Being Biotiful

Chloé Sucrée

Fragmento

cap

INTRODUCCIÓN

MI HISTORIA

Todo el mundo tiene una historia que contar acerca de su relación con la comida. Quiero compartir la mía contigo para que entiendas cómo acabé trabajando en lo que es mi pasión, la cocina saludable.

Todo comenzó cuando supe que algo de lo que comía no me estaba sentando bien. Hoy en día, hay mucha gente que, más allá de padecer alguna enfermedad autoinmune, tiene malas digestiones, con la barriga hinchada, y como consecuencia, su calidad de vida empeora, pero hace unos años nadie hablaba de inflamación intestinal; de alimentos alcalinos y ácidos; de pesticidas; de la relación entre comida, emoción, enfermedad autoinmune; de la importancia de comer más vegetales; de los procesados...

¿Qué hice? Empecé a buscar respuestas por mi cuenta. Estaba desesperada por tener un diagnóstico claro y preciso de lo que me ocurría, pero a veces, como en mi caso, hay un conjunto de factores que provocan la situación. Mi recuperación fue larga y básicamente consistió en el método prueba y error.

Siempre me he sentido atraída por la comida saludable, nunca fui una gran entusiasta del pescado ni de la carne, las chuches o la bollería. Era como si algo en mi interior me dijera que eso no era para mí.

Después de diez años de estar con una tripa que semejaba un embarazo de cuatro meses y no sentirme a gusto con mi cuerpo, empecé a probar diferentes tipos de alimentación. No sé si mi motivación vino por mi formación de psicóloga, pero sí o sí quería encontrar una solución a mi malestar.

Empecé a no consumir carne ni pescado, pero, claro, tuve que oír muchos comentarios y juicios del tipo «¿Y si te faltan proteínas?», «¿Y el calcio?», etc. En fin, la rara siempre era yo.

Pasé por muchas fases. Probé la comida cruda, la low carb high fat (baja en carbohidratos, alta en grasas saludables), la paleo (pero sin carne), la vegana, etc. En general, iba encontrándome mejor, pero seguía con dolores. Finalmente escuché a mi cuerpo, el que tenía olvidado, el que odiaba por no hacerme sentir bien; apliqué el sentido común y me mantuve informada, pero el camino no fue fácil.

Así, opté por una alimentación vegetariana, sencilla, y por comer cuando de verdad tenía hambre y no cuando la sociedad me lo exigía. No quiero hacer apología de las dietas milagrosas, ni de las dietas detox, que creo que son engañosas, pero sí de la importancia de escuchar a nuestro cuerpo.

Con la ayuda de una kinesióloga, que ahora considero mi amiga, y de un cambio de alimentación (y de vida), empecé a sentirme mejor, pero no fue de un día para otro, ni mucho menos. Tardé mucho tiempo hasta que pude decir que estaba en paz conmigo misma, que me despertaba y me iba a dormir sin dolor; tenía energía y, lo mejor, volvía a disfrutar comiendo. Esta kinesióloga, a la que conocí en Madrid, me ayudó, en definitiva, a eliminar los parásitos y las bacterias que tenía, a mejorar y potenciar mi sistema inmune y a trabajar sobre mis emociones. Ha sido y es un trabajo, para mí, diario.

Ahora tengo la suerte de conocer perfectamente mi cuerpo: sé lo que le sienta bien, lo que no, qué cantidad de un alimento puedo tomar para sentirme bien. Está todo en mis manos, o casi. Me encuentro bien, que es lo más importante. A veces pienso que he tenido mucha suerte, que todo ocurre por un motivo: gracias a todo este recorrido, a esta bacteria que se topó conmigo a los siete meses de gestación, me alimento de la mejor forma que creo y disfruto haciéndolo.

Estuve muchos años frustrada pensando en todo lo que no podía comer, pero a veces hay que darle la vuelta a la situación; solo tenía que centrarme en todo el abanico de posibilidades que se me abría en ese momento.

En conclusión, después es estar diez años muy mal, tardé alrededor de dos años en recuperar ese bienestar digestivo, intestinal y, cómo no, emocional que llevaba buscando toda mi vida. Cada día realizaba algún cambio para encontrarme mejor. Todo ello con mucha constancia, mucha paciencia y positividad.

Esta es mi historia y quería compartirla, porque seguro que hay alguien que puede estar experimentando lo mismo o algo parecido, se siente solo y sin recursos. Mi historia, mi vivencia, es solo una más, y únicamente espero que, si estás pasando por algo semejante, mi libro te pueda ayudar, primero, a saber que estar así no es normal y no es sinónimo de tener calidad de vida. Y segundo, que hay una solución y que vas a estar bien. Muy bien.

Creo que mi vida siempre ha estado relacionada con la comida. Todo comenzó con mi nacimiento, que debería haber sido en el mes de noviembre, pero tuvo lugar a finales de agosto y fue un relámpago. Padecía listeriosis, una infección grave. Este trastorno afecta al sistema inmune debilitándolo mucho, y los médicos no sabían la gravedad de las secuelas que podían quedarme. Recuerdo, desde pequeña, estar siempre con la tripa hinchada, con algunos eczemas, incómoda, llorona, sensible y con un sinfín de síntomas digestivos e intestinales. Así empezó mi relación con la comida, del revés, pero, como a todas las historias, si quieres, les puedes dar la vuelta.

No voy a mentir, no ha sido fácil, de ahí que quiera compartir mi experiencia, porque sé lo mal que puede sentirse uno cuando lleva toda la vida con dolores e incomprendido. Porque sé que uno se puede sentir muy abrumado cuando quiere cambiar de alimentación y no sabe por dónde empezar. Porque sé que te sentirás juzgado y perdido. Porque estar diez años con la tripa hinchada no es normal. Porque permanecer así es no tener calidad de vida. Y porque la comida tiene que ser tu aliado, fuente de bienestar y energía, no tu enemigo.

No tengo muchos recuerdos de pequeña, aparte de mis molestias digestivas constantes y de que siempre estaba decaída, retraída, sin energía... Cuando me salió un eczema, vieron que era intolerante a la lactosa. En aquellos años, no había mucha información sobre la intolerancia o la alergia al gluten o el poder curativo de la alimentación sobre el organismo, y menos sobre las enfermedades autoinmunes ni acerca de la relación de la alimentación con las emociones y con la actitud ante la vida.

A pesar de encontrarme mal en general, al mismo tiempo experimentaba mucho interés y curiosidad por la comida. No sé si será por mi relación intrínseca con ella o por lo bien que he comido siempre en casa, lo que es un factor importante. Mi madre es la reina de los platos caseros belgas o franceses bien hechos, apetecibles y reconfortantes. También es experta en preparar un plato increíble con restos: es la reina del aprovechamiento. Comida casera, bien hecha y sana en general. Mi padre, por su lado, es un experto en descubrir las últimas tendencias gastronómicas: la comida japonesa en su momento, las conservas, los fermentos, la levadura madre, las patatas violetas, y sigue siendo pionero a la hora de encontrar tendencias gastronómicas molonas. Es fan de la comida saludable con algunas excepciones, y yo siempre he conocido las nuevas tendencias gracias a él. Creo que, como resultado, haber comido siempre tan bien en casa ha hecho crecer en mí el interés por alimentarme bien, pero sobre todo ha hecho que me preocupe por cocinar yo misma, experimentar y no tener miedo a probar cosas nuevas.

Imagino que, de alguna manera, buscaba respuestas para mí. El alimento es lo que nos da energía y debería ser sinónimo de bienestar; es como nues

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos