Misstrillis. La aventura de ser madre (por tres)

Noelia Valls (@misstrillis)

Fragmento

cap-1

Como todo en esta vida, mi historia tiene un principio: papá y mamá. Podría contaros que Andrés y yo nos conocimos un día de forma casual, cuando yo caminaba por la calle y se me rompió el paraguas, entonces él me prestó el suyo y, bajo aquel paraguas amarillo, charlamos por primera vez…, pero no. Lo cierto es que Andrés y yo nos conocemos de toda la vida, literalmente. No tenemos una historia romántica ni inspiradora. Nos llevamos unos dos meses, él es de finales del 88 y yo de principios del 89. Cuentan por ahí que cuando mi suegra, embarazada de él, se cruzó con mi madre, embarazada de mí, Andrés dio una fuerte patada que mi suegra interpretó como un «Kika debe de llevar una nena». Curiosidades de la vida, mi madre no recuerda ese encuentro fortuito por la calle.

Andrés apareció en mi vida durante mi adolescencia. Me gustaba.

PARA MÍ ERA «EL PRIMO DE MI AMIGA» Y, BAJO MI PUNTO DE VISTA, «EL PRIMO DE YULI» ERA ABSOLUTAMENTE INALCANZABLE: ALTO, GUAPO, FUERTE, DIVERTIDO, INTELIGENTE...

Yo en aquella época era una adolescente bastante introvertida y con poco amor propio (ser durante unos años una «Betty, la fea» con gafas y ortodoncia no fue fácil, creedme). ¿Y quién dio el primer paso? Él, por supuesto. Aún me acuerdo de cuando intercambiábamos SMS. Recuerdo como abreviábamos las palabras al máximo porque cada SMS costaba como quince céntimos; a veces nuestros mensajes eran auténticos jeroglíficos egipcios. ¡Ay, juventud! ¡No había WhatsApp ni Facebook ni nada de nada! Si quería hablar con Andrés, tenía que llamar al teléfono fijo, con el riesgo de que cogieran el teléfono sus padres y tener que decir con voz chillona y temblorosa: «Ejem, hola, ¿está Andrés?».

Durante un tiempo nos separamos, pero, por suerte, la vida quiso unirnos de nue­vo cuando rozábamos la mayoría de edad. Aunque a los dieciocho lo más habitual es no buscar compromisos, en nuestro caso, a los veintiuno nos casamos.

QUE SÍ, QUE YA SÉ QUE SUENA MUY RARO ESO DE CASARSE TAN JOVEN, PERO OYE… ¿Y POR QUÉ NO? TENÍAMOS LAS COSAS CLARAS Y, AQUÍ ESTAMOS, TRAS CASI ONCE AÑOS Y TRES HIJOS. MAL MAL NO NOS HA SALIDO LA JUGADA. PERO NO NOS ADELANTEMOS.

Quizá os preguntáis quién es Misstrillis. Misstrillis soy yo, Noelia. Tuve una infancia feliz y sencilla, de llena de momentos mágicos. Os confesaré que de pequeña me traumatizaron un poco, porque continuamente me cantaban la canción «Noelia» de Nino Bravo. Preciosa canción y preciosa voz, pero os aseguro que era desesperante cuando, cada vez que me presentaban, alguien decía: «Ah, sí, como la canción, ¡qué bonita canción!». Lo cierto es que cada vez me pasa menos, los clásicos de Nino Bravo caen en el olvido y las nuevas generaciones no conocen esos temas.

