Una cama por una noche

David Rieff

Fragmento

NOTA PRELIMINAR A LA NUEVA EDICIÓN

Nota preliminar a la nueva edición

Muchos autores se consuelan pensando que sus libros los sobrevivirán y es evidente que hay algo de verdad en ello, al menos si los textos en cuestión son lo bastante buenos. Pero cuando el autor todavía está vivo, la experiencia de contemplar el más allá de la propia obra a menudo puede dar lugar a la experiencia más humillante: hojear un ejemplar de cualquiera de sus libros online o en una librería y sentirse abrumado por el deseo, allí y en ese momento, de poder reescribir tal o cual frase torpemente redactada o de revisar tal o cual párrafo para que el argumento que se pretendía exponer quedé bien claro y no resulte confuso. En el caso de los autores de libros de no ficción, al menos en el de aquellos cuyas obras no son del todo académicas, también cabe la posibilidad de que estos se vean obligados a comprobar que el análisis que hacían de un determinado aspecto del tema que trataban estaba equivocado, o que la predicción expuesta no podía ser más desacertada. Así, el régimen que suponíamos que estaba a punto de venirse abajo sigue prosperando (pensemos en todos los libros escritos tras la caída del Imperio soviético que predecían la inminente desaparición del régimen de Castro en Cuba); el libertador al que elogiábamos con admiración acabó convirtiéndose en un tirano, o resultó que lo era desde el primer momento (buen ejemplo de ello son los libros que ensalzaban la dictadura de Paul Kagame en Ruanda); o la cruzada moral que parecía destinada a acabar con todo antes de que se comprobara que era más débil y más efímera de lo que parecía en un primer momento (yo diría que tal es el caso de una enorme cantidad de libros que ensalzaban el movimiento internacional en defensa de los derechos humanos, aunque es indudable que habrá muchos que no estén de acuerdo conmigo en este punto). También se corre el riesgo de descubrir que la información acerca de un determinado lugar, de un determinado suceso histórico o de un determinado movimiento político está terriblemente trasnochada, hasta el punto de resultar ilegible, salvo, acaso, como curiosidad histórica.

Al volver a leer Una cama por una noche, mientras preparaba esta nueva edición en español, me sentí aliviado al descubrir que el libro no incurre en ninguna de esas categorías de error o de irrelevancia, aunque, naturalmente, serán sus lectores los que tengan la última palabra al respecto. Planteaba yo dos argumentos básicos. El primero era que, en el momento de la invasión de Irak de 2003 por parte de Estados Unidos, los integrantes de las organizaciones dedicadas a las actividades de socorro que habían intentado sostener la teoría y la práctica de una acción humanitaria independiente habían sido, en su mayoría, derrotados frente a aquellos colegas suyos que aceptaban la instrumentalización de su labor a manos de los grandes gobiernos occidentales, los cuales, directamente o a través del sistema de Naciones Unidas, eran los principales donantes de los fondos que recibían y de los que cada vez dependían más esas ONG encargadas de prestar ayuda humanitaria. La forma más extrema de esa instrumentalización fue la articulada de manera explícita por el gobierno de Estados Unidos en el periodo previo al estallido de la guerra de Irak. El entonces alto cargo de la Agencia Estadounidense para el Desarrollo Internacional (USAID, por sus siglas en inglés), Andrew Natsios, planteó el asunto de un modo brutal: las ONG que habían recibido dinero del gobierno de Estados Unidos eran «un brazo del gobierno norteamericano», y punto. Y para que el mensaje no pasara desapercibido, la persona que por aquel entonces ocupaba el cargo de secretario de Estado, Colin Powell, aseguró ante una asamblea de representantes de organizaciones estadounidenses dedicadas a prestar ayuda humanitaria que consideraba a estas «una parte importantísima del equipo militar [estadounidense]».

El segundo argumento que planteaba en el libro era que el proyecto humanitario había cambiado, a mi juicio para peor, debido a que cada vez más se lo identificaba con el movimiento en defensa de los derechos humanos. El humanitarismo independiente se basaba en la revolucionaria idea —ajena por completo a todas las grandes tradiciones religiosas— de que los seres humanos no habían sido hechos para sufrir y de que, allí donde había sufrimiento, era preciso actuar para aliviarlo. Pero esa visión del proyecto humanitario suponía la aceptación de sus limitaciones. Como decía el funcionario británico experto en misiones humanitarias Hugo Slim, «pese a basarse en el fundamento general de una idea magnífica —el reconocimiento de la dignidad y el valor fundamentales de una humanidad común a todas las personas—, el planteamiento humanitario es en realidad algo muy mezquino… una ética provisional que pretende preservar el valor de la dignidad humana esencial enmarcado en el contexto específico, extremo y, por fortuna, habitualmente extraordinario, de la guerra y del conflicto armado». Los colaboradores de esas misiones de ayuda que compartían la idea que tenía Slim del proyecto humanitario nunca habían pensado que fuera la palanca de Arquímedes que permitiera cambiar el mundo. Pero así era como se consideraba a sí mismo el movimiento global en defensa de los derechos humanos, cosa que, por lo demás, no es de extrañar, pues durante el último cuarto del siglo XX los derechos humanos se habían convertido en la idea salvadora que predominaba en la época. Y a medida que la asociación, práctica e imaginaria, entre la internacional humanitaria y la defensa de los derechos humanos se ampliaba y se hacía más y más profunda, el mundo de las ayudas humanitarias se presentaba cada vez más como si estuviera capacitado no sólo para llevar a cabo su objetivo original de aliviar el sufrimiento, sino también para alcanzar su ambición más grandiosa: desempeñar un papel primordial a la hora de promover la paz y la justicia social, e incluso de impedir el genocidio.

Casi veinte años después de que escribiera Una cama por una noche, el proyecto humanitario ha quedado más atrapado aún entre Escila y Caribdis, entre la conquista del humanitarismo por parte del Estado y su subordinación al proyecto de defensa de los derechos humanos. Sustituyamos la Libia de 2011 por la Bosnia de 1992, o la Venezuela de 2019 por el Kosovo de 1999, y podremos observar las mismas distorsiones. Pero una cosa ha cambiado de manera radical: debido a la crisis migratoria en el Mediterráneo, que acusó sus serios efectos en 2015, o a la crisis de acogida, en la que muchos abogaban por el recibimiento y la aceptación de los que intentaban acceder a Europa, las ONG dedicadas a prestar ayuda humanitaria ya no trabajan «allá lejos», en el Sur Global, sino «aquí dentro», en el Norte Global. En mi opinión, eso supone un cambio enorme, tanto que ya ha modificado de manera fundamental las «reglas del juego» de la acción humanitaria y que casi con toda seguridad lo seguirá haciendo. En la conclusión que he escrito para esta nueva edición española, he intentado aclarar las implicaciones de todo esto.

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