Casi cuarenta años —tanto como la marcha por el desierto— hemos vivido aquí en una realidad mutilada. Sólo se imprimía en un color y se cantaba en una clave. El doblaje del cine hacía hermanos a los amantes. A la política le habían amputado el ala izquierda. Al pueblo, la voz y el voto.
Pero la vida exige que la mujer tenga todo lo negado por aquella moral y el hombre otras cosas enemigas de todo paternalismo. Esa vida sólo será para todos si el pueblo tiene voz y voto. Y para votar dignamente es menester tener conciencia de la realidad. Verla en versión completa y sin doblaje.
También de las ciencias sociales, como de la luna, nos mostraban solamente una cara (sólo que aquí era el reverso) y su versión de la inflación estaba mutilada. En el campo de la economía, estas páginas nacen como una humilde contribución a la reconquista de la vida para todos. En él se completa la versión oficial con los temas escamoteados por los manuales, a saber: los beneficios, sus aliados y el sistema. Ya sé que no convenceré a quienes nunca echaron de menos la verdad porque el escamoteo les favorecía. Por eso mismo su discrepancia será una prueba más.
Por otra parte, no escribo para ellos, sino para confirmar en sus sospechas a mis compatriotas de trabajo, ayudándoles a ser conscientes de lo que es la inflación en versión completa. Para ellos escribo; para los hombres y mujeres víctimas de tantos mitos: el orden natural de la sociedad, el interés nacional, la moral dogmática… Para sustituir esas fantasmagorías por verdades humanas, sencillas y elementales como pan, piedra, trabajo.
Porque, compañeros, se trata de vivir. Sí, claro: también nosotros.
Introducción
En 1976, cuando todavía continuaban vivas las polémicas y discusiones económicas suscitadas por el estallido de la llamada «Revolución del 68» en Europa y América, publiqué un libro para contribuir a clarificar algunas cuestiones. Su título, La inflación en versión completa respondía a mi convicción de que en las doctrinas sociales con frecuencia se nos escamotean aquellos aspectos de la realidad, que, de conocerse por el gran público, perjudicarían a los autores y políticos interesados en conseguir adhesiones y votos.
El libro tuvo una estimación aceptable, no cayó en el olvido ni siquiera años después de agotarse la edición. El interés por ese título ha perdurado en el tiempo y especialmente en los últimos años, gracias, tal vez, a la reactivación de los temas económicos debida a la «crisis». De ahí que acepté gustoso la propuesta editorial de rescatarlo nuevamente, empezando por el título. En su día quise titularlo La inflación al alcance de los ministros. Pero recién salidos de la dictadura, el editor de entonces temió que alguien imaginara posibles alusiones a personajes concretos y prefirió eludir las posibles consecuencias. Algo de razón tendría como muestra la historieta sobre los visires de un gran sultán, con el que comienza la obra, ahora publicada ya sin ninguna otra alteración. Honradamente debo advertir que ni entonces pensaba, ni tampoco pienso ahora, en personas concretas. A lo que me refiero eligiendo ese título es a una alta encarnación del poder, factor tan decisivo en política económica y para la vida humana en general.
Si bien me complace retomar el título original, rechazado en su día, el contenido no sería hoy «en versión completa» porque treinta y seis años cargados de sucesos, decisiones públicas, novedades, auges y decadencias, exigen una exposición adecuada. Intenté ponerla al día y el editor tuvo conmigo toda la paciencia que un editor puede permitirse y un poco más, pero finalmente me rendí y confesé que a mi avanzada edad y en mis circunstancias ya me resulta imposible completar mi obra.
Así, recordamos que hace años, otro libro mío, Conciencia del subdesarrollo, fue igualmente puesto al día por el profesor Carlos Berzosa, hasta hace poco rector de la Universidad Complutense de Madrid. El resultado fue para mí inmejorable: su texto actualizador de mi trabajo resultó no sólo perfecto (como cabía esperar de su valía), sino, además, cordialmente fundible y hasta confundible con el mío, debido a nuestras coincidencias teóricas y afectivas a lo largo de muchos años.
Decidimos recurrir en esta ocasión a la misma fórmula, con la suerte de que Carlos Berzosa aceptó el proyecto y le gustó tanto como a mí. El libro se publica ahora enriquecido por su aportación, que el lector valorará como se merece, y puede considerarse epílogo de mi texto, del mismo modo que mi antiguo libro resulta ser el prólogo de su ensayo.
Con su aportación se analizan los acontecimientos y cambios en el pensamiento económico acaecidos en las décadas transcurridas desde mi primera edición, reflejando lo que más suele escamotearse: el peso del poder político sobre las decisiones enmascaradas bajo las tesis ideológicas. Ese poder que ha ido desplazando su centro de gravedad desde los comienzos mercantiles del sistema capitalista hasta las formas industriales del siglo XIX después, y, hoy día, instalándose en la esfera de la actividad financiera, sobre todo a partir de los años setenta.