De pequeña me fascinaba El lago de los cisnes. Sí, tal cual: loca por la obra de Tchaikovsky. Fui a ver un ballet y me encantó, pero lo que realmente me gustaba era leer. Sin duda, creo que el ejemplo es lo más importante. Recuerdo a mi madre leer. Y recuerdo que leía un clásico de Jane Austen. No estoy muy segura de si lo leyó muchas veces o simplemente mi mente ca­prichosa quiso quedarse con ese recuerdo. Como una curiosidad más os contaré una anéc­dota y, a partir de aquí, ya me podéis llamar «rata de biblioteca», si queréis. Tendría yo once años cuando fuimos de visita familiar a la antigua Biblioteca Ramon Llull en el centro histórico de mi ciudad. Fui directa a la sala infantil (aún recuerdo ese olor a libros viejos, ese silencio, esa calma, esa paz) y pregunté cuál era el máximo de libros que me podía llevar, así que regresé feliz a casa con quince libros, entre ellos El Quijote, con lo que el bibliotecario me aseguró: «Quizá tengas que renovar alguno, porque en catorce días no sé si te dará tiempo a leerlo todo». Por supuesto, tenía razón y de El Quijote solo leí un par de páginas. Resultó ser una lectura demasiado densa para una niña de once años, o al menos para mí. Y tal afán por leer no pudo llevarme a otra que querer escribir. Escribía cuentos e historietas varias que envié a varios certámenes y concursos. Nunca gané nada.

DE PEQUEÑA ERA CONSIDERADA UNA DE LAS EMPOLLONAS DE LA CLASE (EN CAMBIO, CUANDO PASÉ AL INSTITUTO, FUI LA DE APROBAR Y YA ESTÁ).

Cuando iba al colegio, mi madre me decía que era el ojito derecho de mi maestra, la señorita Catalina, gran maestra, firme y cariñosa. La recuerdo con mucho cariño. En una ocasión me dejó corregir un examen de multiplicaciones de otros compañeros. Tal cual.

Una vez en el instituto fue duro. ¿Por qué a un niño de doce años se le da la misma responsabilidad en la gestión de espacio y tiempo que a un adolescente de dieciocho? Pero no me quejaré. No me fue tan tan mal. Fui una niña responsable y, en consecuencia, una adolescente responsable. Fueron dos años intensos en el bachillerato, en los cuales la palabra más repetida de los profesores era «selectividad». Hoy, tras ver Juego de Tronos, se me ocurre que sería interesante inventar (si es que nadie lo ha hecho ya) la expresión «La selectividad se acerca». Total, al acabar el bachillerato, yo, una chica con aspiraciones varias, me planté con dieciocho años y ni idea de qué estudiar. Tras aprobar la selectividad en septiembre con un orgulloso 5,85, finalmente decidí estudiar educación social.

CON VEINTIÚN AÑOS Y LA CARRERA TERMINADA, LISTA PARA COMERME EL MUNDO, ME DI CUENTA DE QUE, POR MUCHO QUE HUBIESE ESTUDIADO, EN REALIDAD NO SABÍA NADA DE LA VIDA.

Así que empecé a trabajar en diferentes lugares, unos más interesantes que otros, algunos relacionados con mi profesión y otros no. Debo decir que todo ese recorrido me ha llevado a convertirme en la persona que escribe estas líneas y, como estoy contenta de ser quien soy, creo sinceramente que todas esas experiencias, buenas y malas, más o menos enriquecedoras, me han moldeado y ayudado a llegar hasta aquí. Por eso creo que, en cierta manera, me gustan hasta las experiencias negativas, pues todas me han ayudado a ser quien soy.

A veces hablo con amigas o compañeros de trabajo y me doy cuenta de que mi vida ha sido bastante estable. Nunca me he ido a vivir a otra ciudad, nunca me he ido de viaje sola... Siempre he seguido un camino muy marcado, y no me quejo. Creo que todo esto influye en la idea que uno se forma sobre la crianza de los hijos, pues considero que en la vida reproducimos patrones y, con algunas diferencias, yo también los reproduciré. Siempre he pensado que los padres deben ser los faros de los hijos. Los padres deben irradiar luz, confianza y seguridad para que los hijos crezcan de su mano y, si se sueltan, sepan donde están. Esa presencia se consigue con el día a día, con los años… Pero bueno, no nos pongamos intensos, o al menos no, tanto.

Me considero una persona práctica y cabe decir que eso me ha ayudado en mi maternidad. No me refiero a saber organizarte en la cocina o en los estudios, se trata más bien de una cuestión de coco. Me explico. Ser práctica a nivel mental me ayuda a tener una buena higiene intelectual:

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