Los tres pies del gato

Pablo Ordaz

Fragmento

Indice

Índice

Cubierta

Portadilla

Índice

Dedicatoria

I. La impostura de El Egipcio

II. La conspiración irrumpe en la sala

III. Todo empieza a encajar

IV. Calle de la conspiración, esquina a engaño

V. El subalterno del suicida se confiesa

VI. La marca indeleble de El Egipcio

VII. Dos delincuentes se la juegan a muerte

VIII. Una obscena relación con la ley

IX. La muerte viajó en autobuses de línea

X. Tanta conspiración empieza a irritar al juez

XI. La última llamada del séptimo suicida

XII.«Jamal me dijo desde Leganés que era mejor morirse, que no se iba a entregar»

XIII. Una mujer sin nombre vence al miedo

XIV. La vergüenza del padre

XV. Abogado de víctimas acosa a policía

XVI. El artificiero Pedro y las almendras amargas

XVII. Una bomba yendo y viniendo por Madrid

XVIII. Nada que negociar en Leganés

XIX. El striptease de los confidentes

XX. Manolón y Emilio, un amor imposible

XXI. Tirar la piedra y esconder la mano... negra

XXII. Seis nichos sin nombre

XXIII. «Mi marido era el de en medio»

XXIV. Los viejos comisarios nunca vieron a ETA

XXV. La fuerza actuante

XXVI. «Llámame»

XXVII. Dos pistolas

XXVIII. Abogado de víctimas llama señor a etarra

XXIX. Que no, Agustín, que no

XXX. Las barbas del muerto

XXXI. El espía Santiago y la gitana Dolores

XXXII. La fábula del talibán

XXXIII. La horma del confidente

XXXIV. Los tres pies del gato

XXXV. Comando Chueca

XXXVI. El ayuno de los 40.000 años

XXXVII. Un pulso de hambre

XXXVIII. La intimidad de Laura

XXXIX. No, jamás, de ninguna manera

XL. El testigo insobornable

XLI. Un suicidio de papel

XLII. Explosivo Trashorras

XLIII. Del DNT al KO

XLIV. El general cansancio

XLV. ETA, un artículo de fe

XLVI. Una verdad tranquila

XLVII. La vara de medir

XLVIII. La pena compartida

XLIX. El factor humano

L. La cruz del tapado

LI. Una toga de marca

LII. Zapatos de claqué

LIII. Prohibido escupir

LIV. Una señora defensa

LV. El pimpampum

LVI. El sillón del jefe

LVII. Probablemente sí

Sobre el autor

Créditos

Grupo Santillana

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A los que aquella mañana dejaron

para siempre de ser quienes eran,

a los que tan temprano empezaron

a quedarse solos.

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I

La impostura de El Egipcio

 

 

 

Los dos extremos del dolor se han sentado muy juntos, bajo el mismo techo. En la Casa de Campo de Madrid, los 29 acusados de participar en la matanza terrorista del 11-M siguen la primera sesión del juicio desde una habitación de cristal blindado, a menos de un metro de los hijos y las madres de algunas de las 191 víctimas mortales. Una mujer joven, que acaricia el retrato de su padre muerto, se dirige a uno de los acusados y le llama asesino. Mediante gestos, Jamal Zougam, a quien algunos testigos vieron aquella terrible mañana en uno de los trenes que luego explotaron, le responde con gestos que él no fue, que no tuvo nada que ver.

La reacción del acusado, que en ese momento de la mañana parece espontánea, no es sino un anticipo de la estrategia que enseguida adopta otro de los principales sospechosos, Rabei Osman, también conocido como Mohamed El Egipcio. Tiene 36 años, barba cuidada, ojos verdes y un trabajado perfil de menesteroso que la policía no considera más que un disfraz. Ha sido seguido por los servicios de información de media Europa, pero fue en Italia donde, tres meses después de los atentados de Madrid, El Egipcio resultó finalmente acorralado. El trabajo lo hizo su propia voz. Los micrófonos colocados en su casa y en su teléfono de Milán registraron sus confidencias ante uno de los discípulos preferidos.

—La operación entera de Madrid fue idea mía. Mis queridos amigos cayeron mártires. Alá los tenga en su misericordia.

Durante toda la mañana, El Egipcio se niega a abrir la boca. No responde ni a las preguntas de la fiscal Olga Sánchez ni a las de los abogados de la acusación. Sólo por la tarde se puede escuchar su voz, pero exclusivamente para responder a las preguntas pactadas con su abogado. El Egipcio lo niega todo. Incluso va más allá. Intenta legitimar su declaración de inocencia condenando el atentado del 11-M. El silencio y la negación, dos actitudes que sin duda sorprenden en un país acostumbrado a que los asesinos de ETA se jacten de sus crímenes, constituyen según la policía los dos pilares de una estrategia de defensa muy calculada. Ya en 2006, Abu Dahdah, condenado por dirigir la célula española de Al Qaeda, también rechazó repetidas veces ante el tribunal que le juzgó el uso de la violencia. El Egipcio va contestando a las preguntas de su abogado. El relato que entre los dos van construyendo —pese al férreo marcaje del presidente del tribunal, que los interrumpe continuamente para que el juicio no se haga eterno— es el de un inocente emigrante que huyó de su país y atravesó Europa vendiendo pañuelos, a veces sin las monedas necesarias para tomarse un mal café.

El Egipcio, sin embargo, es un viejo conocido de los policías encargados de perseguir el terrorismo islamista. Los investigadores consideran probado que recibió entrenamiento en un campo de Al Qaeda en Afganistán, que llegó a España tres meses antes del 11-M, que se convirtió en la sombra de El Tunecino —otro de los presuntos cerebros de la matanza— y que estuvo en la casa de Chinchón donde se prepararon los explosivos. Otro de sus amigos, el también

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