Zona caliente

Richard Preston

Fragmento

9788415630715-5

Prólogo a la nueva edición

Mientras escribo esto, el virus del ébola está causando estragos entre la población de África Occidental. El brote de ébola de 2014 se ha convertido en el más explosivo y devastador que se haya visto en una enfermedad infecciosa emergente desde la aparición del VIH, el virus que provoca el sida, a principios de la década de 1980. El ébola se identificó por primera vez en 1976 durante un brote surgido en un pequeño hospital rural de Yambuku, Zaire (actualmente, República Democrática del Congo), cerca del río Ébola. Desde entonces, ha hecho acto de presencia en unas veinticinco ocasiones en forma de brotes poco importantes en zonas rurales del África ecuatorial, y ha acabado con la vida de un par de cientos de personas en el peor de los casos. En todas esas ocasiones, el virus terminó por remitir y desaparecer. Lo sofocaban médicos y personal sanitario que habían desarrollado métodos para contener su expansión, y resultaba tan destructivo que las víctimas no vivían lo suficiente para transmitirlo a muchas otras personas. En consecuencia, entre la comunidad científica se instauró la idea de que el ébola no era una gran amenaza para el mundo.

Se equivocaban.

Lo que nadie alcanzaba a entender del todo era que, si el ébola llegaba a las grandes ciudades de África, se convertiría en algo parecido a un incendio forestal. El resultado ha sido una apabullante y demoledora eclosión del virus entre la población humana. Hasta el momento, nadie tiene muy claro si se puede poner freno al ébola o cómo hacerlo. En cualquier caso, hace tiempo que se lo considera uno de los más espantosos y aterradores virus causantes de enfermedades en los seres humanos. Se conocen cinco tipos de ébola, además de un primo cercano, el virus de marburgo. Todos ellos viven, silenciosa y naturalmente, en alguna especie huésped desconocida en los bosques y las sabanas del África ecuatorial. El huésped natural del ébola, el animal al que este virus suele infectar, podría ser una especie de murciélago. También es posible que sea un insecto pequeño o un ácaro que viva en el cuerpo del murciélago, o incluso otra cosa que no se le haya ocurrido a nadie. No se sabe. De vez en cuando, y por razones desconocidas, el virus sale de su huésped natural e infecta a un humano, éste se lo transmite a otras personas y así comienza un brote de ébola.

El virus se transmite de una persona a otra por medio del contacto con el sudor, las heces, el vómito, la saliva, la orina o la sangre. Una persona contagiada suele producir muchos de estos fluidos de manera incontrolada, a menudo en grandes cantidades. En aproximadamente la mitad de los casos, se sufren hemorragias. A veces son abundantes, pero también pueden ser sutiles: pueden llegar a manifestarse como minúsculas gotas de sangre adheridas a los bordes de los párpados. Tal vez se padezcan hemorragias internas, invisibles excepto en los vómitos salpicados de sangre o en la «melena» (vómito negro). Cualquier persona que toque esos fluidos con las manos o la piel desnudas corre el riesgo de infectarse... Y el virus del ébola es extremadamente contagioso. Si una sola partícula de ese virus penetra en el torrente sanguíneo de una persona, el resultado puede ser una infección mortífera. (Por el contrario, el VIH es mucho menos infeccioso. Es necesario que se introduzcan unas diez mil partículas de VIH en el torrente sanguíneo de una persona para que ésta contraiga el virus.) Hasta ahora, no existe ningún remedio confirmado para el ébola, ni ninguna vacuna que haya demostrado su efectividad.

Los investigadores que trabajan con ébola en sus laboratorios siempre llevan trajes de bioseguridad de cuerpo entero con un suministro de oxígeno a presión, y las instalaciones se encuentran selladas tras unas cámaras estancas que albergan duchas químicas. Esos laboratorios son conocidos como «zona caliente».

En estos mismos instantes, en África Occidental la zona caliente está por todas partes. Es invisible, difusa, letal. La zona caliente está en los brazos de las madres que cuidan a sus hijos enfermos de ébola. La zona caliente está en el interior de los hogares humildes habitados por personas desesperadas que tan sólo intentan ayudar a sus agonizantes seres queridos, y también en el círculo que rodea el cadáver de un joven tendido boca abajo en una calle sin asfaltar de Monrovia, Liberia, mientras la gente se aparta de él. El virus del ébola es, sobre todo, una catástrofe humana, un monstruo, un parásito oscuro, un fabricante inconsciente e insensible de un sufrimiento extremo a medida que se replica implacablemente dentro del cuerpo humano. Ahora mismo, el ébola es capaz de hacer que una ciudad o una comunidad parezca estar padeciendo una plaga medieval. Si queremos detenerlo, sólo podremos lograrlo con un gran esfuerzo por parte de la comunidad internacional, encabezada por los países desarrollados, que poseen el dinero y los recursos necesarios para enfrentarse a este enemigo de la especie humana. No nos equivoquemos: el ébola es un enemigo para todos nosotros. Si el virus cambiara, mutase de ciertas formas al saltar de un humano a otro, podría desarrollar la habilidad de viajar a cualquier lugar del mundo, desde Bangladesh hasta Beverly Hills.

Este libro es narrativa de no ficción. Para simplificarlo: es una historia verdadera. Los personajes son reales; los acontecimientos son históricos, están documentados con precisión y contrastados hasta donde mi habilidad me lo ha permitido. Como autor de no ficción que soy, paso mucho tiempo con la gente sobre la que escribo para llegar a conocer sus personalidades, sus costumbres, sus métodos de trabajo, su aspecto físico, el sonido de sus voces, a quiénes aman, a quiénes odian, lo que comen e incluso lo que sueñan por las noches. A veces les formulo preguntas detalladas sobre lo que les pasaba por la cabeza en momentos cruciales de su vida. Esta última técnica me ha permitido generar la versión en no ficción del monólogo interior: qué está pensando una persona. Estos pasajes, como por ejemplo cuando la teniente coronel Nancy Jaax está bajo la ducha química vestida con su traje de bioseguridad y preguntándose si se le habrá colado sangre de mono infectada de ébola en el interior del mismo, han sido contrastados con las personas reales. En el caso de Nancy Jaax, ella se tomó la molestia de verificar el pasaje conmigo y me sugirió varios cambios mínimos para asegurarse de que mi descripción de sus pensamientos era, hasta donde alcanzaba su memoria, lo que ella recordaba que le venía a la mente mientras pensaba que podía morir de ébola.

En última instancia, los humanos no somos más que detalles en el hermoso y en apariencia infinito tapiz del universo natural. Apenas tenemos importancia en el gran panorama de la naturaleza. Somos un nudo de hebras casi imperceptible en el tapiz. A veces, nuestros esfuerzos y empeños por controlar la naturaleza resultan patéticos y egoístas, otras veces heroicos, y otras equivocados. Aun así, todas mis obras tratan de la humanidad y su relación con la naturaleza, nuestras luchas, sufrimientos, alegrías, y los puntos que unen nuestras vidas, la sensación de que, como especie, merece la pena escribir sobre nosotros y de que la historia de toda persona es una historia que merece ser contada.

RICHARD PRESTON

Princeton, 18 de septiembre de 2014

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