Cómo cambiar tu mente

Michael Pollan

Fragmento

cap-1

PRÓLOGO

Una nueva puerta

A mediados del siglo XX, dos nuevas e inusuales moléculas, unos compuestos orgánicos con un sorprendente parecido familiar, explotaron sobre Occidente. Con el tiempo, cambiarían el curso de la historia social, política y cultural, así como las historias personales de los millones de individuos que en algún momento las introducirían en sus cerebros. Además, resultó que la llegada de estas sustancias químicas coincidió con otra histórica explosión mundial, la de la bomba atómica. Hubo quien comparó los dos sucesos y le prestó mucha atención a la sincronía cósmica. Nuevas y extraordinarias energías se habían desatado en el mundo; nada volvería nunca a ser como antes.

La primera de estas moléculas fue un hallazgo accidental de la ciencia.[1] La dietilamida de ácido lisérgico, comúnmente conocida como LSD, fue sintetizada por Albert Hofmann en 1938, poco antes de que los físicos dividieran un átomo de uranio por primera vez. Hofmann, que trabajaba para la empresa farmacéutica suiza Sandoz, buscaba un medicamento para estimular la circulación, no un compuesto psicoactivo. De hecho, no sería hasta cinco años después, al ingerir de forma accidental una cantidad minúscula de la nueva sustancia química, cuando se dio cuenta de que había creado algo de gran poder, a la vez aterrador y maravilloso.

La segunda molécula existía desde hacía miles de años, aunque nadie en el mundo desarrollado era consciente de ello.[2] Producida por un inadvertido y pequeño hongo arrugado en lugar de un compuesto químico, esta molécula, que sería conocida como psilocibina, se había utilizado en los pueblos indígenas de México y América Central durante cientos de años como un elemento religioso. Llamado teonanácatl por los aztecas, o «carne de los dioses», el uso de este hongo fue brutalmente reprimido por la Iglesia católica después de la conquista española, y pasó a la clandestinidad. En 1955, doce años después de que Albert Hofmann descubriera el LSD, un banquero de Manhattan y micólogo aficionado llamado Robert Gordon Wasson recogió muestras del hongo mágico en la ciudad de Huautla de Jiménez, en el sureño estado mexicano de Oaxaca. Dos años más tarde publicó un artículo de quince páginas en la revista Life sobre unos «hongos que causan extrañas visiones»; era la primera vez que la información sobre una nueva forma de conciencia estaba al alcance de los lectores.[3] (En 1957 el conocimiento del LSD se limitaba principalmente a la comunidad de investigadores y profesionales de la salud mental.) La sociedad no se percataría de la magnitud tal suceso hasta varios años después, pero la historia de Occidente ya había cambiado.

El impacto de estas dos moléculas es difícil de calcular. La llegada del LSD puede estar vinculada a la revolución en el estudio de la cognición, que comenzó en la década de 1950, cuando los científicos descubrieron el papel de los neurotransmisores en el funcionamiento del cerebro. El hecho de que microgramos de LSD pudieran producir síntomas similares a la psicosis inspiró a los neurólogos y psiquiatras a buscar la base neuroquímica de los trastornos mentales, cuyo origen antes se creía de orden psicológico. Al mismo tiempo, los fármacos psicodélicos encontraron su lugar en la psicoterapia, donde fueron utilizados para tratar varios trastornos, entre ellos el alcoholismo, la ansiedad y la depresión. A lo largo de la mayor parte de la década de 1950 y principios de la de 1960 muchos miembros del establishment psiquiátrico consideraban el LSD y la psilocibina como medicamentos milagrosos.

La llegada de estos dos compuestos también está vinculada a la emergencia de la contracultura durante los años sesenta y, quizá especialmente, a su tono y estilo particulares. Por primera vez en la historia, los jóvenes tenían un rito de paso propio: el «viaje de ácido». En lugar de introducirlos en el mundo adulto, como siempre han hecho estos ritos, mandaba a los jóvenes a un país mental que muy pocos adultos tenían siquiera idea de que existiera. El efecto en la sociedad fue, por decirlo con suavidad, perturbador.

Sin embargo, a finales de la década de 1960, los movimientos sísmicos sociales y políticos desencadenados por estas moléculas parecieron disiparse. El lado oscuro de las drogas psicodélicas comenzó a recibir una enorme cantidad de publicidad negativa: malos viajes, brotes psicóticos, flashbacks, suicidios… Y a partir de 1965 la euforia que rodeaba a estos nuevos fármacos dio paso al pánico moral. Con la misma rapidez que la cultura y la comunidad científica habían abrazado las drogas psicodélicas, ahora se volvían de repente contra ellas. A finales de la década, las drogas psicodélicas, que hasta entonces eran legales en la mayoría de los lugares, fueron prohibidas y relegadas a la clandestinidad. Al menos una de las dos bombas del siglo XX parecía haber sido desactivada.

Entonces sucedió algo inesperado y revelador. A partir de la década de 1990, oculto a la vista de la mayoría, un pequeño grupo de científicos, psicoterapeutas y los llamados psiconautas, convencidos de que la ciencia y la cultura habían perdido algo valioso, resolvieron que debían recuperarlo.

Hoy en día, después de varias décadas de represión y abandono, las drogas psicodélicas experimentan un renacimiento. Una nueva generación de científicos, muchos de ellos inspirados por su propia experiencia personal con esos compuestos, están poniendo a prueba su potencial para curar enfermedades mentales como la depresión, la ansiedad, el trauma y la adicción. Otros científicos están usando drogas psicodélicas junto con las nuevas herramientas de neuroimagen para explorar los vínculos entre el cerebro y la mente, con la esperanza de desentrañar algunos de los misterios de la conciencia.

Una buena manera de entender un sistema complejo es alterarlo y luego ver qué sucede. Al dividir los átomos, el acelerador de partículas los obliga a revelar sus secretos. Mediante la administración de drogas psicodélicas en dosis calibradas con cuidado, los neurólogos pueden alterar profundamente la conciencia de la vigilia normal de los voluntarios, diluyendo las estructuras de la misma y ocasionando lo que puede describirse como una experiencia mística. Mientras esto sucede, mediante las herramientas de neuroimagen se pueden observar los cambios en la actividad del cerebro y en los patrones de conexión. Este trabajo ya está proporcionando sorprendentes conocimientos sobre los «correlatos neurales» del significado de uno mismo y de la experiencia espiritual. El trasnochado tópico de los años sesenta de que las drogas psicodélicas ofrecían una clave para comprender —y «extender»— la conciencia ya no parece tan descabellado.

Cómo cambiar tu mente es el relato de ese renacimiento. Aunque no fue así desde el principio, esta es una historia tan personal como pública. Tal vez resultara inevitable. Todo lo que había aprendido de la investigación psicodélica en tercera persona hizo que deseara explorar ese nuevo paisaje de la mente también en primera, para sentir los cambios que estas moléculas causan en la conciencia y lo que, en todo caso, tenían que enseñarme sobre mi mente y cómo eso podía contribuir a mi vida.

Para mí, ese deseo fue completamente inesperado. La historia de las drogas psicodélicas que resumiré aquí no es

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