipos que se ha encontrado en gran parte del mundo: el de las personas mayores como cálidas y poco competentes, y las personas jóvenes como frías y muy competentes. También son frecuentes los estereotipos sobre etapas concretas que están estrechamente relacionadas con nuestra edad, ya sea la adolescencia o la vejez, y que nos hacen esperar determinados comportamientos como la irresponsabilidad y la apatía, respectivamente.

Como ocurre con todos los clichés, en los estereotipos puede haber algo de verdad, pero estas creencias se basan en suposiciones o percepciones sobre un determinado grupo etario que impiden apreciar la diversidad dentro del mismo y que distorsionan la realidad. Así, hazte la siguiente pregunta: ¿eres igual que todas las personas de tu misma edad? Lo más probable (o eso espero) es que hayas respondido que no. Haber nacido en un año de­terminado puede hacer que compartas vivencias comunes con otras personas (por ejemplo, haber experimentado la transición a un mundo digital o haber acabado el instituto durante la pandemia de la COVID-19), pero esto no significa que tu edad determine que tengas que compartir atributos ni que se puedan prever ciertos patrones de comportamiento y rasgos de la personalidad en función de tu edad. Tampoco hay nada objetivo o natural en las categorías de edad que usamos o los atributos adscritos a una edad o etapa vital concretas. Las construimos e interpretamos socialmente. Las etapas de la vida que manejamos (adolescencia, juventud, mediana edad, vejez) no son etapas objetivamente dadas de la vida humana, sino que las hemos creado, definido y dotado de relevancia cultural.[6] Dichas fases incorporan y reflejan juicios normativos sobre cuánto deben durar los ciclos de la vida y lo que corresponde a cada uno, así como su estatus. Actualmente, son las personas mayores, seguidas muy de cerca de las jóvenes, las que tienen el estatus más bajo en la sociedad occidental.

Piensa, además, que las fronteras que delimitan la vejez, la juventud y la mediana edad no se han mantenido constantes a lo largo del tiempo ni tampoco son las mismas en todo el mundo. El mayor énfasis en la educación y el retraso en el ingreso en el mundo laboral han prolongado el periodo de juventud. Por otro lado, antes se consideraba un logro llegar a los cuarenta o cincuenta años debido a la menor esperanza de vida, y estas edades marcaban el comienzo de la vejez. Pero los avances en la atención sanitaria y la mejora de las condiciones socioeconómicas han llevado a un aumento de la esperanza de vida, desafiando las connotaciones asociadas a los cuarenta o cincuenta años y haciendo «envejecer» a la vejez.[7] Un aumento considerable del número de centenarios en muchos países ha ampliado la vejez a límites insospechados, y es posible que tú mismo llegues a alcanzar los cien años. En España ya hay casi veinte mil centenarios, lo que significa que se ha quintuplicado su número en poco más de dos decenios.[8] Yo tengo la suerte de ser gallega y, aunque no soy de la Terra de Celanova, donde hay 252 centenarios por cada cien mil habitantes, tengo todas las papeletas para llegar más allá de los ochenta. Pero es que, además, la persona viva de mayor edad en el mundo era, hasta agosto de 2024, una española. Se trataba de María Branyas, quien había alcanzado los 117 años en marzo de 2024 y residía en Olot, Cataluña.

Existen asimismo variaciones entre culturas, de modo que se considera que la vejez comienza a los cincuenta años en Etiopía y a los sesenta años en Croacia. Estas diferencias las vemos incluso dentro de la misma región. En Europa, la gente percibe, de promedio, que la juventud termina a los cuarenta años y que la vejez comienza a los sesenta y dos. Pero la ubicación de estos límites varía, entre otras cosas, según el género, la edad y el país de la persona, y también según su propia autocategorización por edad.[9] Así, vemos que los noruegos consideran que el fin de la juventud llega a los treinta y cuatro años mientras que los griegos lo marcan a los cincuenta y dos; y los turcos marcan el comienzo de la vejez a los cincuenta y cinco, mientras que los griegos lo establecen a los sesenta y cinco (véase la figura 1).

A su vez, las mujeres en estos mismos países perciben el fin de la juventud y el inicio de la vejez más tarde que los hombres. Y a medida que vamos sumando años, desplazamos el inicio de la vejez y el fin de la juventud hacia delante. Además, existen diferencias entre las distintas culturas a la hora de medir la edad. En Occidente, las personas tienen cero años cuando nacen y ganan un año adicional de vida un año solar después, mientras que los sistemas de edad tradicionales de Asia Oriental consideran que tenemos un año al nacer y agregan años a su edad cada año nuevo lunar. Asimismo, es probable que califiquemos a alguien como mayor o joven con respecto a algún entorno o propósito. Por ejemplo, a menudo se considera que un atleta es mayor cuando llega a los treinta y que una persona es dema­siado joven para jubilarse a los cuarenta y cinco años.

Gráfico en el que se muestra la edad a la que e
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