No, no y no

Alfonso Ussía

Fragmento

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Introducción

Cataluña sí, sí y sí. El no, no y no es para la Cataluña separatista y artificial, la que se inventa mentiras, la que promueve odios y escisiones, la que establece diferencias entre ella y el resto de España. No puedo concebir sentimentalmente una Cataluña separada de España, porque amo, quiero y admiro a Cataluña con todas mis fuerzas. Muchos de mis grandes amigos son catalanes. He viajado a Cataluña en centenares de ocasiones y siempre me he sentido bien recibido, bien comprendido y plenamente feliz. Me enorgullezco del arte, la brillantez literaria, el sentido de la prosperidad y la buena educación de Cataluña. Me siento herido cuando oigo o leo desprecios hacia el resto de España de un catalán separatista, en muchas ocasiones, de un catalán mal estudiado, mal informado y perfectamente manipulado por el poder. Cataluña es España desde mucho más atrás que los 500 años de la unión de los Reinos. Jamás existió el Estado catalán. No hubo tal guerra de Secesión, sino de Sucesión. Fue una guerra que pugnaba por el trono de España, no por la separación de sus territorios. Es cierto que han existido agravios y desencuentros. Pero el peso de la memoria común y del abrazo sincero terminarán por derrotar a los separatistas. Cataluña es tan española como Castilla, y Barcelona tan española como Madrid. Con sus matices y rasgos, con sus rivalidades y virtudes, con sus defectos y distancias, no más agudas que las establecidas entre otras grandes ciudades europeas. Sin Cataluña, España sobreviviría amputada, y Cataluña sería una joya quebrada. Cataluña habla su lengua y la de todos. Con la suya se entiende y con la de todos comparte la palabra con más de cuatrocientos millones de personas en el mundo. Es mucho lo que el resto de España le ha dado a Cataluña, y mucho lo que Cataluña le ha ofrecido al resto de España. Sí, sí y sí a Cataluña. Siempre presente en el alma de los españoles que no buscamos límites ni fronteras. No, no y no a la estúpida locura de una independencia fuera de lugar, de tiempo, de motivos y de razones. Eso sí, aborrezco al «Barça».

ALFONSO USSÍA

NOTA: Todos los artículos aquí recopilados han sido publicados por el diario La Razón de Madrid.

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Malvados

11 de septiembre de 2010

Desde que el parlamento de Cataluña, a instancias de una iniciativa ciudadana —habrá que creerlo—, prohibió por mayoría simple la celebración de corridas de toros en aquella autonomía, estoy intentando crear una corriente de solidaridad con los caracoles, hasta la fecha sin éxito. Se trata de un asunto sentimental y particularmente doloroso. Me considero, desde la infancia, un amante de los caracoles. Tienen cuernos, como los toros, pero no los usan para defenderse. Son criaturas vivas que sienten y se asustan, como los toros, pero carecen de poderío muscular para revolverse contra quienes los secuestran y meten en una bolsa con las peores intenciones. El caracol se refugia en su caparazón cuando percibe que una mano le arranca de su pequeño mundo. Y sufre. No conozco a nadie que haya acudido a un hospital como consecuencia de un ataque de caracol. Además, los caracoles cuentan con la simpatía de los niños. Resulta extraño lo de los animales. Un niño ve una rata y llora. Contempla un caracol y sonríe. Nadie le ha influido en el rechazo y la aceptación. Una babosa, prima hermana de los caracoles, les causa repulsión, y el caracol les anima y alegra.

No entiendo cómo una sociedad tan civilizada, desarrollada y amante de la naturaleza como es la catalana, puede disfrutar con la ingestión de caracoles. Un caracol no embiste con fuerza para ayudar a crear arte, pero es también un ser vivo. A un caracol no le permiten vivir en el prodigio de las dehesas durante cuatro años, bien cuidado y alimentado. Se tienen que buscar la vida ellos solitos, y si nacen en Cataluña, su vida es muy breve. Los agarran, los matan, los cocinan, los salsean y se los comen. Me atormenta la sensibilidad figurarme que muchos de los parlamentarios autonómicos de Cataluña contrarios a las corridas de toros sean capaces de zamparse una veintena de caracoles y quedarse tan panchos. Se están comiendo con salsa la imaginación de los niños y las canciones de cuna. Siempre hay un caracol que saca los cuernos al sol en la figuración infantil. Si la sociedad defiende al sapo partero, al mochuelo moteado, al buitre leonado y al atún rojo, ¿por qué permite la masacre de caracoles en Cataluña? ¿Vale más la vida de un toro que la de un caracol? Al fin y al cabo, el toro de lidia es un maravilloso animal que el hombre ha creado y perfeccionado desde las ganaderías. El caracol, aunque también existan explotaciones dedicadas a su cría, es un molusco sensible al que no se le concede la oportunidad de encontrar el sitio en sus paisajes. Siempre hay una mano preparada para fastidiar su futuro. Tampoco me gusta cómo tratan a los cerdos en Lérida, pero intento centrarme en los caracoles. No me satisface saber que apenas quedan atunes rojos en el Mediterráneo catalán, pero intento centrarme en los caracoles. Comer caracoles es de ogro de cuento. Y ese asco de salsa. Y esa expresión de gula de los parlamentarios antitaurinos ante la visión de los pobres moluscos ya fallecidos y cocinados. Los ecologistas «sandía» de Cataluña no defienden al caracol. Hagámoslo desde el resto de España al grito de ¡Salvemos a los caracoles! Una belleza viva y un asco gastronómico. ¡Malvados!

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La foto

15 de septiembre de 2010

Al español que menos le importa que unos remamahuevos quemen fotografías del Rey, es al Rey. Pero esa circunstancia no puede impedir la inmediata intervención de la Fiscalía. Parece ser que los «Mossos d'Esquadra» han recibido órdenes del Fiscal para que procedan a la identificación de los dos tontos del culete. Harán lo que les indique el consejero del Interior del Gobierno de la Generalidad, que podría haber sido uno de los encapuchados de ser algo más joven y mucho más ágil, porque después de quemar la foto del Rey, huyeron a lo que les daban las piernas.

Por más que lo he intentado, no he terminado de comprender el pavor que erosiona el sosiego de esas gentes cuando queman fotografías

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