Biotiful Kids

Chloé Sucrée

Fragmento

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INTRODUCCIÓN

Ser madre y padre es todo un reto, y alimentar bien a nuestros hijos no siempre es tarea fácil. Cambian de gustos y apetencias más a menudo de lo que mi hija Lou se cambia de ropa, es decir, cada media hora. Un día les gusta el brócoli y al siguiente es lo peor que han probado en su vida. Respira y piensa que mañana será otro día (¡en el que, seguramente, amarán o detestarán otra comida!).

Aunque no es tarea fácil, todos sabemos lo gratificante que resulta que nuestros hijos se coman lo que hemos preparado. Que lo tomen con ganas y disfrutándolo, conociendo los beneficios que les aporta ese plato. Recuerdo la primera vez que Elliot se sirvió lechuga por iniciativa propia y, me atrevería a decir, casi con fruición. Solté el tenedor y me quedé mirándolo, sin decir ni mu por si acaso, porque no quería romper ESE momento.

Pero no siempre es así de sencillo. Hay noches de debates eternos sobre por qué ese guisante tiene que desaparecer del plato, de muecas raras cuando ven la cena en la mesa, de caras de decepción, de levantarse cuarenta mil veces de la silla para evitar, a toda costa, comerse el último trozo de berenjena, y de negociaciones y pactos. Puede llegar a ser agotador y frustrante.

A mí me encanta cocinar y me encanta comer bien. Como de temporada y mi alimentación se basa, sobre todo, en verduras, frutas, cereales sin gluten, semillas, frutos secos, huevos, legumbres y grasas saludables. Y me gustaría ser capaz de transmitir esta pasión por la cocina saludable a toda mi familia.

Tengo dos hijos con personalidades y gustos diferentes, con muchas opiniones sobre todo lo que viven, lo que experimentan, lo que comen, que pueden llegar a ser muy exigentes... Y eso está muy bien, pero no quiere decir que haya que sucumbir a todos sus deseos ni prepararles platos «especiales».

A lo largo de estos últimos años he aprendido a ser más flexible en las ocasiones que así lo requerían. Más flexible en el sentido de que he rebajado mis expectativas y me dejo llevar más. Si, puntualmente, comen un helado de marca comercial, bienvenido sea. Si un día acaban comiendo solo un plátano o un yogur para cenar, pues no es tan grave, como tampoco lo es comprar alguna cosa preparada, como pueden ser unas hamburguesas vegetales (siempre vigilando los ingredientes) en vez de preparar unas cien por cien caseras. Si eso te ayuda a que coman mejor y que tú no te agobies tanto, ¡adelante! Que la base sea buena es lo fundamental. Si, en el día a día, comen alimentos saludables y tienen una relación sana con la comida, ya está. No hay que llegar a extremos que supongan un estrés innecesario.

Casi nunca he preparado «comida para niños» para mis hijos, que ahora tienen seis y cuatro años. Eso no quiere decir que no haya modificado un poco la presentación de algún plato u omitido algún ingrediente final, como cayena en escamas, por ejemplo, para hacerlo más kids friendly. Pero la base es la misma. De esta forma, aprenden que la familia funciona como si fuésemos uno, que hay que probar de todo y que es importante comer juntos para hablar, contarnos historias, explicarnos lo que nos ha pasado durante la jornada, en la escuela... sin pantallas ni prisas. Es el momento de compartir. Es un momento especial.

Cuando vamos de restaurante, no entiendo la opción de «menú infantil», que, además, muchas veces no es ni saludable. Yo les pido lo mismo que a nosotros. Así también evito crear manías o excepciones, patrones en los que parece que ciertos platos o ingredientes no son aptos para ellos.

De tanto repetir algunas frases, cuando Lou dice «qué asco», Elliot enseguida la corrige: «Qué asco no; tienes que probarlo antes... Y no se dice qué asco, se dice no me gusta». Pues eso. Que prueben de todo. Obviamente, no puede gustarles todo a ciertas edades, pero que prueben antes, para romper ideas preconcebidas.

Debo decir que, desde que han cumplido los dos años, el reto con la comida ha sido mayor. A partir de los terrible two, he tenido que poner en marcha todo mi ingenio para encontrar el equilibrio entre lo que yo quiero ofrecerles y lo que a ellos les apetece y reconforta. Añadir verduras ralladas en la masa de sus bizcochos favoritos, de los pancakes, en batidos... son algunos recursos sencillos que he utilizado para que coman verduras «invisibles».

Muchas me preguntáis cómo fue la transición alimentaria con Elliot y Lou; cuándo y cómo pasé del pecho a la comida. Sin ser especialista en el tema, lo que tengo claro es que el método no es fijo. Es decir, hay momentos, sobre todo al principio, en que no funciona, en que es muy difícil: los niños se manchan mucho; pueden rechazar muchos alimentos; quieres darles más, pero ellos no quieren... Debes aprender a confiar en tu bebé. Él mejor que nadie sabe, por ejemplo, cuánta comida necesita.

Busca ayuda de profesionales si tienes dudas. También te recomiendo el libro El niño ya come solo, de Gill Rapley, que a las madres primerizas nos resuelve muchas cuestiones. La verdad es que, cuando empiezas con el baby-led weaning, vas muy perdida, cuesta encontrar información, la que hay suele ser confusa y, sobre todo, tú estás un poco asustada. Tienes miedo de equivocarte y darle a tu hijo algo que pueda sentarle mal.

Yo empecé poco a poco, dándoles lo que yo comía, pero adaptándolo a su edad, a su ritmo, a su boca... Haciendo recetas muy simples con uno o dos ingredientes y cocinando sin sal ni azúcares. Creo que lo importante aquí es que todos disfrutéis del proceso, de este aprendizaje. No te agobies. Escucha tu intuición como madre o padre, y hazle caso a tu sentido común.

En mi opinión, este método tiene unos resultados maravillosos a medio-largo plazo. Los niños aprecian más la comida, se atreven a probar de todo y, en definitiva, suelen comer mejor. No es una ciencia exacta, pero ayuda mucho. Entiendo que darles todo triturado facilita mucho las cosas, pero así no saborean, no distinguen las texturas, no «ven» lo que comen. Te aconsejo que empieces por platos más básicos y que aceptes que habrá días mejores y otros peores.

Todo lo que lleva carbohidratos o quesos es, automáticamente, más apetecible para los niños. En cambio, las verduras... uf. ¡Estas sí que cuestan! Mi objetivo con este libro es, precisamente, daros ideas y trucos a la hora de preparar platos que incluyan más de las «temidas» verduras con la esperanza de que las disfruten ¡y quieran repetir! Pero eso no quiere decir que las recetas de este libro sean solo para niños. Son recetas pensadas para todos, para que gusten a toda la familia. Sé que cada familia es diferente, que cada niño es único, pero siempre viene bien compartir y ver si lo que le funciona a uno puede funcionarle a otro. ¡Espero que algunas de nuestras recetas favoritas pronto sean algunas de las vuestras!

Asimismo, verás que los capítulos más extensos del libro son «Snacks» y «Cenas para la semana», porque creo que es lo que más necesitamos, donde estamos más faltos de ideas. Pero también he incluido muchos «Desayunos molones» para empezar el día con energía y elaboraciones para los «Fines de semana a tope».

Antes de seguir, me gustaría aclarar una última cosa: si piensas que todas mis recetas tienen éxito, que mis hijos se lo comen todo sin rechistar, sin mancharse (¿es eso posible?)... ¡nada más lejos de la realida

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