Sin ánimo de repetir lo ya expuesto por Berzosa, deseo en esta introducción destacar tres hitos en este proceso del desplazamiento del poder político hacia el financiero:
1. Las agitaciones y movimientos sociales del 68 y la correspondiente reacción de los grupos dominantes en Europa y Estados Unidos que, desde la segunda posguerra mundial, vivían bajo el paraguas del «complejo industrial militar», en palabras de Eisenhower (por cierto, nada sospechoso de anticapitalista). La violencia y duración de los conflictos en París, Estados Unidos y Europa Central, inspiró una enérgica actitud defensiva de sus privilegios. Sobre todo en Gran Bretaña y Estados Unidos, donde con la colaboración entusiasta de economistas dóciles a los grupos privilegiados, surge la doctrina neoliberal, reclamando libertad plena para la riqueza privada, guiada por los fundamentalistas del mercado y despreciando las políticas sociales más distributivas. Así desde los años setenta estudiados en mi libro, se pasa al neoliberalismo sin reservas en los ochenta y noventa.
2. La caída del muro de Berlín y derrumbe de la Unión Soviética, dejando sin rival a la primera potencia militar para organizar el «nuevo orden mundial».
3. La globalización financiera propiciada por los avances tecnológicos.
El análisis de este paso al neoliberalismo y sus causas expuesto por Berzosa con maestría y precisión, facilita al lector la comprensión del imparable crecimiento del poder financiero y de cómo, en la cerrada defensa de sus privilegios, los capitalistas, las instituciones políticas y grandes empresas concentran su actividad en las finanzas, más que en creaciones productivas de la economía real como en otros tiempos. Las transferencias financieras en el mercado mundial superan con mucho el valor de los intercambios de bienes y servicios, ofreciendo a los poderosos ganancias espectaculares más rápidas y cómodas, con una ventaja añadida: la opacidad de un sistema de dinero y títulos y la desregulación de la ya establecida globalización internacional que permite abordar al margen de la ley negocios tan censurables como los armamentos o el narcotráfico.
Pero, como dice la sabiduría popular, la avaricia rompe el saco. Por un lado, las guerras supuestamente contra el terrorismo, en respuesta al ataque de al-Qaeda a las Torres Gemelas neoyorquinas y, por otro, la voracidad insaciable de los «mercados» nos conducen a la actual crisis financiera de la deuda.
En ese contexto el concepto de inflación pasa a segundo plano, la palabra deja de estar de moda entre los comentaristas y sólo inquieta a los bancos centrales. Obviamente, no porque el problema real de los precios y el coste de vida haya quedado resuelto, sino porque lo prioritario para los financieros es cobrar su crédito como sea, imponiendo a los países deudores planes de ajuste y recortes que asfixian su economía, haciendo con ello pagar la crisis a la población, doblemente víctima de sus abusos. Las penalidades que sufren los más débiles no preocupan al poder dominante, ocupado únicamente en salvar a sus bancos y temeroso de que pueda resquebrajarse el sistema.
Como he dicho en más de una ocasión, hay básicamente dos clases de economistas: los que se dedican a hacer más ricos a los ricos y los que nos preocupamos por hacer menos pobres a los pobres. Y es en el seno de estos últimos donde se rescata el tema de la inflación, sus causas y mecanismos. Lo hacemos convencidos de que existen soluciones alternativas para reactivar la economía y la creación de empleo, como ya se hizo en otras ocasiones históricas, con las consiguientes vicisitudes inflacionarias, cuyo conocimiento siempre es conveniente.
De ahí la oportunidad y conveniencia de la reedición de este libro puesto al día magistralmente por Carlos Berzosa.
JOSÉ LUIS SAMPEDRO
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La ciencia oficial y el hombre de la calle
En uno de esos países de fábula donde los escritores escarmentados situamos las cosas que no está bien visto ocurran en casa, sucedió que tras una guerra sobrevino gran escasez, allá por la década de 1940 (antes de nuestra era, por supuesto). El pueblo no comía, los acaparadores hacían su agosto y el sultán hubo de racionar los alimentos. Por entonces corrió de boca en boca la siguiente historieta:
Reunidos los visires en el Gran Diván, el sultán preguntó por el estado del abastecimiento. El visir competente informó que ninguno debía preocuparse, porque había para todos. Sí, arroz, dátiles, sésamo… para todos. Ante el unánime gesto de sorpresa decidió el sultán ahondar en el tema preguntando si de esos productos había bastante para cada ciudadano. El visir de las cosechas, orondo y satisfecho, aclaró sin perder su sonrisa: «Ah, eso no. “Todos” quiere decir para todos los que estamos aquí».
