El planeta vacío

Darrell Bricker
John Ibbitson

Fragmento

Prefacio

PREFACIO

ÉRASE UNA VEZ UNA NIÑA

El 30 de octubre de 2011, un lunes, justo antes de medianoche, Danica May Camacho llegó al mundo en un abarrotado hospital de Manila, con lo que la población humana del planeta alcanzó la cifra de siete mil millones de personas. En realidad, quizá la balanza se inclinó un poco unas horas más tarde en un pueblo de Uttar Pradesh, India, con la llegada de Nargis Kumar. O acaso fuera un niño, Pyotr Nikolayeva, nacido en Kaliningrado, Rusia.[1]

No fue ninguno de ellos, por supuesto. En el nacimiento que nos permitió llegar a los siete mil millones de personas no hubo cámaras ni discursos solemnes, pues era de todo punto imposible saber dónde y cuándo iba a producirse tal suceso. Según las mejores estimaciones de las Naciones Unidas, solo somos capaces de saber que se superó la cifra de siete mil millones en torno al 31 de octubre de ese año. Diferentes países hicieron hincapié en determinados alumbramientos para simbolizar ese hito histórico, y Danica, Nargis y Pyotr estuvieron entre los elegidos.

A juicio de muchos, no hay motivo para celebrar nada. El ministro indio de Salud, Ghulam Nabi Azad, declaró que una población global de siete mil millones de personas «no era algo que nos debiera alegrar sino más bien preocuparnos... Tendremos razones para alegrarnos cuando la población se estabilice».[2] Muchos comparten la pesadumbre de Azad. Avisan de una crisis demográfica global. El Homo Sapiens se está reproduciendo sin restricciones, poniendo a prueba nuestra capacidad para alimentar, cobijar o vestir a los 130 millones o más de nuevos bebés que, según calcula la UNICEF, llegan cada año. Mientras se amontonan seres humanos en el planeta, desaparecen bosques, se extinguen especies y se calienta la atmósfera.

Si la humanidad no desactiva esta bomba demográfica, anuncian estos profetas, nos viene encima un futuro de pobreza creciente, escasez alimentaria, conflictos y degradación medioambiental. Como dijo un Malthus moderno, «si no conseguimos un descenso espectacular del crecimiento demográfico, una rápida disminución de las emisiones de gases de efecto invernadero o un estallido global del vegetarianismo —todo lo cual va, ahora mismo, precisamente en la dirección contraria—, llegaremos nada menos que al final de la época de la abundancia para la mayoría de los habitantes de la Tierra».[3]

Todo esto es total y absolutamente falso.

El gran acontecimiento característico del siglo XXI —uno de los grandes episodios definitorios de la humanidad— se producirá en el espacio de tres décadas, más o menos, cuando la población global empiece a disminuir. Y en cuanto se inicie, ya no va a tener fin. No nos enfrentamos al desafío de una bomba demográfica sino a un colapso, un sacrifico implacable, generación tras generación, del rebaño humano. Nunca había pasado nada igual.

No es de extrañar que esta información te parezca estremecedora. Las Naciones Unidas pronostican que la población pasará, en este siglo, de los siete mil a los diez mil millones antes de estabilizarse a partir de 2100. No obstante, en opinión de un creciente número de demógrafos de todo el mundo, las cifras de la ONU son demasiado elevadas. Lo más probable, dicen, es que la población del planeta llegue a un valor máximo de aproximadamente nueve mil millones de personas entre 2040 y 2060, y que en lo sucesivo comience a descender, lo cual quizá provocaría que la ONU declarase el día de la «muerte simbólica» para conmemorar la ocasión. A finales de este siglo, podríamos estar de nuevo donde estamos ahora mismo y empezar a ser paulatinamente cada vez menos.

La población ya está disminuyendo más o menos en dos docenas de países del mundo; hacia 2050, esta cifra habrá llegado a las tres docenas. Algunos de los lugares más ricos del planeta están perdiendo población cada año: Japón, Corea, España, Italia, gran parte de Europa del este. «Somos un país moribundo», se lamentaba en 2015 Beatrice Lorenzin, ministra italiana de Salud.[4]

Sin embargo, la noticia importante no es esta. Lo importante es que los principales países en desarrollo también están a punto de empezar a decrecer, pues su tasa de fertilidad está bajando. Dentro de pocos años, China comenzará a tener menos gente. A mediados de este siglo, Brasil e Indonesia seguirán el ejemplo. Incluso en la India, que pronto será el país más poblado de la Tierra, sus cifras se estabilizarán aproximadamente en el espacio de una generación y después empezarán a reducirse. Los índices de fertilidad siguen siendo altísimos en el África subsahariana y ciertas zonas de Oriente Medio. Sin embargo, incluso ahí están cambiando las cosas, pues las mujeres jóvenes están accediendo a la educación y el control de natalidad. Es probable que África ponga fin a su baby boom desenfrenado mucho antes de lo que piensan los demógrafos de la ONU.

En informes gubernamentales e investigaciones académicas, se pueden observar algunas indicaciones de un declive acelerado de la fecundidad; a veces, se advierte eso mismo hablando simplemente con gente en la calle. Y eso es lo que hicimos. Con el fin de recopilar información para este libro, viajamos a ciudades de seis continentes: desde Bruselas a Seúl, pasando por Nairobi y São Paulo, Bombay y Pequín, Palm Springs, Canberra o Viena. Hubo también otras paradas. Conversamos con profesores universitarios y funcionarios públicos, pero lo más importante es que hablamos con gente joven: en campus universitarios e institutos de investigación, en favelas y suburbios. Queríamos saber qué pensaban sobre la decisión más importante que tomarán en su vida: si tener o no un hijo y cuándo.

El descenso demográfico no es ni bueno ni malo. Pero sí es importante. Una niña que nazca hoy llegará a la madurez en un mundo en el que las circunstancias y las expectativas serán muy distintas de las actuales. Estará en un planeta más urbano, con menos crímenes, más saludable desde el punto de vista medioambiental pero con muchas más personas mayores. No tendrá problemas para encontrar un empleo, pero quizá sí para llegar a fin de mes, pues los impuestos para pagar las pensiones y la asistencia médica de todos esos ancianos mermarán su salario. No habrá tantas escuelas porque no habrá tantos niños.

Sin embargo, no tendremos que esperar treinta o cuarenta años para notar el impacto del descenso demográfico. Ya lo estamos percibiendo en la actualidad, en países desarrollados, desde Japón a Bulgaria, que luchan por desarrollar su economía pese a que disminuye el conjunto de consumidores y trabajadores jóvenes, con lo cual cuesta más proporcionar servicios sociales o vender neveras. Lo vemos en la cada vez más urbana Latinoamérica o incluso en África, donde las mujeres van tomando progresivamente el control de su destino. Lo vemos en cada hogar en que los jóvenes tardan más en marcharse de casa porque no tienen prisa alguna en formar su propia familia y tener un hijo. Y lo estamos viendo, desgraciadamente, en las agitadas aguas del

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos