El dedo mágico (Colección Alfaguara Clásicos)

Roald Dahl

Fragmento

El dedo mágico

La granja vecina a la nuestra es propiedad del señor y la señora Gregg. Los Gregg tienen dos hijos, los dos son chicos. Sus nombres son Philip y William. Algunas veces voy a su granja a jugar con ellos.

Yo soy una chica y tengo ocho años. Philip tiene, también, ocho años. William es tres años mayor. Tiene diez. ¿Qué? Oh, está bien, sí. Tiene once. La semana pasada, algo muy divertido le sucedió a la familia Gregg. Voy a contarte lo que pasó, lo mejor que pueda. Veréis, lo que al señor Gregg y a sus dos hijos les gustaba hacer más que cualquier otra cosa, era ir a cazar. Cada sábado por la mañana agarraban sus escopetas y se adentraban en el bosque en busca de animales y pájaros a los que disparar. Incluso Philip, que sólo tenía ocho años, tenía su propia escopeta.

Yo no soporto la caza. Simplemente no puedo soportarla. No me parece bien que hombres y muchachos maten animales solamente por la diversión que puedan sacar de ello. Así que yo intentaba que Philip y William no lo hicieran. Cada vez que iba a su granja me esforzaba en convencerlos, pero ellos sólo se reían de mí.

Incluso una vez le dije algo al señor Gregg, pero él simplemente pasó de largo, como si yo no estuviera allí.

Entonces, el sábado pasado por la mañana, vi a Philip y a William saliendo del bosque con su padre y llevando un hermoso cervatillo.

Eso me enfadó tanto que empecé a gritarles.

Los chicos rieron y se burlaron de mí y el señor Gregg me dijo que me fuera a casa y me ocupara de mis propios asuntos.

¡Bien, aquello fue la puntilla!

Vi todo rojo.

Y antes de que fuera capaz de detenerme, hice algo que nunca tuve intención de hacer.

¡LOS APUNTÉ A TODOS CON EL DEDO MÁGICO!

¡Oh, Dios mío! ¡Oh, Dios mío! Apunté incluso a la señora Gregg, que no estaba allí. Apunté a toda la familia Gregg completa.

Durante meses me había estado diciendo a mí misma que no volvería a señalar otra vez a nadie con el Dedo Mágico; no después de lo que le ocurrió a mi profesora, la vieja señora Winter.

Estábamos un día en clase y ella nos enseñaba a deletrear.

–Levántate –me dijo– y deletrea gato. –Es fácil –dije–. J a t o. –Eres una niña tonta –dijo la señora Winter.

–No soy una niña tonta –grité–. Soy una niña muy lista.

–Ve y ponte de cara a la pared –dijo la señora Winter.

Entonces me enfadé, vi todo rojo y señalé con el Dedo Mágico a la señora Winter con todas mis ganas, y casi al momento…

¿Te imaginas?

¡Empezaron a brotarle bigotes de gato en la cara! Eran largos bigotes negros, como los que puedes ver en un gato, sólo que mucho más grandes. ¡Y qué rápido crecían! ¡Antes de que tuviéramos tiempo de darnos cuenta, le llegaban a las orejas!

Por supuesto que la clase entera empezó a desternillarse de risa, y entonces la señora Winter dijo:

–¿Seréis tan amables de decirme qué encontráis tan locamente divertido?

¡Y cuando se dio la

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos