¿Quién le hacía la cena a Adam Smith?

Katrine Marçal

Fragmento

cap-1

Prólogo

El feminismo y la economía siempre han tenido mucho que ver. Virginia Woolf quería una habitación propia, y eso cuesta dinero.

A finales del siglo XIX y principios del XX, las mujeres se unieron para exigir el derecho a la propiedad privada y a la herencia, el derecho de libre creación de empresas, el derecho a pedir préstamos, el derecho al trabajo, la igualdad salarial y, en definitiva, la posibilidad de mantenerse a sí mismas, de manera que no tuvieran que casarse por dinero, sino que pudieran, en su lugar, hacerlo por amor.

El feminismo sigue guardando una estrecha relación con la economía.

Durante las últimas décadas, el objetivo del movimiento feminista ha sido hacerse con el dinero y otros privilegios tradicionalmente acaparados por los hombres, a cambio de cosas menos fáciles de cuantificar como, por ejemplo, «el derecho a llorar en público».

O, por lo menos, así es como lo han explicado algunos.

Han pasado más de seis años desde el 15 de septiembre de 2008, esto es, desde el día en que el banco de inversión estadounidense Lehman Brothers se declaró en quiebra. En el curso de unas pocas semanas, numerosos bancos y compañías aseguradoras de todo el mundo hicieron lo mismo. Millones de personas perdieron sus empleos y sus ahorros. Mientras familias enteras se quedaban sin casa, los gobiernos caían y los mercados se convulsionaban. El pánico se fue extendiendo de un país a otro y acabó alcanzando todos los aspectos de la economía, al tiempo que se tambaleaba un sistema que ya no podía dar más de sí.

Contemplamos pasmados el proceso.

Y es que lo que nos habían contado hasta ahora era que, si todos trabajábamos, pagábamos nuestros impuestos y nos quedábamos callados sin dar la lata, el sistema funcionaría por sí solo.

Vaya mentira.

Tras la crisis, no pararon de celebrarse conferencias internacionales, así como de publicarse libros que intentaban dilucidar qué era lo que había pasado y qué había que hacer al respecto. De repente, todo el mundo, desde los políticos conservadores hasta el Papa de Roma, criticaba el capitalismo. Se dijo que dicha crisis suponía la transición a un nuevo paradigma, que en adelante todo sería diferente. El sistema financiero global necesitaba un cambio, la economía debía regirse por nuevos valores. Corrieron ríos de tinta acerca de la avaricia, los desequilibrios globales y la desigualdad de ingresos. Nos cansamos de oír que, en chino, la palabra «crisis» se compone de dos caracteres: uno significa «peligro» y el otro, «oportunidad». (Algo que, por cierto, es incorrecto.)

Seis años después, el sector financiero se ha recuperado. Los beneficios, los salarios, los dividendos y las primas han vuelto al nivel anterior a la crisis.

El orden económico y el relato teórico que lo sustentaba, los cuales muchos pensaron que desaparecerían con la crisis, han resultado ser muy tozudos e intelectualmente robustos. La pregunta es: ¿por qué? Hay muchas respuestas. Este libro trata de proporcionar una determinada perspectiva sobre el tema, la del sexo.

Y no en el sentido que estará pensando.

Si Lehman Brothers hubiera sido Lehman Sisters, la crisis financiera no se habría desarrollado de la misma forma o no habría sucedido, según observó Christine Lagarde en 2010, cuando aún era ministra de Economía de Francia.[1] Aunque seguramente no lo dijo del todo en serio.

Audur Capital, un fondo de inversión privado islandés dirigido enteramente por mujeres, fue el único fondo de esa clase que sobrevivió a la crisis sin apenas sufrir un rasguño, señaló Lagarde. Y hay estudios que muestran como los hombres con altos niveles de testosterona están más predispuestos a correr riesgos.[2] La asunción de riesgos excesivos es lo que provoca el hundimiento de los bancos y lo que hace estallar las crisis financieras; ¿significa entonces eso que los hombres tienen demasiadas hormonas como para controlar la economía?

Hay, sin embargo, otros estudios que muestran que las mujeres tienen al menos la misma predisposición a correr riesgos que los hombres, si bien solo cuando se hallan hacia la mitad del ciclo menstrual. ¿Son, pues, los banqueros masculinos semejantes a mujeres en el momento de la ovulación? ¿Es ese el problema? ¿Qué tienen que ver el ciclo económico y el menstrual?[3]

Yendo más allá, existen otros estudios que observan como las alumnas de escuelas solo para chicas son igual de propensas al riesgo que los chicos. Las chicas que van a colegios mixtos, en cambio, tienden a ser más prudentes. Dicho de otra forma, parece que las normas e ideas acerca de lo que tu sexo encarna en relación con el llamado «sexo opuesto» tienen relevancia. Por lo menos cuando el sexo opuesto está presente.[4]

Podemos bromear con ese tipo de cosas, o bien tomárnoslas en serio. En cualquier caso, hay un hecho indiscutible: Lehman Brothers nunca habría podido ser Lehman Sisters. Un mundo en el que las mujeres dominaran Wall Street sería tan radicalmente diferente del mundo real que su descripción no arrojaría luz alguna sobre este último. Sería preciso reescribir miles de años de historia para llegar al momento hipotético en que un banco de inversión llamado Lehman Sisters pudiera manejar su excesiva exposición a un sobredimensionado mercado inmobiliario estadounidense.

No tiene ningún sentido realizar el experimento mental de imaginar la situación. No es posible reemplazar, sin más, «brothers» por «sisters».

La historia de la relación entre las mujeres y la economía va mucho más allá.

El feminismo es una tradición de pensamiento y activismo político que se remonta a hace más de doscientos años. Es uno de los grandes movimientos políticos democráticos de nuestro tiempo, independientemente de que se esté o no de acuerdo con sus premisas y conclusiones. Además, al feminismo ha de imputársele el que seguramente constituya el mayor cambio en el sistema económico ocurrido en el último siglo. O, según algunos, el mayor cambio jamás acaecido en dicho sistema económico.

«Las mujeres empezaron a trabajar en los años sesenta»; así suele contarse la historia.

Sin embargo, eso no es cierto. Las mujeres no empezaron a trabajar en los años sesenta o durante la Segunda Guerra Mundial. Las mujeres han trabajado siempre.

Lo que ha ocurrido en las últimas décadas es que las mujeres han cambiado de trabajo. Han pasado de trabajar en el hogar a ocupar puestos en el mercado laboral, comenzando a recibir una remuneración por su esfuerzo. Han pasado de trabajar como enfermeras, cuidadoras, profesoras y secretarias a competir con los hombres en calidad de médicas, abogadas y biólogas marinas.

Esto supone un cambio social y económico enorme; la mitad de la población ha trasladado el grueso de su actividad de la esfera doméstica al mercado. Hemos saltado de un sistema económico a otro sin darnos realmente cuenta del salto.

Al mismo tiempo, la vida familiar se ha transformado por completo. Todavía en los años cincuenta del pasado siglo, las mujeres estadounidenses tenían una media de cuatro hijos. Esa cifra se ha reducido en la actualidad a dos.

En Gran Bretaña y Estados Unidos, los patrones familiares se han ajustado en consonancia con el nivel educativo de las mujeres. Las mujeres con un nivel educativo alto tienen menos hijos y son madres más tarde, mientras que las mujer

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