La historieta viene al caso para justificar por qué he escrito un libro más sobre la inflación. Mi objeto es muy claro: quiero exponer lo que ocultan la gran mayoría de los manuales asequibles al lector español. La historieta revela nítidamente la diferencia entre dos grupos distinguibles en toda sociedad: el de los que están «ahí», en el Gran Diván o en sus alrededores, y el de los que estamos aquí, en la calle, o en un cuarto como este donde trabajo, escribiendo a máquina. Lo mismo que los dátiles de la historieta, la inflación también se reparte de manera distinta entre unos y otros. La razón es sencilla: nosotros vivimos de nuestro trabajo, mientras ellos, en general, no; a pesar de que el libro sagrado en muchos países es la Biblia, donde se lee aquello de «con el sudor de tu rostro comerás el pan» (Gén. 3: 19). Nótese que no afirmo que no trabajen, porque bastante trabajan, y algunos intensamente. Pero sus ingresos exceden, a veces muchísimo, de lo que corresponde a su esfuerzo y sólo pueden explicarse porque ellos viven, además, del trabajo de otros, cuyo producto pasa a sus manos merced a los mecanismos específicos del sistema.
Pues bien, lo que diferencia a este libro de los manuales más al uso y recomendados es que está escrito para quienes viven de su trabajo. No pretendo por ello ser original: mi ciencia es la de muchos otros, que también discrepan radicalmente de la prescrita en las escuelas oficiales. Tampoco pretendo descubrirle la inflación al hombre de la calle porque la padece cada día y, como su mujer, sabe bien que cada mes, con las mismas monedas, no puede comprar tanto como el mes anterior. Vive la inflación, vive en lucha contra ella. Pero, con frecuencia, no identifica la causa de su mal y, por tanto, no puede concebir la receta adecuada.
Si pretende averiguarla y acude a un manual famoso para conocer por qué su dinero vale cada día menos, le ocurre algo tan curioso como decepcionante. Curioso, porque esa ciencia oficial arroja más sombras que luz sobre la realidad o, peor aún, enciende unos focos que deslumbran para mejor cegar. El hecho revelado por la historieta inicial —esa diferencia que separa a los unos y los otros dentro del sistema— desaparece en los manuales, pese a ser tan evidente, o queda reducida en ellos a raras y disimuladas alusiones. En otras palabras, la teoría convencional sólo ofrece una versión incompleta de la realidad y explica la inflación de una manera expurgada, como para menores de edad.
Una ciencia tal es ciertamente curiosa. Y, además, resulta por fuerza decepcionante. Cuando el trabajador pregunta a esos manuales capitalistas por las causas de la inflación, recibe, con enfática insistencia y entre primores académicos más o menos frondosos, las dos principales respuestas siguientes, a menudo combinadas: una, que la culpa es del exceso de dinero en el mercado o un exceso de demanda y, otra, que la culpa la tienen el propio trabajador y sus compañeros, por empeñarse en obtener mayores salarios.
El trabajador se decepciona porque no hace falta el doctorado en economía para replicar a ambas respuestas. Ante la primera puede decir: ¿Por qué he de pagar yo las consecuencias de un exceso de dinero, si yo no lo provoco ni tampoco sobra en mi bolsillo? Ante la segunda, se sentirá justamente indignado: ¿Cómo no he de pretender mayor salario si con el mismo dinero al mes vivo cada vez peor? Pero ambas réplicas no sirven de gran cosa ante el mayor poder político de los que se justifican con las respuestas oficiales. Y el trabajador vuelve la espalda a los manuales, comprendiendo que son ajenos a su vida; pero sigue sin poder explicarse por qué le pasa lo que le pasa.
Por eso me he apresurado a declarar que en este libro, por no estar escrito a la sombra del Gran Diván ni de los visires, se ofrece una explicación distinta de la inflación, a saber: su versión completa, no para menores de edad, sino para ciudadanos adultos. Por supuesto que los creyentes en la ciencia convencional negarán esta interpretación: ése es su oficio. Algunos hasta la calificarán de demagógica; pero eso no me preocupa porque es lo que se grita siempre ante las verdades molestas. Ahora bien, antes de entrar en materia, quiero aportar ya al lector un hecho indiscutible: el de que aun cuando mi interpretación tuviera errores, no por eso resultaría más verdadera la ciencia convencional.
Hoy está claro incluso para los economistas oficiales —como probaré citando sus propias palabras— que la ciencia convencional se encuentra desconcertada ante la nueva inflación, con paro y estancamiento, de estos últimos años.
El lector que me siga hasta el final formará su propio juicio. Por de pronto me conformo, para empezar, con dejar sentado este hecho comprobable: la impotencia de la ciencia capitalista ante la inflación. Por eso este libro se inicia, en el capítulo siguiente, constatando ese desconcierto oficial y añadiendo algunas observaciones previas. Después dedicaré dos capítulos a examinar sucesivamente, y con más detalle, las dos respuestas principales encontradas por el hombre de la calle en los manuales: la de que la inflación se debe al exceso de dinero (más genéricamente, la llamada «inflación de demanda») y la de que obedece a las exigencias de los trabajadores (versión habitual de la «inflación de costes»).
Si dedico alguna atención a ambas tesis, tras haberlas declarado decepcionantes, es porque más que falsas son incompletas. Una hábil ma